Se puso a horcajadas sobre mí. Pero había perdido el cordel en la lucha, y mientras sostenía mi cuello con una mano, tanteaba el suelo con la otra en busca de su herramienta preferida. Mi brazo derecho estaba inmovilizado, pero el izquierdo no, y luché y lo arañé. Él no podía hacerme nada, necesitaba buscar el cordel para estrangularme porque era parte de su ritual. Mientras le atacaba, mi mano se topó con un bulto familiar.
Rene, que aún llevaba puestas las ropas de trabajo, tenía su cuchillo en el cinturón. Abrí el cierre y saqué el cuchillo de su funda, y mientras él todavía pensaba «debería haberme quitado eso», lo clavé en la carne de su cintura, apuntando hacia arriba, y lo extraje.
Entonces gritó.
Se puso en pie, girando de lado la parte superior de su torso y tratando de contener con ambas manos la sangre que manaba de la herida.
Me arrastré hacia atrás y me levanté, tratando de poner distancia entre mi cuerpo y el de aquel hombre, que era tan monstruoso como Bill.
Rene gritó:
– ¡Ah, Dios, mujer! ¿Qué me has hecho? ¡Oh, Dios, duele mucho!
Eso fue estupendo. Ahora me tenía miedo. Le aterraba que lo descubrieran, que se acabaran sus juegos, su venganza.
– ¡Las chicas como tú merecen morir! -aulló-. ¡Puedo sentirte dentro de mi cabeza, bicho raro!
– ¿Quién es aquí el bicho raro? -siseé-. ¡Muere, bastardo!
No sabía que me iba a salir eso. Estuve junto a la lápida, agazapada, sujetando aún el cuchillo empapado de sangre en mi mano, esperando a que volviera a lanzarse contra mí.
Se tambaleó en círculos, y yo lo vigilé con rostro pétreo. Cerré mi mente a él, a sus pensamientos de que la muerte lo llamaba. Me preparé para usar el cuchillo una segunda vez, pero él cayó al suelo. Cuando me aseguré de que no podía moverse, fui hacia la casa de Bill, pero sin correr. Me dije que era solo porque no podía de lo agotada que estaba, pero no estoy muy segura. No dejaba de ver a mi abuela, atrapada para siempre en los recuerdos de Rene, luchando para salvar la vida en su propia casa.
Saqué la llave de Bill del bolsillo, casi sorprendida de que aún siguiera ahí. De alguna manera logré tambalearme hasta el salón, en busca del teléfono. Toqué los botones con los dedos, tratando de imaginarme cuál era el nueve y cuál el uno. Apreté los números lo suficiente para lograr que hicieran bip, y entonces, sin previo aviso, caí inconsciente.
Estaba en el hospital. Me rodeaba el olor a limpio de las sábanas hospitalarias.
Lo siguiente que supe es que me dolía todo.
Y había alguien en la sala conmigo. Logré abrir los ojos, no sin gran esfuerzo. Andy Bellefleur. Su rostro cuadrado estaba aún más agotado que la última vez que lo vi.
– ¿Puedes oírme? -dijo.
Asentí con un movimiento mínimo, pero que envió una oleada de dolor a través de mi cabeza.
– Lo tenemos -dijo, y procedió a contarme algo más, pero volví a quedarme dormida.
Ya era de día cuando me desperté, y en esta ocasión parecía estar mucho más alerta. También había alguien en la sala.
– ¿Quién está ahí? -dije, y mi voz surgió como un carraspeo dolorido.
Kevin se levantó de la silla de la esquina, apartando una revista de crucigramas y guardándosela en el bolsillo del uniforme.
– ¿Dónde está Kenya? -susurré. Me sonrió inesperadamente.
– Ha estado aquí durante un par de horas -me explicó-. Volverá pronto. La he enviado a comer. -Su cuerpo y su rostro esbelto formaban un claro gesto de aprobación-. Eres una mujer dura.
– No me siento muy dura -logré responder.
– Te han herido -me dijo, como si yo no lo supiera ya.
– Rene.
– Lo encontramos en el cementerio -me contó Kevin-. Lo golpeaste bastante bien, pero seguía consciente y nos contó que había tratado de matarte.
