Charlaine Harris - El Día del Juicio Mortal

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El juicio final está en camino, y Sookie Stackhouse tiene una habilidad especial para situarse en medio de los problemas; en particular cuando es testigo del ataque con bombas incendiarias al Merlotte’s, el bar donde trabaja. Dado que Sam Merlotte es conocido por su doble naturaleza. Las sospechas inmediatamente recaen sobre los cambiantes de la zona. Sookie tiene otra opinión, pero antes de que pueda investigar surge algo aún más peligroso.
El amante de Sookie, Eric Northman, y su “niña” Pamela están tramando algo en secreto. Sea lo que sea, parecen decididos a mantener a Sookie al margen. Pero Sookie está igual de decidida a descubrir que está ocurriendo. No puede permanecer de brazos cruzados cuando tanto su trabajo como su vida amorosa están amenazados. Sin embargo, cuanto más progresa en sus investigaciones, más consciente es de que la situación es más mortal de lo que nunca hubiera podido imaginar.

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Y entonces vimos la fuente de tanta tensión.

Victor estaba sentado en la parte de atrás, en una especie de apartado VIP. El recinto estaba rodeado por una bancada cuadrada roja de terciopelo, ante la cual se centraba la típica mesa baja de centro. Estaba atestada de pequeños bolsos de noche, copas a medio beber y billetes de dólar. Victor ocupaba el centro del grupo, abarcando con los brazos a la chica y el chico que lo flanqueaban. Aquello era una estampa de lo que los humanos conservadores más temían: el vampiro depravado seduciendo a la juventud de Estados Unidos, induciéndola a participar en orgías, a la bisexualidad y al consumo de sangre. Miré a los dos humanos. Si bien uno era chico y la otra chica, a la vista parecían lo mismo. Adentrándome en sus mentes, me di cuenta rápidamente de que ambos estaban drogados, ambos tenían veintiún años y ambos eran sexualmente experimentados. Sentí un poco de pena por ellos, pero sabía que no podía sentirme responsable. Aunque aún les quedaba darse cuenta, no eran más que las mascotas de Víctor. Su posición se correspondía con su vanidad.

Había otra humana en el apartado, una joven que se sentaba sola. Llevaba un vestido blanco de falda larga y sus ojos marrones se fijaron en Pam con desesperación. Estaba claramente aterrada por la compañía. Un instante antes habría apostado a que Pam no podría ahondar más en su rabia y su desdicha, pero me había equivocado.

– Miriam -susurró Pam.

Oh, por Jesucristo Pastos de Judea. Ésa era la mujer que Pam quería convertir, la misma que quería convertirse en su vampira neonata. Debía de ser la mujer más enferma que había visto fuera de un hospital. Pero su pelo marrón claro estaba peinado para la fiesta, la habían maquillado, si bien los cosméticos resaltaban tanto en su rostro profundamente pálido que los labios parecían blancos.

Eric no mostró expresión alguna, pero sabía que se estremecía por dentro, pugnando por mantener la cara de póquer y los pensamientos claros.

Victor se había ganado muchos puntos con esa emboscada.

Luis y Antonio se situaron en la entrada del apartado VIP tras facilitarnos el paso. No estaba muy segura de si estaban allí para impedir que entrase nadie o que saliésemos nosotros. También nos custodiaban figuras de Elvis a tamaño real. No me impresionaron. Había conocido al Elvis auténtico.

Víctor nos dio la bienvenida con una maravillosa sonrisa, blanca y llena de dientes, tan brillante como la del presentador de un concurso.

– ¡Eric, cómo me agrada verte en mi nuevo proyecto empresarial! ¿Te gusta la decoración? – Abarcó el atestado club con mano ligera. Si bien no era un hombre muy alto, quedaba muy claro que era el rey en su castillo, y estaba saboreando cada minuto. Se inclinó hacia delante para coger su copa de la mesa.

Hasta el cristal de la copa era dramático: oscuro, ahumado, acanalado. Encajaba con esa «decoración» de la que tanto se enorgullecía. Si tuviera la ocasión de describírselo a alguien, cosa que me parecía muy poco probable en ese momento, la habría definido como «burdelesco» temprano: mucha madera oscura, exceso de papel en la pared, cuero y terciopelo rojo. Se me hacía pesado y muy colorido, aunque probablemente hablasen mis prejuicios por mí. La gente que no paraba de dar vueltas en la pista de baile parecía estar pasándolo bien independientemente de la decoración. La banda que tocaba estaba compuesta por vampiros, así que tocaba genial. Tocaban canciones del momento salpicadas con temas más blues y rock. Dado que la banda podría haber tocado con Robert Johnson y Memphis Minnie, contaban a sus espaldas con varias décadas de práctica.

