—A algunos nos gusta dormir de vez en cuando —contesté.
—Algunos no conseguimos dormir —refunfuñó—. Porque algunos hemos estado intentando trabajar, rodeados de equipos de televisión del puto Brasil y quién sabe de dónde más. —Dio un salvaje mordisco al croissant y, con la boca llena, miró el resto que sostenía en la mano—. Hostia puta, ¿qué es esto?
—Es un donut francés.
Debs tiró el resto a una papelera cercana y falló por un metro y medio.
—Sabe a mierda.
—¿Quieres probar un poco de mi brazo de gitano? —preguntó Vince.
Debs ni siquiera pestañeó.
—Lo siento, necesitaría como mínimo un bocado, y no te queda —dijo, y me agarró del brazo—. Vamos.
Mi hermana me condujo por el pasillo hasta su cubículo y se dejó caer sobre la silla del escritorio. Yo me senté en una plegable y esperé la descarga emocional que tal vez me tenía preparada.
Llegó en forma de pila de periódicos y revistas que empezó a arrojarme.
— L. A. Times. Chicago Sun-Times. New York Times de los Cojones. Der Spiegel. Toronto Star —iba diciendo mientras tanto.
Justo antes de desaparecer por completo bajo la montaña de diarios y quedar sin conocimiento, así su brazo e impedí que me lanzara el Karachi Observer .
—Debs, los veré mejor si no me los hundes en los ojos.
—Esto es una tormenta de mierda, la peor tormenta de mierda que has visto en tu vida.
La verdad era que no había visto muchas tormentas de mierda, aunque una vez, en el colegio, Randy Schwartz lanzó un petardo en el lavabo de los chicos, lo cual obligó al señor O'Brien a volver a casa temprano para cambiarse de ropa. Pero estaba claro que Debs no estaba de humor para tiernos recuerdos, aunque a ninguno de nosotros nos caía bien el señor O'Brien.
—Lo he deducido porque Matthews se ha vuelto invisible de repente —contesté.
Debs resopló.
—Como si nunca hubiera existido.
—Jamás pensé que veríamos un caso tan complicado que el capitán no quisiera salir en la tele —comenté.
—Cuatro putos cadáveres en un puto día —escupió—. Algo jamás visto, y aterriza sobre mi regazo.
—Rita dice que saliste muy bien en la tele —le comenté para animarla, pero por algún motivo eso provocó que golpeara la pila de periódicos y varios cayeran al suelo.
—No quiero salir en la puta tele —rezongó—. El cabrón de Matthews me ha lanzado a los leones, porque ésta es la historia más jodida de todo el puto mundo en este momento, y ni siquiera hemos publicado ninguna foto de los cuerpos, pero por lo que sea todo el mundo sabe que algo chungo está pasando, y el alcalde ha sufrido un ataque de mierda, y el puto gobernador ha sufrido un ataque de mierda, y si no soluciono yo en persona este rollo para la hora de comer, todo el puto estado de Florida será tragado por el mar y yo estaré debajo cuando suceda. —Golpeó la pila de periódicos, y esta vez al menos la mitad cayó al suelo. Eso pareció vaciarla de furia, porque se derrumbó en la silla, con aspecto agotado y consumido—. Necesito ayuda, hermanito. Detesto tener que pedírtelo, pero… Si alguna vez has podido sacar algo en claro, éste es el momento.
No estaba seguro qué deducir del hecho de que, de pronto, detestara pedirme ayuda. Al fin y al cabo, ya lo había hecho varias veces en el pasado, al parecer sin detestarlo. En los últimos tiempos, daba la impresión de que se ponía rara e irritable sobre el tema de mis talentos especiales. Pero qué coño. Si bien es cierto que carezco de sentimientos, no soy inmune a ser manipulado por ellos, y ver a mi hermana en la cuerda floja era más de lo que podía eludir.
—Pues claro que te ayudaré, Debs —dije—. Pero no sé qué puedo hacer.
—Bueno, joder, has de hacer algo —replicó—. Nos estamos hundiendo.
