Tuve que sonreír.
– Pues claro -asentí. Adoro los regalos. La tostadora no había sido más que un anticipo. Ésta era la sorpresa.
Retiré la funda de plástico cuidadosamente. La prenda era un vestido. Probablemente.
– Esto, ¿esto es todo? -pregunté, sosteniéndolo en alto. Era apenas una tirilla para el cuello en forma de U; una amplia U, tanto por delante como por detrás, y el resto era un brillante tejido plisado y broncíneo, como si fuesen muchas cintas de bronce cosidas juntas. Bueno, en realidad no tantas. La vendedora había dejado la etiqueta del precio. Intenté no mirarla, no lo conseguí y no pude evitar dejar caer la mandíbula una vez asimilada la cifra. Por ese precio, podía comprar diez prendas en Wal-Mart, o tres en Dillard’s.
– Estarás preciosa -afirmó Eric con una significante sonrisa de pillo-. Todos me envidiarán.
¿Quién no se sentiría bien vistiendo eso?
Salí del cuarto de baño y descubrí que mi nuevo amigo Immanuel había vuelto. Había desplegado todo un centro de peinado y maquillaje sobre mi tocador. Me sentí muy extraña en la compañía de dos hombres en mi habitación. Esa noche, Immanuel parecía de mucho mejor humor. Incluso su atrevido corte de pelo lucía más interesante. Mientras Eric observaba tan atentamente como si sospechase que Immanuel fuese un asesino, el delgaducho peluquero me repeinó, me onduló y me maquilló. No me lo había pasado tan bien delante de un espejo desde que Tara y yo éramos pequeñas. Cuando Immanuel terminó, mi aspecto era… brillante y confiado.
– Gracias -atiné a decir, preguntándome dónde se había escondido la auténtica Sookie.
– Un placer -repuso Immanuel seriamente-. Tienes una piel estupenda. Me encanta trabajar contigo.
Nadie me había dicho nunca nada parecido, y lo único que se me ocurrió por respuesta fue:
– Déjame una tarjeta, por favor.
Se sacó una y la apoyó contra una muñeca de porcelana que mi abuela adoraba. La yuxtaposición me hizo sentir un poco triste. Habían pasado muchas cosas desde su muerte.
– ¿Qué tal está tu hermana? -pregunté, ya que estaba pensando en cosas tristes.
– Hoy ha tenido un día genial -dijo Immanuel-. Gracias por preguntar.
Si bien no miró a Eric mientras lo comentaba, vi que aquél apartaba la mirada, la mandíbula tensa. Estaba irritado.
Immanuel se marchó después de recoger su parafernalia. Encontré un sujetador sin tirantes y un tanga (prenda que odiaba, pero ¿quién querría ponerse ropa interior normal debajo de un vestido como ése?), y empecé a prepararme. Afortunadamente, tenía unos zapatos negros de tacón alto. Sabía que unas sandalias de tira irían mejor con el vestido, pero tendría que conformarme con los tacones.
Eric no se perdió detalle mientras me vestía.
– Qué suave -dijo, pasando su mano por mi pierna.
– Eh, si sigues haciendo eso no iremos a ningún club y toda esta preparación habrá sido en balde. -Llamadme patética, pero la verdad es que deseaba que alguien, aparte de Eric, contemplase el efecto total de mi nuevo vestido, el nuevo maquillaje y el nuevo peinado.
– Yo no diría eso -replicó, pero optó por ponerse su propia ropa para la fiesta. Le recogí la melena en una coleta con una cinta negra para que tuviese aspecto acicalado. Parecía un bucanero en horas libres.
Deberíamos estar contentos, emocionados por nuestra cita, ansiando bailar juntos en el club. Era incapaz de saber lo que estaba pensando Eric mientras nos dirigíamos hacia el coche, pero sabía que no estaba contento con el lugar adonde íbamos y lo que teníamos que hacer.
Ya éramos dos.
Decidí aligerar la atmósfera con un poco de conversación ligera.
– ¿Cómo vas con los nuevos vampiros? -pregunté.
