En cuanto encuentre a Weiss.
Volvimos a nuestra habitación sin más incidentes y sin intercambiar más de una docena de palabras. La falta de verborrea de Chutsky estaba demostrando ser un rasgo encantador de su personalidad, puesto que, cuanto menos hablaba, menos tenía que fingir yo interés en lo que decía, y me ahorraba mover los músculos faciales. De hecho, las pocas palabras que pronunció fueron tan agradables y cautivadoras, que casi me sentí predispuesto a que me cayera bien.
—Voy a dejar esto en la habitación —comentó, al tiempo que levantaba el maletín—. Después, ya pensaremos en la cena.
Sabias y bienvenidas palabras. Como esta noche no saldría a la maravillosa luz oscura de la luna, la cena sería un sustituto muy aceptable.
Subimos en el ascensor y nos encaminamos por el pasillo hacia la habitación, y cuando entramos, Chutsky depositó con cuidado el maletín sobre la cama y se sentó a su lado, y se me ocurrió entonces que lo había llevado con nosotros hasta el bar de la azotea por ningún motivo lógico, y que ahora lo trataba con mucho cariño. Como la curiosidad es uno de mis escasos defectos, decidí entregarme a ella y preguntar por qué.
—¿Por qué son tan importantes para ti esas maracas?
Sonrió.
—Por nada —contestó—. Nada de nada.
—Entonces, ¿por qué las paseas de un extremo a otro de La Habana?
Sujetó el maletín con el gancho y lo abrió con la mano.
—Porque ya no contiene maracas. —Introdujo la mano en él y sacó una pistola automática de aspecto impresionante—. Eh, presto .
Pensé en que Chutsky había paseado el maletín por toda la ciudad para reunirse con I-bán, quien se había presentado con un maletín idéntico, y ambos los habían dejado debajo de la mesa mientras estábamos sentados y escuchábamos «Guantanamera».
—Acordaste intercambiar los maletines con tu amigo —observé.
—Bingo.
No consta entre las cosas más inteligentes que he dicho, pero me quedé sorprendido, y lo que salió de mi boca fue:
—Pero ¿por qué?
Chutsky me dedicó una sonrisa tan cordial, tolerante y paternalista, que de buena gana habría vuelto la pistola contra él y apretado el gatillo.
—Es una pistola, colega. ¿Para qué crees que sirve?
—Hum. ¿defensa propia?
—Te acuerdas de la razón por la que hemos venido aquí, ¿verdad?
—Para encontrar a Brandon Weiss —contesté.
—¿Encontrarle? —preguntó Chutsky—. ¿Es eso lo que te estás diciendo? ¿Vamos a encontrarle? —Sacudió la cabeza—. Hemos venido a matarle, colega. Has de meterte eso en la cabeza. No sólo hemos de encontrarle, hemos de eliminarle. Vamos a matarle. ¿Qué pensabas que íbamos a hacer? ¿Llevarle a casa con nosotros y regalarlo al zoo?
—Pensaba que eso estaba mal visto aquí. Esto no es Miami.
—Ni tampoco Disneylandia —replicó de manera innecesaria, en mi opinión—. Esto no es un picnic, colega. Hemos venido a matar a ese tipo, y cuanto antes te acostumbres a esa idea, mejor.
—Sí, lo sé, pero…
—No hay pero que valga. Vamos a matarle. Ya veo que eso te supone un problema.
—En absoluto.
Por lo visto, no me oyó, o bien estaba lanzado a un discurso preexistente y ya no podía parar.
—No puedes mostrarte aprensivo por un poco de sangre —continuó—. Es de lo más natural. Todos nos criamos escuchando que matar está mal.
Depende de a quién , pensé, pero me lo callé.
—Pero las normas están hechas por gente que no podría ganar sin ellas. En cualquier caso, matar no siempre está mal, colega —dijo, y aunque parezca extraño, me guiñó el ojo—. A veces, hay que hacerlo. Y a veces, la víctima se lo merece. Porque, o bien un montón de gente morirá si no lo haces, o puede que sea una cuestión de acabar con él antes de que él acabe contigo. Y en este caso… concurren ambas circunstancias, ¿verdad?