– Bien.
– Le daba mucha pena no haber terminado la tarea. No puedo creerme que cantara de aquel modo, pero para cuando lo encontramos estaba herido y aterrado, nos contó que todo había sido culpa tuya porque no te limitabas a dejarte matar como las otras. Dijo que debía de estar en tus genes, porque tu abuela… -Allí Kevin se interrumpió, consciente de que estaba en terreno incómodo.
– También se resistió -susurré.
En ese momento entró Kenya, enorme, impasible, sosteniendo un vaso de espuma de poliestireno lleno de humeante café.
– Está despierta -comentó Kevin, dirigiéndose a su compañera.
– Estupendo. -Kenya no parecía tan contenta de oírlo-. ¿Ha explicado lo que ocurrió? Tal vez debamos llamar a Andy.
– Sí, es lo que nos dijo que hiciéramos, pero solo lleva cuatro horas durmiendo.
– El hombre dijo que lo avisáramos.
Kevin se encogió de hombros y se dirigió al teléfono que había al lado de la cama. Me adormilé mientras le oía hablar, pero pude escucharlo murmurar con Kenya mientras esperaban. Le estaba hablando de sus perros de caza. Kenya, imagino, atendía.
Llegó Andy, pude sentir sus pensamientos, el esquema de su cerebro. Su cuerpo se detuvo junto a mi cama. Abrí los ojos y vi que se inclinaba para estudiarme. Intercambiamos una larga mirada.
En el pasillo, se oyeron dos pares de pies con zuecos de enfermera.
– Rene todavía está vivo -dijo Andy de repente-. Y no para de largar.
Hice un levísimo movimiento de cabeza, con la intención de que pareciera que asentía.
– Dice que esto se remonta a su hermana, que salía con un vampiro. Obviamente la chica quedó tan baja de sangre que Rene pensó que se convertiría en una vampira si no la detenía. Una noche, en el apartamento de ella, le lanzó un ultimátum. Ella le replicó, diciendo que no abandonaría a su amante. Mientras discutían ella se ponía el delantal para salir a trabajar, así que Rene se lo arrancó, la estranguló e… hizo otras cosas.
Andy parecía algo asqueado.
– Lo sé -susurré.
– Me da la impresión -prosiguió Andy- de que, de algún modo, decidió que podía justificar aquel horrible acto si se convencía de que todos los que estuvieran en la situación de su hermana merecían morir. De hecho, estos crímenes son muy similares a dos sucedidos en Shreveport y que no se han resuelto hasta hoy. Esperamos que Rene nos cuente algo al respecto mientras suelta su perorata. Si sobrevive.
Noté que mis labios se apretaban en horrorizada simpatía por esas otras pobres chicas.
– ¿Puedes contarnos lo que te ha pasado? -preguntó Andy en voz baja-. Ve con lentitud, tómate tu tiempo y mantén la voz en el nivel de los susurros. Tienes la garganta bastante dañada.
Ya había deducido eso yo solita, muchas gracias. A base de murmullos, relaté los sucesos de la noche, y no me olvidé de nada. Andy había puesto en marcha un pequeño grabador después de preguntarme si no tenía objeciones. Lo colocó en la almohada cerca de mi boca, para no perderse nada de la historia, cuando indiqué que por mí no había problema.
– ¿El señor Compton sigue fuera del pueblo? -me preguntó cuando hube terminado.
– Nueva Orleans -susurré, apenas capaz de hablar.
– Buscaremos el rifle en la casa de Rene, ahora que sabemos que es tuyo. Será una prueba ratificatoria muy importante.
En ese instante entró en la habitación una mujer joven reluciente, vestida de blanco, que me miró y le dijo a Andy que tendría que volver en otro momento. Él asintió en dirección a mí, me dio una palmadita avergonzada en la mano, y se marchó. Mientras se iba, lanzó a la doctora una mirada de admiración. Era muy guapa, pero también llevaba un anillo de casada, así que Andy volvía a llegar demasiado tarde. Ella pensaba que él parecía demasiado serio y sombrío.
No quería escuchar aquellas cosas, pero no tenía las fuerzas suficientes para mantener a la gente fuera de mi cabeza.
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