– Vienen cuando deben y pasan el tiempo que tienen que pasar en el bar -dijo Eric sin entusiasmo. Tres de los vampiros que habían acabado en la Zona de Eric tras el Katrina le habían pedido permiso para quedarse, aunque deseaban anidar en Minden, no en la propia Shreveport.
– ¿Qué pasa con ellos? -dije -. No pareces muy emocionado con las nuevas incorporaciones a tus filas. -Me deslicé en el asiento. Eric rodeó el coche.
– Palomino es buena -admitió a regañadientes tomando el asiento del conductor-. Pero Rubio es estúpido y Parker es débil.
No conocía a los tres lo suficiente como para debatirlo. Palomino, de quien sólo se conocía ese nombre, era una joven y atractiva vampiresa con un aspecto poco convencional; su piel era morena, pero el pelo era rubio platino. Rubio Hermosa era guapo, pero Eric tenía razón; era un tipo oscuro con muy poca conversación. Parker era el mismo bicho raro en la muerte que había sido en vida, y a pesar de haber mejorado las instalaciones informáticas del Fangtasia, se pasaba la vida asustado por su propia sombra.
– ¿Quieres contarme lo de tu discusión con Pam? -le pregunté tras abrocharme el cinturón. En vez de su Corvette, Eric había traído el Lincoln del club. Era increíblemente cómodo, y dada su forma de conducir con el Corvette, siempre me resultaba agradable salir con el Lincoln.
– No -zanjó Eric. De repente estaba muy pensativo y emanaba preocupación.
Esperé a que ordenara sus pensamientos.
Esperé un poco más.
– Vale -dije, esforzándome por recuperar mi sentido del placer en una cita con un hombre extremadamente atractivo-. Muy bien. Lo haremos a tu manera. Pero me temo que el sexo será un poco menos espectacular si sigo preocupada por ti y por Pam.
Esa concesión a la ligereza me granjeó una oscura mirada por su parte.
– Sé que Pam quiere crear otro vampiro -señalé-. Sé que hay un elemento de tiempo implicado.
– Immanuel no debería haber hablado -contestó Eric.
– Fue agradable que alguien compartiese información conmigo; información directamente relacionada con gente que me importa. -¿Es que tenía que hacerle un croquis?
– Sookie, Víctor me ha ordenado que no dé permiso a Pam para tomar un vampiro neonato. -La mandíbula de Eric se selló como una trampa de acero.
Oh.
– Intuyo que los reyes controlan la procreación -dije con cautela.
– Sí. Absolutamente. Pero entenderás que Pam me está volviendo loco con esto, al igual que Victor.
– Pero Victor no es el rey, ¿verdad? ¿Y si se lo consultas directamente a Felipe?
– Cada vez que me salto a Victor, encuentra una forma de castigarme.
De nada servía seguir hablando del tema. Dos fuerzas opuestas tiraban de Eric al mismo tiempo.
Así, de camino al club de Victor, que, según Eric, se llamaba El Beso del Vampiro, hablamos de la visita de los de la tienda de antigüedades al día siguiente. Me habría encantado hablar de infinidad de cosas, pero a la vista de la abrumadora dificultad que afrontaba Eric, no quise esgrimir mis propios problemas. Además, tenía la sensación de que no conocía todos los particulares de la situación de Eric.
– Oye -dije, consciente de que mi voz surgió muy abruptamente y con demasiada intensidad-. No me lo cuentas todo sobre tus negocios, ¿me equivoco?
– No te equivocas -respondió claramente-. Pero se debe a muchas razones, Sookie. Las más importantes son que no podrías hacer más que preocuparte y te pondrían en peligro. El conocimiento no siempre es poder. – Apreté los labios y rehusé mirarlo. Infantil, lo sé, pero no acababa de creerle.
Tras un momento de silencio, añadió:
– También está el que no estoy acostumbrado a compartir mis preocupaciones diarias con ningún humano, y hay costumbres difíciles de cambiar después de miles de años.
Vale. Y uno de esos secretos me implicaba a mí. Vale. Evidentemente, Eric interpretó mi introspección y aceptación de mala gana, porque decidió que se había acabado la tensión del momento.
Читать дальше