– Estoy asombrado -dijo Eric con una voz absolutamente neutra.

– ¡Perdonad mis modales! Sentaos, por favor -invitó Víctor-. Os presento a… ¿cómo te llamabas, cariño? -preguntó a la chica.

– Soy Mindy Simpson -dijo con una sonrisa coqueta-. Éste es mi marido, Mark Simpson.

Eric devolvió el saludo con un parpadeo de ojos. Pam y yo aún no habíamos entrado en el juego de la conversación, así que no nos vimos en la necesidad de responder.

Victor no nos presentó a la mujer pálida. Era evidente que se guardaba lo mejor para el final.

– Veo que has traído a tu querida esposa -indicó Victor cuando como recién llegados tomamos asiento a su derecha, en la larga bancada. No era tan cómoda como hubiese esperado, y la profundidad del asiento no compaginaba muy bien con la longitud de mis piernas. La talla de Elvis a tamaño real a mi derecha estaba ataviada con su famoso mono de paracaidista. Qué estilo.

– Sí, estoy aquí -respondí, desalentada.

– Y tu famosa lugarteniente, Pam Ravenscroft -prosiguió Victor, como si nos estuviese identificando a un micrófono oculto.

Apreté la mano de Eric. No podía leerme la mente, que (al menos en ese momento) me parecía una lástima. Estaban pasando allí muchas cosas que no conocíamos. A ojos de un vampiro, como esposa humana de Eric, aparecía como primera concubina designada. El título de «esposa» me proporcionaba estatus y protección, volviéndome teóricamente intocable para otros vampiros y sus siervos. No me alegraba precisamente de ser una ciudadana de segunda clase, pero cuando comprendí por qué Eric me había engañado para acabar así, fui reconciliándome poco a poco con mi título. Ahora era el momento de demostrarle un poco de apoyo a cambio.

– ¿Desde cuándo está abierto el Beso del Vampiro? -Sonreí al aborrecible Victor. Tenía años de experiencia a la espalda de parecer feliz cuando no lo estaba y era la reina de la charla casual.

– ¿No has visto toda la publicidad previa? Sólo tres semanas, pero ha sido todo un éxito -dijo Victor, apenas mirándome. No le interesaba en absoluto como persona. Ni siquiera se sentía atraído por mí sexualmente. Creedme, reconozco esas señales. Estaba más interesado en mí como criatura cuya muerte heriría a Eric. En otras palabras, mi ausencia sería más útil que mi existencia.

Como se estaba dignando a hablar conmigo, se me ocurrió aprovechar la ocasión.

– ¿Pasas mucho tiempo aquí? Me sorprende que no te necesiten más a menudo en Nueva Orleans. -¡Toma! Esperé su respuesta con la sonrisa fija en mi cara.

– Sophie-Anne prefería una base permanente en Nueva Orleans, pero yo veo la tarea de gobierno como algo más flexible -respondió Victor ingeniosamente-. Me gusta mantener una mano firme sobre todo lo que ocurre en Luisiana, sobre todo desde que sé que soy un simple regente que cuida del Estado para Felipe, mi amado rey. -Su sonrisa se transformó en una mueca feroz.

– Felicidades por la regencia -dijo Eric, como si no existiese nada más deseable.

Había mucha falsedad en aquel lugar. Tantas indirectas que podías ahogarte en ellas. Y puede que nos ocurriese.

– Eres más que bienvenido -remarcó Victor con ferocidad-. Sí, Felipe me ha decretado como su regente. Es muy poco habitual que un rey consiga amasar tantos territorios como él, y se ha tomado su tiempo para decidir qué hacer. Y ha decidido quedarse todos los títulos para él.

– ¿También serás el regente de Arkansas? -preguntó Pam. Al oír su voz, Miriam Earnest empezó a llorar. Hasta el momento, había intentado hacer el menor ruido posible, pero no hay sollozo que pase desapercibido. Pam no la miró.

– No -contestó Victor a regañadientes -. Rita la Roja ha recibido ese honor.

No sabía quién podía ser Rita la Roja, pero tanto Eric como Pam parecían impresionados.

– Es una gran luchadora -me dijo Eric -. Una vampira poderosa. Es una gran elección para reconstruir Arkansas.

Genial, a lo mejor podríamos irnos a vivir allí.

Si bien no puedo leer la mente de los vampiros, esa vez no me fue necesario. Bastaba con observar el rostro de Victor y comprender que había deseado, anhelado, el título de rey y deseado gobernar los nuevos territorios de Felipe. Su decepción se había mudado en ira, y canalizaba esa ira hacia Eric, el objetivo más claro a su alcance. Provocarlo y entrometerse en su territorio ya no era suficiente para Victor.

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