El señor Saxon no levantó la vista del cuaderno.
Walter continuó.
– Busco información y me parece que usted es la persona más apropiada para dármela.
Jack pareció dudar.
– Ya le dije todo lo que sabía.
– Todo lo que le pregunté -dijo Walter-. Las preguntas y las respuestas no siempre contienen la información que uno necesita. Los dos queremos encontrar al asesino de su esposa. Y el tiempo se nos acaba. Después que atraquemos mañana, nuestras posibilidades de atraparlo son casi nulas. Así que pensé que si podíamos reunir toda la información, a lo mejor obtendríamos algunas ideas nuevas. Suponga que empezamos con los hechos que tenemos a disposición. Usted y su mujer compraron un pasaje en el Mauretania con la intención de ganar un montón de dinero jugando a las cartas con un norteamericano, Paul Westerfield.
– Ya se lo dije.
– Por supuesto -Walter continuó como si la impaciencia de Jack no lo hubiera alcanzado-. ¿Sabe? Lo que me interesa es el motivo por el que eligieron este viaje en especial y ese pasajero en especial. Me pregunto si no tendrá algo que ver con el caso.
– No creo -contestó Jack-. Elegimos el Mauretania porque nunca habíamos trabajado en él. No nos conocían ni el capitán ni el comisario de a bordo.
– Su primer viaje en el Mauretania. Entiendo.
– Y Westerfield era la presa ideal. Hijo de un millonario, sociable, graduado en matemáticas. No sé lo que está pensando, inspector, pero le puedo asegurar que Paul Westerfield no sospechaba de nosotros. Él y la chica eran los perfectos candidatos.
Del otro lado del cuarto el señor Saxon rechinaba los dientes. Jack continuó.
– Supongo que me va a preguntar si sé de algún otro que nos tuviera rencor.
– Estaba en la punta de mi lengua -reconoció Walter.
– Inspector, desde el domingo que recorro el barco mirando cada cara para ver si reconozco a alguien. Estoy convencido de que no hay a bordo ni un hombre ni una mujer que haya jugado a las cartas con nosotros en alguna otra oportunidad. Si quiere saber mi opinión, le diré que creo que Kate fue asesinada por un maníaco que bien pudo haber estrangulado antes a otra mujer.
– ¿El mismo maníaco que me disparó?
Era una simple pregunta, pero Jack la tomó como una crítica a su teoría.
– Ese es un punto en el que no había pensado. ¿Es común que un estrangulador de mujeres se dedique también a disparar? -Walter no le respondió, así que decidió continuar-. En realidad no puedo describir lo que pasó anoche como un crimen similar. El que le disparó eligió su víctima, ¿no? El asunto es por qué lo hizo.
– He estado pensando en eso -interrumpió Walter-, Lo único que puedo decir es que quizás ese tipo creyó que me estaba acercando mucho a la verdad.
Jack torció la cara en un gesto de incredulidad.
– ¿Cómo?
Walter miró al señor Saxon; él tampoco parecía convencido.
– Bueno, tiene que haber habido alguna razón para que alguien haya querido dispararle.
Se produjo un silencio y luego habló Jack.
– No quiero ofender, pero no creo que usted fuera el blanco. Me estaba apuntando a mí.
– ¿A usted? -Walter abrió mucho los ojos. Parecía apenado. Jack asintió.
– No sé si recuerda, inspector, que usted se alejó y la bala le dio en el hombro.
– Vaya si lo recuerdo. -Exclamó Walter tocándose el hombro.
– Si no se hubiera movido, la bala me habría ido a mí.
– ¡Oh!
– Es más lógico, ¿no le parece? -insistió Jack-. Primero Kate y después yo. Alguien quiere matarme.
Walter meditó sobre la interpretación.
– Si éste es el caso, es probable que el señor Saxon le haya salvado la vida encerrándolo.
Por la expresión del señor Saxon, supuso que ése era un mérito que no le interesaba mucho.
Jack siguió adivinando lo que Walter iba a preguntarle.
