Victor miró a la mujer pálida como si acabase de reparar en su presencia.
– Oh, ¿acaso la conoces? -preguntó dejadamente-. Sí, ahora que lo recuerdo, alguien me lo ha mencionado. Eric, ¿es ésta la mujer que me contaste que Pam deseaba convertir? Lamento haber tenido que decir que no, ya que, según veo, no vivirá bastante.
Pam no se inmutó. Ni siquiera parpadeó.
– Podéis iros -continuó Victor, exagerando el tono improvisado -, ya que os he comunicado la noticia de mi regencia y habéis visto mi precioso club. Oh, estoy pensando en abrir un establecimiento de tatuajes y puede que una firma de abogados, aunque el hombre que tengo pensado para el puesto debería estudiar Derecho moderno. Se sacó su licenciatura en París, allá por el siglo XVIII. -Su indulgente sonrisa se evaporó al momento-. ¿Sabías que como regente tengo derecho a abrir negocios en el dominio de cualquier sheriff? Todo el dinero de los nuevos clubes vendrá directamente a mí. Espero que tus ingresos no se resientan demasiado, Eric.
– En absoluto -replicó Eric. En realidad, no creo que aquello tuviese ningún significado -. Todos formamos parte de tu dominio, mi señor. -Si su voz hubiese sido la colada, habría dado latigazos al aire de lo seca que era.
Nos levantamos, más o menos a la vez, e inclinamos la cabeza hacia Victor. Este agitó una mano desdeñosa y se estiró para besar a Mindy Simpson. Mark se arrimó más al otro lado del vampiro para acariciarle el hombro con la nariz. Pam se dirigió hacia Miriam Earnest y la rodeó con un brazo para ayudarla a levantarse. Una vez de pie y apoyándose en Pam, Miriam se concentró para conseguir llegar hasta la puerta. Puede que su mente estuviese empañada, pero sus ojos eran como gritos.
Abandonamos el local envueltos en un torvo silencio (al menos en cuanto a nuestra conversación; por los altavoces sonaba Never let up ), escoltados por Luis y Antonio. Los hermanos pasaron junto a la robusta Ana Lyudmila para seguirnos hasta el aparcamiento, cosa que me sorprendió.
Tras rebasar la primera fila de coches, Eric se giró para encararlos. No era casualidad que un Escalade bloquease la vista entre Ana Lyudmila y nuestro pequeño grupo.
– ¿Tenéis alguna cosa que decirme, vosotros dos? -preguntó con mucha suavidad. Como si de repente comprendiese que estaba fuera del Beso del Vampiro, Miriam boqueó y se echó a llorar. Pam la cogió en brazos.
– No fue idea nuestra, sheriff -dijo Antonio, el más bajo de los dos. Sus abdominales embadurnados en aceite destellaron bajo las luces del aparcamiento.
– Somos leales a Felipe, nuestro verdadero rey -continuó Luis -, pero Victor no es una persona fácil de satisfacer. Fue un castigo para nosotros la noche que nos asignaron venir a Luisiana para servirle. Ahora que Bruno y Corinna han desaparecido, todavía no ha encontrado a nadie que los sustituya. No hay ningún lugarteniente con fuerza. No para de viajar, intentando mantener bajo vigilancia cada rincón de Luisiana -prosiguió Luis, sacudiendo la cabeza-. Abarcamos más terreno del que podemos controlar. Tiene que asentarse en Nueva Orleans, reconstruir la estructura vampírica local. No tenemos por qué ir por ahí con unos trapos de cuero que apenas nos tapan el trasero, drenando los ingresos de tu club. Reducir a la mitad los ingresos no es una política económica saludable, y los costes de inversión fueron muy altos.
– Si lo que queréis es que declare una traición abierta a mi nuevo señor, os habéis equivocado de vampiro -señaló Eric, y yo intenté impedir abrir la boca como una tonta. Pensé que había vuelto la Navidad en pleno junio cuando Luis y Antonio revelaron su descontento, pero estaba claro que no había sido lo suficientemente malpensada una vez más.
