Malditos vampiros. Ahora podéis comprender por qué me alegro de que su seducción no funcione conmigo. Es una de las pocas cosas positivas de mi capacidad para leer la mente. Por desgracia, los humanos con dones psíquicos son muy atractivos para los no muertos.
Jamás habría previsto esto cuando empecé a salir con Bill. El se había vuelto para mí tan indispensable como el aire; y no sólo por los profundos sentimientos que albergaba hacia él, o el placer que me producía hacer el amor con él. Bill era el único seguro que impedía que otro vampiro se apropiase de mí por encima de mi voluntad.
Después de haber puesto la lavadora un par de veces y de doblar la ropa, me sentí mucho más relajada. Casi había terminado de hacer la maleta, y metí un par de novelas románticas y una de misterio por si tenía algo de tiempo para leer. Soy una autodidacta de los libros de género.
Me estiré y bostecé. Había cierta paz mental en tener un plan, y mi sueño inquieto del último día y la última noche no me habían repuesto todo lo que yo habría querido. Corría el riesgo de quedarme dormida con facilidad.
Incluso sin la ayuda de los vampiros quizá pudiera encontrar a Bill, pensé, mientras me cepillaba los dientes y me metía en la cama. Pero sacarle de cualquier prisión en la que se encontrara y huir con éxito ya era harina de otro costal. Y luego tenía que decidir qué hacer con nuestra relación.
Me desperté a eso de las cuatro de la madrugada con la extraña sensación de que me rondaba una idea de la que aún no era consciente. Había tenido un pensamiento en algún momento de la noche; el tipo de reflexión que sabes que ha estado burbujeando en tu cerebro, esperando que le des el hervor definitivo.
Al cabo de un minuto, la idea volvió a la superficie. ¿Qué pasaría si Bill no hubiera sido secuestrado, sino que hubiera desertado? ¿Qué pasaría si hubiera quedado tan prendado o se hubiera vuelto tan adicto a Lorena que hubiera decidido abandonar a los vampiros de Luisiana para unirse al grupo de Misisipi? De inmediato me surgieron dudas de que ése fuese el plan de Bill; habría sido demasiado elaborado, habrían hecho falta la filtración, a través de los informantes de Eric, del dato relativo al secuestro de Bill y la presencia confirmada de Lorena en Misisipi. Estaba claro que había formas mucho más sencillas y menos dramáticas de arreglar su desaparición.
Me preguntaba si Eric, Chow y Pam estarían en ese momento registrando su casa, situada justo al otro lado del cementerio desde la mía. No iban a encontrar lo que estaban buscando. Quizá regresaran a mi casa. No tendrían por qué recuperar a Bill si encontraban los archivos informáticos que la reina tanto quería. Me quedé dormida por puro agotamiento, creyendo haber oído a Chow riendo en el exterior.
Incluso el conocimiento de la traición de Bill no me impidió buscarlo en mis sueños. Debí de darme la vuelta tres veces, extendiendo la mano para comprobar si estaba junto a mí en la cama, como solía ocurrir muchas veces. Pero en todas las ocasiones encontré ese lado vacío y frío.
Aun así, era mejor que toparme ahí con Eric.
Me levanté y me duché con las primeras luces. Ya tenía el café hecho cuando alguien llamó a la puerta.
– ¿Quién es? _-pregunté, colocándome a un lado de la puerta.
– Me manda Eric -dijo una voz áspera.
Abrí la puerta y miré hacia arriba. Y luego un poco más hacia arriba.
Era enorme. Tenía los ojos verdes. Y un pelo desordenado y rizado, denso y negro como la noche. Su mente zumbaba y destellaba energía; una especie de efecto rojo. Un licántropo.
– Adelante. ¿Quieres un café?
Fuese lo que fuese lo que se esperaba, no era lo que estaba presenciando.
– Ni lo dudes, querida. ¿Hay huevos? ¿Salchichas?
– Claro -lo conduje hasta la cocina-. Me llamo Sookie Stackhouse -dije por encima del hombro. Me incliné para coger los huevos de la nevera-. ¿Y tú?
