Casi le dije: «No soy capaz de imaginarte conmigo cuando empiece a envejecer».
Si bien había más temas que deseaba tratar en nuestra conversación, sentía que se nos iba hacia el borde del desastre. A lo mejor fue una suerte que llamaran a la puerta de atrás. Había oído un coche acercarse, pero mi atención había estado tan centrada en mi interlocutor que no llegué a asimilar el significado.
Eran Amelia Broadway y Bob Jessup. Amelia estaba como siempre: saludable y fresca, su corta melena marrón recogida y la piel y los ojos claros. Bob, no más alto que ella e igual de delgado, era un chico de complexión estrecha con toques de misionero mormón sexy. Sus gafas de montura negra le daban un aspecto retro más que empollón. Llevaba unos vaqueros, una camisa de cuadros blanca y negra y unos mocasines adornados con borlas. Como gato, había sido muy mono, pero su atractivo humano se me escapaba (o quizá sólo se mostraba muy de vez en cuando).
Los recibí con una sonrisa. Era genial volver a ver a Amelia, y me alegraba sobremanera de ver interrumpida mi conversación con Eric. Tendríamos que retomarla en el futuro, pero tenía la escalofriante sensación de que al terminarla los dos acabaríamos descontentos. Posponerla probablemente no cambiaría el desenlace, pero tanto Eric como yo ya teníamos bastantes problemas a mano.
– ¡Adelante! -los invité-. Eric está aquí y se alegrará de veros.
Por supuesto, no era verdad. A Eric le dejaba completamente indiferente no volver a ver a Amelia en toda su vida (su larga, larga vida) y ni siquiera se dio cuenta de Bob.
No obstante sonrió (no una sonrisa amplia) y les expresó la alegría que le producía que nos visitasen (si bien había un toque de interrogación en su voz, ya que no sabía realmente por qué estaban allí). Por muy largas que fuesen nuestras conversaciones, nunca nos daba tiempo de abarcar todo lo que queríamos.
Amelia reprimió un fruncido del ceño con gran esfuerzo. No era muy aficionada al vikingo. Además era una emisora muy fuerte y capté esa sensación suya como si lo hubiese gritado a pleno pulmón. Bob miró a Eric con precaución, y tan pronto expliqué a Amelia la situación de los dormitorios (claro, ellos habían dado por sentado que dormirían arriba), Bob desapareció para llevar las maletas al cuarto frente al mío. Tras unos minutos de idas y vueltas, se encerró en el cuarto de baño del pasillo. Bob aprendió buenas técnicas evasivas mientras era un gato.
– Eric -dijo Amelia estirándose inconscientemente-, ¿cómo van las cosas por el Fangtasia? ¿Qué tal la nueva dirección? -No podía saber que había dado en lo más sensible. Y cuando Eric entrecerró los ojos (sospeché que pensaba que había sacado el tema a propósito para soliviantarlo), ella bajó la mirada a los dedos de sus pies y se los frotó con la palma de las manos. Me pregunté si yo sería capaz de hacer lo mismo, pero enseguida retomé el hilo del momento.
– El negocio no va mal -señaló Eric-. Víctor ha abierto otros clubes por las cercanías.
Amelia comprendió enseguida que la conversación no debía seguir por esos derroteros y fue lo bastante avispada como para no decir nada. Honestamente, era como estar en una habitación con alguien que revelara a gritos sus pensamientos más íntimos.
– Víctor era el tipo sonriente que esperaba fuera la noche del golpe de Estado, ¿no? -comentó estirando la cabeza y girándola de lado a lado.
– Efectivamente -asintió Eric estirando el extremo de su boca en un gesto sardónico-. El tipo sonriente.
– Bueno, Sook, ¿qué problemas tienes ahora? -me preguntó, considerando que ya había sido lo bastante educada con Eric. Estaba dispuesta a abordar cualquier cosa que le dijese.
– Sí -intervino Eric con una dura mirada-. ¿Qué problemas tienes ahora?
– Iba a pedir a Amelia que reforzase las protecciones de la casa -dije con naturalidad -. Como han pasado tantas cosas en el Merlotte’s últimamente, me sentía un poco insegura.