– Supongo que va a decir que ésta no es para nada la obra de un maníaco. Debo admitir que tiene razón. Tiene que ser alguien que nos odia, ¿pero quién?
– Quién, realmente.
Jack se frotó la barbilla.
Walter jugó con los flecos de su colcha.
El señor Saxon suspiró de impaciencia.
Jack chasqueó los dedos.
– Paul Westerfield. Todo vuelve a él. Tengo que estar equivocado a su respecto. Es más inteligente de lo que pensé. ¿Qué le parece inspector? ¿Puede haberse dado cuenta de que tratábamos de engañarlo?
– Usted es el mejor para juzgarlo -replicó Walter con su habilidad para dar respuestas neutras.
– Aun así, el asesinato es una reacción extrema -continuó Jack-. Hay que estar desequilibrado para tomarlo en forma tan personal. En su momento no dijo nada, pero algo debe haber alimentado su resentimiento… Da la impresión de ser cuerdo, pero hay algo en él… Inspector, creo que debe investigar a Paul Westerfield. Para empezar puede averiguar dónde estaba anoche cuando le dispararon.
– Ya sé -suspiró Walter con satisfacción-. Yo sabía que podía contar con su ayuda.
– ¿Me cree?
– Haré lo que usted dice.
– Entonces, ¿estoy libre?
– No creo que debamos retenerlo. ¿Qué opina usted, señor Saxon?
El gruñido que emitió el oficial podía significar cualquier cosa, menos que celebrara la decisión de Walter.
– En ese caso… -concluyó Jack. Se levantó para irse.
– Hay algo más -exclamó Walter.
– ¿Sí?
– ¿Puede decirle al médico que venga a verme? Creo que estoy listo para levantarme.
Era el día más feliz en la vida de Marjorie Cordell, o por lo menos el más feliz desde su boda con Livy. Después del almuerzo Barbara le había dicho que Paul quería casarse con ella. En lo peor de esa horrible tormenta de la noche anterior esos dos jóvenes habían encontrado un rincón tranquilo en el barco para decidir que deseaban compartir sus vidas. Era muy romántico. Todavía tenían puestos sus disfraces de peregrinos. Marjorie no podía imaginar nada más encantador y apropiado.
Paul había estado muy correcto al decirle a Barbara que pensaba pedir el permiso a sus padres. Había ciertas dudas con respecto a quién debía dirigirse, porque Livy no era su padre, pero Marjorie decidió que eso no tenía importancia. Livy podía contestar por los dos, ya que ésa era una formalidad que se arreglaba mejor entre hombres.
– Vamos a dejar que se sientan importantes -le susurró a Barbara-, Pobrecitos, es la única oportunidad que tienen.
Se convino que Livy estaría en el salón de fumar al mediodía y Paul un minuto después. Arreglarían lo necesario y luego se reunirían con las damas para almorzar. Livy iba a ordenar una botella de champagne.
Madre e hija planearon estos excelentes arreglos, pero cuando Marjorie habló con Livy se sorprendió ante su falta de entusiasmo.
Si no te importa prefiero dejártelo a ti -se excusó-. No está en mi carácter andar con ceremonias. El muchacho puede hablar contigo.
– No tienes por qué estar nervioso -le recordó Marjorie-. Por Dios, Paul tendría que estar nervioso, pero tú no.
– De veras, Marjorie, lo único que quiero es quedarme en el camarote a leer un libro.
– Ésa es una actitud terrible, Livy. Barbara es nuestra hija. El día que nos casamos estuviste de acuerdo en tratarla como si fuera tuya. Ahora ha tomado la decisión más importante de su vida y prefieres ignorarlo. ¿Cómo puedo decírselo? Ponte tu traje, y una corbata y pensemos un poco en esos jóvenes en lugar de vivir exclusivamente pensando en nosotros mismos.
Livy sabía que era mejor no discutir. Cerró su libro y empezó a cambiarse. Acababa de ponerse el traje oscuro cuando alguien golpeó la puerta.
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