Y si bien era muy extraño escuchar esta tosca versión de mi credo de toda la vida en labios del novio de mi hermana, sentado en la cama de una habitación de hotel de La Habana, me llevó una vez más a dar las gracias a Harry, tanto por haberse adelantado a su tiempo como por ser capaz de expresarlo de una forma que no me diera la impresión de estar haciendo trampas en el solitario. De todos modos, no me entusiasmaba la idea de utilizar una pistola. Me parecía mal, como ir a lavar los calcetines en la pila bautismal de la iglesia.
Pero, al parecer, Chutsky estaba muy complacido consigo mismo.
—Walther, nueve milímetros. Unas armas estupendas. —Cabeceó, metió la mano de nuevo dentro del maletín y extrajo otra pistola—. Una para cada uno —dijo. Me dio una de las pistolas y la cogí con aire pensativo—. ¿Crees que podrás apretar el gatillo?
Sé qué extremo de una pistola hay que sujetar, piense lo que piense Chutsky. Al fin y al cabo, me crié en casa de un policía, y trabajo con policías a diario. Es que no me gustan esas cosas. Son muy impersonales y carecen de elegancia. Pero me la había arrojado como en plan de desafío, y encima de todo lo que había pasado, no estaba dispuesto a hacer caso omiso. De modo que extraje el cargador, volví a cargarla y la sostuve en posición de disparo, tal como Harry me había enseñado.
—Muy bonito. ¿Quieres que dispare a la televisión?
—Resérvate para el malo. Si te crees capaz.
Tiré la pistola sobre la cama, a su lado.
—¿Es ése tu plan? —le pregunté—. ¿Esperamos a que Weiss se registre en el hotel y le montamos la de Duelo de titanes ? ¿En el vestíbulo, o durante el desayuno?
Chutsky sacudió la cabeza con tristeza, como si hubiera intentado sin éxito enseñarme cómo se abrochaban los zapatos.
—Colega, no sabemos cuándo aparecerá este tipo, y no sabemos qué va a hacer. Puede que sea él quien nos vea primero.
Enarcó ambas cejas, como diciendo, Ja, ¿a qué no se te había ocurrido?
—¿Le dispararemos cuando le encontremos?
—La cuestión consiste en estar preparados, pase lo que pase. Lo ideal sería llevarle a algún sitio tranquilo y liquidarlo. Pero al menos estaremos preparados. —Dio una palmada sobre el maletín con el gancho—. Iván nos ha traído un par de cosas, por si acaso.
—¿Minas terrestres? —pregunté—. ¿Un lanzallamas?
—Material electrónico. Material de alta tecnología. Para vigilancia. Podemos seguirle el rastro, localizarle, escucharle… Con este material podremos oírle tirarse un pedo a un kilómetro de distancia.
Yo quería imbuirme del espíritu de la situación, pero era muy difícil demostrar algún interés por el proceso digestivo de Weiss, y confié en que no fuera absolutamente esencial para el plan de Chutsky. En cualquier caso, todo aquel enfoque tipo James Bond me estaba poniendo nervioso. Puede que sea un gran error por mi parte, pero empecé a darme cuenta de la suerte que había tenido hasta el momento en la vida. Me las había ingeniado muy bien con algunos cuchillos relucientes y un ansia. Nada de tecnología punta, ni vagas conspiraciones, nada de esconderse en habitaciones de hoteles extranjeros armado de incertidumbre y armas de fuego. Tan sólo carnicería alegre, despreocupada y relajante. Parecía primitiva, incluso chapucera, comparada con todos aquellos preparativos de alta tecnología y nervios de acero, pero al menos se trataba de una labor decente y saludable. Nada parecido a esta espera, dedicada a proyectar testosterona y sacar brillo a las balas. Chutsky estaba acabando con toda la diversión del trabajo de mi vida.
De todos modos, había pedido su ayuda, y ahora tenía que apechugar con ello. Lo único que podía hacer era poner al mal tiempo buena cara y continuar adelante.
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