– ¡Lo siento! -exclamé al instante-. Parecías tan estresado por todo que no me pareció mal echar un vistazo. Lo dejaré como estaba. – Agarré los papeles y se los entregué a Sam.
– No -expresó, echándose atrás con las manos levantadas-. No, no. Sook, gracias. No se me había ocurrido pedir ayuda. -Bajó la mirada-. ¿Has llamado a la policía?
– Sí. Me ha atendido Kevin Pryor. Nos va a mandar el informe sobre el ataque.
– Gracias, Sook. – Sam parecía como si Santa Claus acabase de aparecer en el bar.
– No me importa rellenar formularios -dije sonriendo-. No te contestan. Será mejor que lo compruebes para asegurarte de que no he metido la pata.
Sam me sonrió sin molestarse en mirar los papeles.
– Buen trabajo, amiga mía.
– Sin problema. -Me había agradado tener algo con lo que mantenerme ocupada para no pensar en los objetos que me aguardaban en el cajón de mi mesilla. Oí que abrían la puerta delantera y miré hacia allí, aliviada porque entraban más clientes. Tuve que esforzarme por contener la expectación de mi rostro al ver que Jannalynn Hopper había llegado.
Sam es un tipo que podríamos catalogar como aventurero en sus relaciones, y Jannalynn no era la primera mujer fuerte (por no decir temible) con la que salía. Baja y delgada, Jannalynn tenía un agresivo sentido del estilo y un feroz deleite hacia su ascenso como lugarteniente de la manada del Colmillo Largo, afincado en Shreveport.
Esa noche, Jannalynn había escogido unos pantalones vaqueros cortos, unas sandalias que se ataban a las pantorrillas y una camiseta de tirantes azul sin sujetador debajo. Llevaba puestos los pendientes que Sam le había comprado en Splendide y como media docena de cadenas y colgantes de diversas longitudes al cuello. Ahora llevaba el corto pelo de tono platino, muy claro y de punta. Parecía un atrapasol, como el que Jason me había regalado para que lo colgara en la ventana de la cocina.
– Hola, cariño -le dijo a Sam al pasar junto a mí sin siquiera dedicarme una mirada de reojo. Aferró a Sam en un posesivo abrazo y lo besó hasta la saciedad.
Él la correspondió, pero sus ondas mentales delataban que se sentía un poco avergonzado. Pero eso poco le importaba a Jannalynn, por supuesto. Me di la vuelta rápidamente para comprobar los niveles de sal y pimienta de los saleros de las mesas, si bien tenía muy claro que todo estaba en orden.
A decir verdad, Jannalynn siempre me había parecido perturbadora, casi temible. Era muy consciente de la amistad entre Sam y yo, sobre todo desde que conocí a su familia en la boda de su hermano y todos se llevaron la impresión de que era su novia. No podía culparla por su suspicacia; yo, en su lugar, me habría sentido igual.
Jannalynn era una joven suspicaz tanto por naturaleza como por profesión. Parte de su trabajo consistía en evaluar amenazas y actuar frente a ellas antes de que Alcide o la manada sufrieran daño alguno. También regentaba el Pelo del perro, un pequeño bar que atendía esencialmente a miembros de la manada del Colmillo Largo y algunos otros cambiantes de Shreveport. Era mucha responsabilidad para alguien tan joven como Jannalynn, pero parecía haber nacido para ese desafío.
Para cuando agoté todas las tareas que se me pasaron por la cabeza, Jannalynn y Sam estaban manteniendo una discreta conversación. Ella estaba sentada en la punta de un taburete, sus musculosas piernas cruzadas elegantemente, y él ocupaba su puesto habitual tras la barra. La expresión de ella estaba llena de determinación, al igual que la de él; fuese cual fuese el asunto del que hablaban, era algo serio. Mantuve mi mente cerrada a cal y canto.
Nuestros clientes hacían todo lo que podían por no quedarse con la boca abierta ante nuestra joven licántropo. Danielle, la otra camarera, le echaba una ojeada de vez en cuando mientras susurraba cosas a su novio, quien había venido para pasarse toda la noche con la misma bebida para ver a su novia contonearse de mesa en mesa.