– Los shorts de cuero son atractivos comparados con la mierda sintética que yo tengo que ponerme -dijo Pam. Sostenía a Miriam, pero no la miró para referirse a ella, como si deseara que todos nos olvidásemos de que la chica estaba allí. La queja sobre su indumentaria no era injustificada, pero sí irrelevante. Pam se sentía inútil si no estaba trabajando. Antonio le lanzó una mirada de asqueada desilusión.
– Esperábamos que fueses mucho más fiera -murmuró. Miró a Eric-. Y de ti que fueses más audaz. -Él y Luis se volvieron y regresaron al club.
Después de aquello, Pam y Eric empezaron a moverse con rapidez, como si tuviésemos un plazo para abandonar la propiedad.
Pam cogió en volandas a Miriam y la llevó al coche de Eric. Éste abrió la puerta de atrás para que deslizara a su novia en el asiento y luego ocupara la plaza de al lado. Al parecer, las prisas eran la tónica de la noche, así que me subí al asiento del copiloto y me abroché el cinturón en silencio. Miré hacia atrás y vi que Miriam se había desmayado en cuanto se sintió a salvo.
Cuando abandonamos el aparcamiento, Pam empezó a reír disimuladamente mientras Eric esbozaba una amplia sonrisa. Estaba demasiado desconcertada para preguntarles qué era tan divertido.
– Es que Victor no se puede contener -dijo Pam-. Mira que montar un numerito con mi pobre Miriam.
– ¡Y luego la inestimable oferta de los gemelos de los shorts de cuero!
– ¿Viste la cara de Antonio? -preguntó Pam-. ¡En serio, no recuerdo habérmelo pasado tan bien desde esa vez que le enseñé los colmillos a esa vieja que se quejaba del color con el que había pintado mi casa!
– Eso les dará algo en lo que pensar. -Rió Eric. Me miró con los colmillos extendidos -. Ha sido un gran momento. No puedo creer que pensara que picaríamos con eso.
– ¿Y si Antonio y Luis eran sinceros? -pregunté-. ¿Y si Victor ha tomado la sangre de Miriam o la ha convertido él mismo? -Me revolví en el asiento para mirar a Pam.
Me observaba casi con lástima, como si yo fuese una romántica desesperada.
– Eso es imposible -dijo-. Estaba en un lugar público, ella tiene muchos familiares humanos y sabe que lo mataría si lo hiciese.
– No si murieses tú antes -afirmé. Eric y Pam no parecían compartir mi respeto por las tácticas letales de Victor. Casi parecían locamente arrogantes-. ¿Y cómo estáis tan seguros de que Luis y Antonio os estaban tendiendo una trampa sólo para ver cómo reaccionabais?
– Si iban en serio con lo que decían, volveremos a saber de ellos -zanjó Eric-. Si lo han intentado con Felipe y éste los ha rechazado, no les quedará otro recurso.
Y sospecho que eso es lo que ha pasado. Dime, amor mío, ¿qué pasaba con las bebidas?
– Lo que pasaba es que había rebañado el interior de los vasos con sangre de hada -expliqué -. El camarero humano, el tipo de los ojos grises, me dio la pista.
De repente, sus sonrisas desaparecieron como si alguien hubiese pulsado un interruptor. Tuve un instante de desagradable satisfacción.
La sangre pura de hada es tóxica para los vampiros. No había forma de saber qué habrían hecho Pam y Eric si hubiesen bebido de esos vasos. Y lo hubiesen hecho de un trago, ya que el olor es tan arrebatador como la propia sustancia.
En cuanto a intentos de envenenamiento, ése era de los sutiles.
– No creo que esa cantidad hubiese provocado que actuásemos de modo incontrolado -dijo Pam, pero no parecía muy confiada.
Eric arqueó sus cejas rubias.
– Fue un experimento cauteloso -comentó, pensativo-. Podríamos haber atacado a cualquiera en el club, o podríamos haberla emprendido con Sookie por su interesante aroma feérico. Podríamos haber cometido una estupidez en público, en todo caso. Nos podrían haber arrestado. Detenernos fue una jugada excelente, Sookie.
– Sirvo para algunas cosas -respondí, borrando el acceso de miedo que me provocaba la idea de que Eric y Pam se lanzasen sobre mí presas de un frenesí feérico.
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