Hoy me tocaba el primer turno en el trabajo. Mientras me maquillaba, saqué el cluviel dor y lo sostuve contra mi pecho. Tocarlo parecía importante, parecía volverlo más vital. Mi piel lo calentó rápidamente. Fuese lo que fuese lo que se ocultaba dentro de ese pálido verdor parecía acelerarse. También parecía más vivo. Respiré honda y entrecortadamente y lo volví a dejar en el cajón, rociándolo de nuevo con polvos para que pareciese que llevaba allí toda la vida. Cerré el cajón con una nota de pesar.
Ese día sentí a mi abuela más cerca. Pensé en ella mientras conducía hacia el trabajo, mientras preparaba las cosas y en extraños momentos mientras llevaba bandejas y recogía platos. Andy Bellefleur estaba almorzando con el sheriff Dearborn. Me sorprendió ver a Andy en el Merlotte’s después del suceso de hacía dos días.
Pero mi nuevo detective favorito parecía contento de estar allí, bromeando con su jefe y comiendo una ensalada con aliño bajo en calorías. Andy parecía más delgado y joven cada día que pasaba. La vida en matrimonio y la perspectiva de paternidad le sentaban muy bien. Le pregunté por Halleigh.
– Dice que está muy gorda, pero yo no lo creo -comentó con una sonrisa-. Creo que le viene bien que no haya clases. Está haciendo unas cortinas para el cuarto del bebé. -Halleigh daba clases en la escuela elemental.
– La señora Caroline estaría muy orgullosa -aseguré. Caroline Bellefleur, la abuela de Andy, había muerto apenas hacía unas semanas.
– Me alegro de que supiera lo nuestro antes de morir – dijo -. Eh, ¿sabías que mi hermana también está embarazada?
Intenté no parecer asombrada. Andy y Portia se habían casado el mismo día en el jardín de su abuela, y aunque no había sido una sorpresa saber del embarazo de Halleigh, algo en Portia, quizá su madurez, jamás me había hecho pensar en ella como una madre. Le dije a Andy que me alegraba mucho, y era la verdad.
– ¿Se lo dirás a Bill? -me preguntó Andy con timidez-. Aún me siento un poco raro cuando tengo que llamarle.
Mi vecino y antiguo amante, Bill Compton, vampiro para más señas, había revelado finalmente a los Bellefleur que era antepasado suyo, justo antes de la muerte de la señora Caroline. La abuela había reaccionado maravillosamente ante esa perturbadora noticia, pero había sido un hueso más duro de tragar para Andy, que es un hombre orgulloso y poco aficionado a los vampiros. Lo cierto es que Portia había salido algunas veces con él, antes de descubrir su relación. Extraño, ¿verdad? Ella y su marido se habían desembarazado de sus reservas hacia su recién descubierto antepasado y me habían sorprendido con la dignidad con la que habían aceptado a Bill.
– Siempre es un placer transmitir buenas noticias, pero a él le gustaría conocerlas de tu boca.
– Eh, tengo entendido que se ha echado una novia vampira.
Me obligué a parecer feliz.
– Sí, lleva con él unas semanas -dije-. No hemos hablado mucho al respecto. -Más bien nunca.
– ¿La has conocido?
– Sí. Parece agradable. -De hecho, yo había sido la responsable de su unión, pero no era algo que me apeteciese compartir-. Si lo veo, se lo contaré de tu parte, Andy. Estoy segura de que querrá saber cuándo nacerá el bebé. ¿Sabéis qué va a ser?
– Es una niña -respondió con una sonrisa que casi le parte la cara en dos-. La llamaremos Caroline Compton Bellefleur.
– ¡Oh, Andy! ¡Es maravilloso! -Me sentía ridículamente complacida porque sabía que a Bill le gustaría mucho la idea.
Andy parecía abochornado. Supe que sintió alivio cuando sonó su móvil.
– Hola, cariño -dijo tras mirar la pantalla antes de abrir la tapa-. ¿Qué pasa? -Sonrió mientras escuchaba-. Vale, te llevaré el batido -confirmó-. Te veo enseguida.
Bud volvía a la mesa cuando Andy echó un vistazo a la nota y dejó un billete de diez.