Fue bonito que lo dijera en plural y me incluyera, aunque hasta aquel momento no me había dado cuenta de que yo también me estaba hundiendo. De todos modos, la sensación de inclusión no consiguió poner en acción mi gigantesco cerebro. De hecho, el enorme complejo craneal que es la Facultad Cerebral de Dexter guardaba un silencio anormal, al igual que había sucedido en las escenas del crimen. No obstante, estaba claro que era preciso hacer gala de un buen espíritu de equipo, de modo que cerré los ojos e intenté aparentar que me estaba devanando los sesos.
De acuerdo: si existían auténticas pistas materiales, los incansables y porfiados héroes del equipo forense las encontrarían. Lo que yo necesitaba era una especie de soplo de una fuente a la que mis compañeros de trabajo no podían acceder: el Oscuro Pasajero. Sin embargo, el Pasajero guardaba un silencio inusual, salvo por aquellas leves carcajadas salvajes de cuyo significado no estaba seguro. En circunstancias normales, cualquier exhibición de aptitudes depredadoras evocaría cierta admiración que, con frecuencia, aportaba alguna idea sobre los asesinatos. Pero esta vez, tales comentarios brillaban por su ausencia. ¿Por qué?
Tal vez el Pasajero aún no se sentía a gusto después de su reciente fuga. O quizá todavía se estaba recuperando del trauma, aunque esto no parecía muy probable, a juzgar por la creciente intensidad de mi Necesidad.
Entonces, ¿a qué venía aquella repentina timidez? Si algo malvado estaba teniendo lugar ante nuestras narices, había llegado a esperar una reacción que fuera algo más que hilaridad. No había llegado. Por consiguiente… ¿No había pasado nada malvado? Eso era todavía más absurdo, pues estaba muy claro que teníamos cuatro cuerpos muy muertos.
También significaba que, en apariencia, me encontraba solo, y allí estaba Deborah traspasándome con una mirada muy dura y expectante. De modo que da un paso adelante, oh, gran y sombrío genio. Había algo diferente en estos crímenes, más allá de la chillona presentación de los cuerpos. Porque «presentación» era la palabra exacta. Estaban exhibidos de una forma que aspiraba a obrar el impacto máximo.
Pero ¿en quién? La sabiduría convencional de la comunidad de asesinos psicópatas diría que, cuanto más caes en el exhibicionismo, más deseas un público que te adore. Pero también es de conocimiento público que la policía procura mantener ocultas tales exhibiciones. Y aunque no lo hiciera, ningún medio publicaría fotos de cosas tan horribles. Creedme, lo he investigado.
Por lo tanto, ¿a quién iban dirigidas tales presentaciones? ¿A la policía? ¿A los plastas de los forenses? ¿A mí? Nada de esto era probable, y aparte de ellos y las tres o cuatro personas que habían descubierto los cuerpos, nadie había dicho nada, y sólo se había producido el tremendo clamor de todo el estado de Florida, desesperado por salvar la industria del turismo.
Una idea abrió mis ojos de par en par, y Deborah me estaba mirando como un setter irlandés a punto de saltar.
—¿Qué?, maldita sea —dijo.
—¿Y si es eso lo que quieren?
Me miró fijamente un momento, un poco como Cody y Astor cuando se acaban de despertar.
—¿Qué significa eso? —preguntó por fin.
—Lo primero que pensé sobre los cuerpos era que lo esencial no había sido el asesinato. Lo esencial había sido jugar con ellos después. Exhibirlos.
Debs resopló.
—Me acuerdo. Sigue sin parecerme lógico.
—Pero lo es —dije—. Si alguien está intentando crear un efecto. Producir un impacto. De modo que reflexiona: ¿qué impacto ha tenido ya?
—Aparte de atraer la atención de los medios de comunicación de todo el mundo…
—No, no aparte de eso. A eso me refiero.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Qué?
—¿Qué tiene de malo la atención de los medios de comunicación, hermanita? Todo el mundo tiene la vista puesta en el Sunshine State, en Miami, foco del turismo mundial…
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