– Alcide -dijo, pronunciando «Al-si», con la «d» separada y casi muda-. Alcide Herveaux.
Me miró con tranquilidad mientras sacaba la sartén, la vieja y ennegrecida sartén de hierro de mi abuela. La había tenido desde que se casó, y la había usado tanto como cualquier mujer que se preciara. Ahora tenía su solera. Encendí uno de los fogones. Hice primero la salchicha (por la grasa), la serví sobre un papel de cocina en un plato y la metí en el horno para mantenerla caliente. Tras preguntarle a Alcide cómo le gustaban los huevos, los batí y los cociné deprisa, para deslizados finalmente sobre el plato caliente. El abrió el cajón derecho para coger la cubertería de plata y se sirvió algo de zumo y café después de que le indicara silenciosamente dónde guardaba las tazas. Rellenó la mía mientras estaba a lo suyo.
Comió con pulcritud. Y se lo comió todo.
Hundí las manos en el agua caliente y jabonosa para fregar los platos sucios. Finalmente, lavé la sartén, la sequé y le unté algo de Crisco [2], lanzando ocasionales miradas a mi invitado. La cocina olía divinamente a desayuno y a agua enjabonada. Era un momento peculiarmente apacible.
Era lo que menos me esperaba cuando Eric me dijo que alguien que le debía un favor sería mi billete de entrada al mundo de los vampiros de Misisipi. Mientras miraba al frío mundo que había al otro lado de la ventana de la cocina, me di cuenta de que así había visto yo mi futuro, las pocas veces que me había permitido imaginar cómo sería compartir mi casa con un hombre.
Así debía ser la vida para la gente normal. Por la mañana, hora de levantarse e ir a trabajar, hora de que la mujer le haga el desayuno al hombre si éste tenía que salir a ganarse el pan. Ese hombre, grande y áspero, estaba comiendo comida de verdad. A buen seguro tenía también una camioneta aparcada delante de mi casa.
Era un licántropo, sí, pero los licántropos podían vivir una vida mucho más parecida a la humana que los vampiros.
Por otra parte, podría llenarse un libro con todo lo que yo no sabía sobre los hombres lobo.
Terminó, enjuagó su plato en el fregadero., y se lavó y secó las manos mientras yo limpiaba la mesa. Todo fue tan fluido como si lo hubiéramos coreografiado con anterioridad. Desapareció en el cuarto de baño durante un minuto, mientras yo repasaba mi lista mental de cosas pendientes antes de salir. Tenía que hablar con Sam, eso era lo principal. Había llamado a mi hermano la noche anterior para decirle que pasaría unos días fuera. Liz estaba en casa de Jason, por lo que él no había pensado mucho en mi marcha. Estaba dispuesto a recogerme el correo y el papeleo.
Alcide se sentó en la silla frente a mí, al otro lado de la mesa. Yo pensaba sobre cómo abordar verbalmente nuestra común tarea; trataba de prevenir momentos bochornosos. Podía ofenderle con cualquier cosa. Quizá le preocupase lo mismo que a mí. No puedo leer la mente de los cambiantes o los licántropos de forma fiable; son criaturas sobrenaturales. Puedo interpretar con cierta precisión sus estados de ánimo y entresacar alguna idea clara de vez en cuando. Vamos, que los humanos «diferentes» me resultaban mucho menos opacos que los vampiros. Aunque sé que hay un número de cambiantes y licántropos que quieren modificar las cosas, su existencia de momento sigue siendo un secreto para la sociedad. Hasta que no vean cómo les va públicamente a los vampiros, los seres sobrenaturales de doble naturaleza seguirán mostrándose feroces en lo que a su intimidad se refiere.
Los licántropos son los tipos duros del mundo de los cambiantes. Aunque pueden mutar de forma por definición, son los únicos que mantienen una sociedad propia y separada, y no dejarán que cualquiera se haga llamar licántropo delante de sus narices. Alcide Herveaux parecía sumamente duro. Era tan grande como un castillo, con unos bíceps sobre los que yo podría hacer flexiones. Era de los que tenían que afeitarse por segunda vez en el día si querían salir por la noche. Encajaría a la perfección en una obra o en un muelle de descarga.
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