Cuando salí del cuarto de baño, Eric estaba completamente vestido. Llevaba una de esas camisetas que le regalaba alguno de los proveedores de cerveza de Fangtasia («Esta sangre es para ti», ponía) y unos vaqueros. Había hecho cuidadosamente la cama.
– ¿Pueden entrar Pam y Chow? -preguntó.
Atravesé el salón hasta la puerta delantera y la abrí. Los dos vampiros estaban sentados silenciosamente en el columpio del porche. Estaban en lo que me dio por considerar una especie de modo de reposo. Cuando los vampiros no tienen nada que hacer en particular, es como si se quedaran en blanco; se retiran a su interior, sentados o de pie, pero completamente inmóviles, con los ojos abiertos y vacíos. Parece que eso les ayuda a descansar.
– Pasad, por favor -les invité.
Pam y Chow entraron lentamente, mirando a su alrededor con interés, como si estuviesen de excursión: «Casa de granja de Luisiana, aproximadamente principios del siglo XXI». La casa había pertenecido a nuestra familia desde que fue construida, hacía más de ciento sesenta años. Cuando mi hermano Jason se independizó, se mudó a la casa que mis padres habían construido cuando se casaron. Yo me quedé aquí, con la abuela, en este edificio tan alterado como renovado; y ella me la legó en su testamento.
Lo que ahora era el salón es lo que había constituido la casa original. Algunas adiciones, como la cocina moderna y los cuartos de baño, eran relativamente recientes. El piso de arriba, que era notablemente más pequeño que el de la planta baja, se había añadido en la primera década del siglo XX para acomodar a una nueva generación de niños que sobrevivió entera. Apenas subía en estos días. En verano hacía un calor insoportable, incluso con el aire acondicionado puesto.
Todo mi mobiliario era viejo, carente de estilo, aunque cómodo… Absolutamente convencional. En el salón había sillas, sofás, un televisor y un reproductor de vídeo. De él nacía un pasillo que daba a mi amplio dormitorio con su correspondiente cuarto de baño, a otro cuarto de baño junto al propio pasillo, y a mi antiguo dormitorio, así como a algunos armarios (para los abrigos y la ropa blanca). Al fondo del pasillo estaba la cocina-comedor, que se había añadido poco después de que mis abuelos se casaran. Detrás de la cocina había un gran porche trasero cubierto que yo acababa de tapiar. Allí tenía un viejo banco aún útil, la lavadora y secadora, y unas cuantas estanterías.
Había un ventilador en el techo de cada habitación, así como un matamoscas colgado en un lugar discreto de un diminuto clavo. La abuela no solía encender el aire acondicionado a menos que fuera estrictamente necesario.
Si bien no subieron al piso de arriba, Pam y Chow no se perdieron detalle de la planta baja.
Cuando se acomodaron en la vieja mesa donde varias generaciones de Stackhouse habían comido, me sentí como si viviese en un museo que acabara de ser catalogado. Abrí la nevera y saqué tres botellas de TrueBlood, las calenté en el microondas, las agité bien y las puse sobre la mesa, ante mis huéspedes.
Chow seguía siendo un perfecto extraño para mí. Apenas llevaba unos meses trabajando en Fangtasia. Supongo que entró para estar en la barra, como su predecesor. Tenía unos tatuajes impresionantes, de esos asiáticos, azul oscuro y de motivos tan intrincados que recordaban la estética de la ropa oriental más elegante. Estos eran tan diferentes a los de tipo presidiario de mi atacante, que costaba creer que se trataba de la misma forma de arte. Me habían dicho que los de Chow eran tatuajes yakuza, pero nunca tuve la sangre fría de preguntárselo, sobre todo porque no era en absoluto asunto mío. Aun así, si se trataban de tatuajes yakuza, Chow no sería un vampiro demasiado antiguo. Había investigado algo, y lo de los tatuajes era una moda relativamente reciente en la larga historia de esa organización criminal. Chow tenía el pelo negro y largo (lo que no era una sorpresa), y varias fuentes me habían confirmado que había sido todo un fichaje para Fangtasia. La mayoría de las noches trabajaba sin camiseta. Esta noche, a modo de concesión al frío, lucía un chaleco rojo con cremallera.