Al margen de sus posibles defectos, no podía negarse que Jannalynn tenía mucha presencia. No pasaba desapercibida allí donde fuese. (Pensé que eso se debía, en parte, a su aspecto amedrentador nada más se dejaba ver).
Entró una pareja que repasó el local con la mirada antes de escoger una mesa vacía en mi sección. Me sonaban de algo. Tras un instante, los reconocí: Jack y Lily Leeds, detectives privados de alguna parte de Arkansas. La última vez que los había visto, habían venido a Bon Temps para investigar la desaparición de Debbie Pelt, contratados por los padres de ésta. Respondí a sus preguntas en lo que ahora sé que fue una especie de estilo feérico; me había ceñido a la pura verdad, prescindiendo de su espíritu. Había disparado a Debbie Pelt en legítima defensa y no quería ir a la cárcel por ello.
Aquello pasó hacía un año. Lily Bard Leeds seguía tan pálida como entonces, silenciosa e intensa, y su marido seguía siendo atractivo y vital. Los ojos de Lily me encontraron al momento y me fue imposible fingir que no me había dado cuenta. Reacia, me acerqué a su mesa, sintiendo que mi sonrisa crecía a cada paso que daba.
– Bienvenidos de nuevo al Merlotte’s -dije, la sonrisa ya bien amplia-. ¿Qué os pongo? Hemos incluido verduras rebozadas en la carta y las hamburguesas Lafayette están riquísimas.
Lily me miró como si le hubiese sugerido que se comiese gusanos empanados, si bien Jack parecía un poco apesadumbrado. Sabía que no le hubiera importado probar la verdura rebozada.
– Supongo que una hamburguesa Lafayette para mí -pidió Lily sin ningún entusiasmo. Al volverse hacia su acompañante, se le estiró la camiseta y reveló unas viejas cicatrices que rivalizaban con las mías recientes.
Bueno, siempre hay algo en común.
– Otra para mí -dijo Jack-. Y si tienes un momento libre, nos gustaría hablar contigo. -Sonrió, y la larga y fina cicatriz de su rostro se flexionó cuando arqueó las cejas. ¿Es que tocaba noche de mutilaciones personales? Me pregunté si su chaqueta ligera, innecesaria con ese tiempo, ocultaría cosas más horribles.
– Podemos hablar. Supongo que no habréis vuelto al Merlotte’s por su maravillosa cocina -contesté, y tomé nota de las bebidas antes de dejar el pedido a Antoine.
Volví a la mesa con sus tés helados y un plato de rodajas de limón. Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie necesitaba nada antes de sentarme frente a Jack, con Lily a mi izquierda. Era guapa, pero tan controlada y muscular que tuve la sensación de que podría jugar al frontón con ella. Hasta su mente reflejaba orden y rigor.
– ¿De qué queréis que hablemos? -pregunté, proyectando mi mente hacia ellos. Jack estaba pensando en Lily, alguna preocupación sobre su salud, no, la de su madre. Un cáncer de pecho reproducido. Lily estaba pensando en mí, haciéndose preguntas, sospechando que era una asesina.
Eso me dolió.
Pero era verdad.
– Sandra Pelt ha salido de la cárcel -informó Jack Leeds y, si bien oí sus palabras en su cerebro antes que en su boca, no pude disimular mi expresión de sorpresa.
– ¿Estaba en la cárcel? Por eso no la había visto desde que murieron los suyos. -Sus padres habían prometido que la mantendrían bajo control. Tras saber de su muerte, me pregunté cuánto tardaría en aparecer por aquí. Al no verla enseguida, me relajé-. ¿Y por qué me decís esto? -logré decir.
– Porque te odia a muerte -explicó Lily tranquilamente-. Y ningún tribunal te halló culpable de la desaparición de su hermana. Ni siquiera fuiste arrestada. Tampoco creo que jamás vayas a serlo. Quizá seas inocente, aunque no lo creo. Sandra Pelt está sencillamente loca. Y está obsesionada contigo. Creo que deberías andarte con cuidado. Mucho cuidado.
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