– Y por eso me llamó -concretó Amelia.
Eric paseó su mirada entre Amelia y yo. Parecía profundamente irritado.
– Pero ahora que han cogido a esa zorra, Sookie, seguro que ya no corres peligro, ¿verdad?
– ¿Qué? -saltó Amelia. Ahora era su turno de pasear la mirada entre Eric y yo -. ¿Qué ha pasado esta noche, Sookie?
Se lo conté resumidamente.
– Con todo, me sentiría mejor si te aseguraras de que las protecciones están bien.
– Es una de las cosas por las que he venido, Sookie. -Por alguna razón, lanzó una amplia sonrisa a Eric.
Bob llegó furtivamente en ese momento y tomó posición junto a Amelia, aunque un poco más atrás.
– Esos gatos no eran míos -me informó, y Eric se quedó con la boca abierta. Pocas veces lo había visto genuinamente asombrado. Hice todo lo que pude por no echarme a reír-. Quiero decir que los cambiantes no pueden procrear con los animales en los que se convierten. Así que no creo que esos gatos sean míos. Especialmente desde que me transformé en gato por arte de magia, no por mi genética, ¡piensa en ello!
– Cariño -terció Amelia-, ya hemos hablado de eso. No tienes por qué sentirte mal. Habría sido una cosa de lo más natural. Admito que me fastidia un poco, pero ya sabes, todo fue por mi culpa.
– No te preocupes, Bob. Sam ya salió en tu defensa. -Sonreí y pareció aliviarse.
Eric decidió ignorar la conversación.
– Sookie, tengo que volver al Fangtasia.
A ese paso, jamás tendríamos la oportunidad de decirnos lo que teníamos que decirnos.
– Vale, Eric. Saluda a Pam de mi parte, si es que volvéis a hablaros.
– Es mejor amiga tuya de lo que piensas -dijo sombríamente.
No sabía qué responder a eso, y se dio la vuelta tan rápidamente que mis ojos no pudieron seguirlo. Oí un portazo en su coche antes de enfilar el camino. Por muchas veces que lo viese, seguía pareciéndome asombroso que los vampiros pudieran moverse tan rápidamente.
Me hubiese gustado hablar un poco más con Amelia esa noche, pero ella y Bob estaban agotados después del viaje en coche. Habían salido de Nueva Orleans después de toda una jornada de trabajo, Amelia en la tienda Magia Genuina y Bob en el Happy Cutter. Tras quince minutos de idas y venidas entre el baño, la cocina y el coche, se sumieron en el silencio dentro del dormitorio del otro lado del pasillo. Yo me quité los zapatos y fui a la cocina para cerrar la puerta de atrás.
Lanzaba yo un suspiro de alivio por que se terminase el día cuando alguien llamó muy discretamente a la puerta. Salté como una rana. ¿Quién podía ser a esas horas de la noche? Observé el porche por la mirilla con cuidado.
Bill. No lo había visto desde que su «hermana» Judith viniera a visitarlo. Dudé un instante y decidí salir para hablar con él. Bill era muchas cosas para mí: vecino, amigo, mi primer amante. No lo temía.
– Sookie -me llamó con su fría y aterciopelada voz, tan relajante como un masaje-. ¿Tienes visita?
– Amelia y Bob -expliqué-. Acaban de llegar de Nueva Orleans. Los hadas pasarán la noche fuera. Últimamente pasan la mayoría de las noches en Monroe.
– ¿Nos quedamos aquí fuera para no despertar a tus amigos?
No imaginaba que nuestra conversación fuese a durar tanto. Por lo que se veía, Bill no se había pasado sólo para pedirme una taza de sangre. Alcé una mano hacia los muebles del jardín y tomamos asiento en las sillas, ya dispuestas para dos. La cálida noche y su miríada de sonidos nos envolvió como un manto. La luz de seguridad otorgaba al patio trasero unas extrañas formas, oscuras y brillantes a un tiempo.
Cuando el silencio hubo durado lo suficiente para darme cuenta de que tenía sueño, pregunté:
– ¿Cómo van las cosas por tu casa, Bill? ¿Sigue Judith contigo?
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