No pude evitar preguntarme si alguna vez se sentiría verdaderamente desnudo, con todos los tatuajes que cubrían su cuerpo. Ojalá tuviera el valor de preguntárselo, pero, evidentemente, eso estaba fuera de lugar. Era la única persona que conocía de ascendencia asiática y, por mucho que sepas que los individuos no son representativos de toda su raza, una se espera que al menos algunos de los tópicos sean válidos. Chow parecía tener un fuerte sentido de la privacidad. Pero, lejos de ser distante e inescrutable, no paraba de charlar con Pam, aunque en un idioma que yo era incapaz de comprender. Y me sonreía de una manera desconcertante. Vale, puede que estuviese muy lejos de ser inescrutable. Probablemente estaba poniéndome a parir, y yo era demasiado boba como para enterarme.
Como siempre, Pam estaba vestida al discreto estilo de la clase media. Esta noche tocaban unos pantalones blancos de invierno y un jersey azul. Su pelo rubio resplandecía, liso y suelto, a lo largo de su espalda. Parecía Alicia en el País de las Maravillas, pero con colmillos.
– ¿Habéis descubierto algo más sobre Bill? -pregunté cuando todos hubieron tragado sus bebidas.
– Algo -contestó Eric.
Posé mis manos sobre el regazo y aguardé.
– Sé que Bill ha sido secuestrado -dijo, y la habitación dio vueltas a mi alrededor durante un segundo. Respiré hondo para que se detuviera.
– ¿Por quién secuestrado? -la gramática era la última de mis preocupaciones.
– No estamos seguros -me dijo Chow-. Los testigos no se ponen de acuerdo -su inglés tenía acento, pero era muy claro.
– Llevadme con ellos -les pedí-. Si son humanos, lo descubriré.
– Si estuvieran bajo nuestro dominio, sería lo más lógico -coincidió Eric-. Pero, por desgracia, no lo están.
Dominio, y un carajo.
– Explícamelo, por favor -estoy segura de que estaba haciendo gala de una extraordinaria paciencia, dadas las circunstancias.
– Esos humanos le deben lealtad al rey de Misisipi.
Sabía que la boca se me estaba quedando abierta, pero parecía incapaz de detener el proceso.
– Disculpa -dije al cabo de un momento-, pero podría jurar que acabas de decir… ¿El rey? ¿De Misisipi?
Eric asintió sin un rastro de sonrisa.
Bajé la mirada, tratando de mantener una expresión neutra. Incluso bajo esas circunstancias era imposible. Sentí cómo la boca se me crispaba.
– ¿En serio? -pregunté, desesperanzada. No sé por qué me pareció incluso más gracioso que Misisipi tuviese un rey (si, al fin y al cabo, Luisiana tenía una reina…), pero así era. Me recordé a mí misma que se suponía que yo no sabía nada de la reina. Tomé nota.
Los vampiros intercambiaron miradas. Asintieron a la vez.
– ¿Eres tú el rey de Luisiana? -le pregunté a Eric, aturdida debido a todo el esfuerzo mental por mantener en pie la fachada. Me estaba riendo con tanta fuerza que era todo lo que podía hacer para mantenerme erguida en la silla. Probablemente había un toque de histeria.
– Oh, no -admitió-. Sólo soy el sheriff de la Zona Cinco.
Aquello me descolocó del todo. Las lágrimas me recorrían la cara y Chow parecía incómodo. Me levanté, me hice un chocolate suizo al microondas y lo removí con una cuchara para que se enfriara. Me estaba calmando mientras llevaba a cabo la pequeña tarea, y para cuando regresé a la mesa ya estaba casi sobria.
– Nunca me habíais dicho esto antes -dije, exigiendo una explicación solapadamente-. Habéis dividido Estados Unidos en reinos, ¿es eso?
Pam y Chow miraron a Eric con cierta sorpresa, pero él no les prestó atención.
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