– Esa es mi parte -añadió-. Quédate el cambio, Bud, tengo que irme corriendo a casa. Halleigh necesita que coloque la barra de la cortina en el cuarto del bebé y se muere por un batido de caramelo. No serán más que diez minutos. -Nos sonrió y desapareció por la puerta.
Bud se volvió a sentar y sacó lentamente el dinero de su vieja cartera para pagar su parte de la cuenta.
– Halleigh embarazada, Portia embarazada, Tara por partida doble. Sookie, vas a tener que hacer algo si no te quieres quedar rezagada -dijo antes de apurar su bebida-. Está bien este té helado. -Dejó el vaso sobre la mesa con un ligero batacazo.
– No necesito tener un bebé sólo porque otras mujeres vayan a hacerlo -contesté-. Lo tendré cuando esté preparada.
– Pues no lo tendrás nunca si sigues saliendo con ese muerto -dijo Bud a bocajarro-. ¿Qué crees que pensaría tu abuela?
Cogí el dinero, giré sobre mis talones y me alejé. Pedí a Danielle que le llevase el cambio. No quería volver a hablar con Bud.
Es una estupidez, lo sé. Tenía que endurecer más la piel. Y Bud no había dicho ninguna mentira. Claro que él tenía la idea de que todas las mujeres jóvenes desean tener hijos y señalaba que iba por el mal camino. ¡Como si no lo supiera! ¿Qué me habría dicho mi abuela?
Días atrás, habría respondido sin dudarlo. Ahora no estaba tan segura. Había tantas cosas que no sabía de ella. Pero estaba casi segura de que me aconsejaría que siguiese los dictados de mi corazón. Y amaba a Eric. Mientras cogía la cesta de la hamburguesa para llevarla a la mesa de Maxine Fortenberry (siempre almuerza con Elmer Claire Vaudry), me sorprendí ansiando que llegara el ocaso para que despertase. Deseaba verlo con cierta desesperación. Necesitaba la seguridad de su presencia, la certeza de que me amaba también, el apasionado vínculo que sentíamos cada vez que nos tocábamos.
Mientras aguardaba otro encargo en el pasa-platos, observé a Sam, que estaba en la caja. Me preguntaba si él sentía lo mismo por Jannalynn que yo por Eric. Llevaba con ella más tiempo que con cualquier otra persona desde que lo conocía. Quizá pensaba que iba en serio con ella porque se buscaba las tornas para tener algunas noches libres y verla más a menudo, cosa que nunca había hecho con anterioridad. Me sonrió cuando nuestras miradas se encontraron. Me agradaba mucho verlo feliz.
Aunque opinaba que Jannalynn no era lo bastante buena para él.
Casi me eché una mano a la boca. Me sentí tan culpable como si lo hubiese dicho en voz alta. Su relación no era asunto mío, me dije con severidad. Pero una voz en mi interior me decía que Sam era mi amigo y que Jannalynn era demasiado despiadada y violenta como para hacerlo feliz a largo plazo.
Jannalynn había matado, pero yo también. Quizá la catalogaba como violenta porque parecía disfrutar matando. La idea de parecerme a ella en lo esencial (¿a cuántas personas deseaba ver muertas?) era otro motivo de desaliento. El día sólo podía mejorar.
Un pensamiento fatal, sin duda.
Sandra Pelt entró a grandes zancadas en el bar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la vi, aparte de que había intentado matarme. Por entonces era una adolescente, y aún no había cumplido los veinte, pensé; pero parecía un poco mayor, su cuerpo más maduro, y se había hecho un bonito peinado que contrastaba sobremanera con la hosquedad de su expresión. Traía consigo un aura de rabia. Si bien su delgado cuerpo estaba favorecido por unos vaqueros y una camiseta de tirantes sobre una falda suelta, su cara irradiaba demencia. Disfrutaba provocando daño. Era algo que no pasaba desapercibido a poco que mirases en su mente. Sus movimientos eran espasmódicos y llenos de tensión, y recorrió con la mirada a todos los presentes hasta dar conmigo. La mirada se le encendió como los fuegos artificiales del Cuatro de Julio. Tuve una clara visión de su mente. Llevaba una pistola escondida en los vaqueros.
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