Christine Feehan - Juego Mortal

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Comenzó como una misión para encontrar a un político muy conocido cuyo avión se estrelló en el Congo. Pero la riesgosa operación tomó un giro inesperado cuando Mari, un miembro físicamente mejorado del equipo de rescate, fue tomada como rehén por las fuerzas rebeldes.
Ahora, encarcelada en un recinto aislado, Mari tiene sólo una oportunidad para sobrevivir: escapar. Pero ella no contaba con Ken Norton, un experto asesino y un guerrero Fantasmas, que lucha para dejar atrás las paredes de la prisión en una misión por sí mismo… una que involucra al propio pasado de Mari y al destino misterioso de su hermana gemela… y que unirá a Ken y a Mari en una pasión embriagadora que subirá las apuestas en el juego más mortal de supervivencia que ellos hayan jugado alguna vez.

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– Si. También Jack.

Jack. El atractivo. El único que tenía la cara de Ken. ¿Cómo se sentía estando al lado de su hermano cada día, mirando la cara que debería haber tenido? Tenía que doler. No importaba cuan estoico fuera, no importaba cuanto quisiera a su hermano, tenía que mirar esa cara y sentir dolor.

Mari le estudió mientras inclinaba una cadera perezosamente contra la pared distante, allí en las sombras. Estaba segura de que era un lugar donde estaba más cómodo. ¿Se daba cuenta de que las cicatrices no eran tan obvias como a la luz deslumbrante? ¿De que cuando la oscuridad le tocaba, su cara era casi tan atractiva como la de Jack? Lo dudaba. Era partidario de las sombras porque podía desaparecer en ellas.

– ¿Y Jack conoce a esta Briony que afirmas que es mi hermana?

Él suspiró.

– ¿Vamos a jugar?

– Eres un soldado, probablemente de operaciones especiales. ¿Cuánto estás dispuesto a entregar? Ni siquiera tu nombre, rango y número de serie. No existes en el ejército, ¿verdad?

– Sé tu nombre. Es Marigold. Tu hermana me lo dijo. Sufre tremendo dolor cuando trata de recordarte, porque Whitney manipuló sus recuerdos. Ha estado frenética tratando de encontrarte. Whitney mató a sus padres adoptivos cuando se negaron a permitirle ir a Colombia. ¿Sabes por que estaba tan decidido a que ella fuera allí? -No esperó por la respuesta-. Quería que se encontrara con Jack. Quería que le conociera y así él podría continuar con su último experimento. Quiere su hijo.

Su corazón latió fuertemente en su pecho y la bilis subió otra vez. Esta vez no podría pararla.

– Voy a enfermar.

Estuvo allí en un instante, entregándole una pequeña palangana. Era humillante estar en la cama vomitando las entrañas bajo su penetrante mirada. Quería gritarle que se fuera y la dejara así podría rabiar por la injusticia, y la traición. Había sacrificado todo por mantener a Briony a salvo. Todo . Había aguantado su vida estéril, viviendo sin una casa o una familia, no viendo nunca el exterior del recinto a menos que estuviera en una misión, el entrenamiento castigador, la disciplina y los experimentos, todo eso. Lo aguantó sin protestar para que Briony pudiera tener una vida en algún lugar. Ese fue el trato que había hecho de niña, con el diablo. Le había prometido que si cooperaba, Briony podría vivir una vida de ensueño. Podría tener un cuento de hadas. Amor. Risas. Familia. Se suponía que Briony tenía todo eso.

Ken le entregó una tela mojada para limpiarse la boca. No se encontró con esos ojos brillantes. No podía. Si estaba diciendo la verdad -y de repente sospechaba que así era- toda su vida había sido una mentira, y si Ken veía su cara justo entonces, lo sabría.

Whitney no cuidaba de los soldados que albergaba en sus recintos. Le había vigilado mientras él hacía sus observaciones sobre todos ellos, sus fríos ojos de serpiente excitados y fanáticos cuando conseguía sus resultados, y enfadados y malévolos cuando no. No eran reales para él -no eran personas- solo sujetos de prueba.

– ¿Se conocieron en Colombia? -Su voz era un susurro, un sonido estrangulado que estaba demasiado cerca de las lágrimas. Las lágrimas eran una debilidad… una que los soldados no consentían. ¿Cuán a menudo había oído eso cuando era una niña? Los soldados no jugaban. Los soldados eran deber, privaciones y habilidades.

– No. Sus padres se negaron a permitirle ir y él los asesinó. Ella entró justo después y los encontró. -Su voz era suave, como si supiera que estaba hiriéndola con el relato-. Tiene hermanos, pero como tu, necesita un ancla. Vivir en cercana proximidad sin una, era un infierno para ella a veces. Particularmente cuando era niña, antes de que fuera lo bastante fuerte para construir algunas pequeñas protecciones.

Mari asintió. Sabía lo que era ser bombardeada con demasiadas emociones, y un niño viviendo en una casa con padres y hermanos habría tenido dolores de cabeza, desmayos, quizás incluso derrames cerebrales.

– Lo hizo con el propósito de ver cuan dura sería, ¿verdad? Yo estuve en un ambiente controlado y estéril, y ella fue llevada a una casa caótica y concurrida. Quería comparar como lo manejábamos.

– Eso es lo que creemos.

– Y quería que tuviera al bebé de tu hermano porque él es genéticamente realzado, ¿verdad?

Ken asintió.

– Si. Creemos que te quería a ti embarazada al mismo tiempo.

Otra vez no hubo inflexión en su voz, ningún cambio de expresión, sus ojos fríos completamente insondables, los suyos hicieron una mueca de dolor, presintiendo el peligro extremo. Era extraño que nunca se moviera, ni siquiera un músculo ondulara, pero el aura de peligro, la tensión de la habitación parecía crecer a veces como si ella apenas pudiera respirar, esperando el desastre. Había estado alrededor de soldados genéticamente alterados durante la mayor parte de su vida -ella misma lo era- y algunos, como Brett, eran crueles; otros eran hombres que ella respetaba, pero todos ellos eran peligrosos. Solamente acababa de sentir algo más en Ken. No podía poner su dedo exactamente en lo que era, pero sabía que nunca querría entrar en combate contra él otra vez. Había tenido suerte.

– ¿Mari?

La manera en que dijo su nombre la sacudió. Una caricia. Un roce de terciopelo. Creaba intimidad cuando no había ninguna. Siempre sonaba tan suave. Los hombres no eran suaves. Los soldados no eran suaves. Los hombres como Ken, depredadores, cazadores, no eran suaves. ¿Cómo podía hacerla sentir tan vulnerable con solo su voz?

– ¿Qué quieres que diga? Si, tienes razón. -Debería haber mantenido su boca cerrada. Cualquiera habría oído la tensión, la ira, el temor reprimido y el dolor. Su vida había sido un infierno desde que Whitney había decidido emparejar a mujeres genéticamente alteradas con soldados. No le preocupaba si las mujeres querían a los hombres; de hecho, parecía encantado viendo cuan lejos estaban los hombres dispuestos a llegar para conseguir la cooperación de las mujeres. Todo estaba meticulosamente detallado y documentado. Y a hombres como Brett no les gustaba fallar.

– ¿Intentó forzar la cooperación de las mujeres?

Suprimió una pequeña risa histérica. Era una manera suave de decirlo.

– Whitney no lo pondría de ese modo. Crea una situación y se sienta detrás a observar. No es lo suficientemente sucio como para forzarnos. Deja eso a los hombres. -Presionó los labios juntos y se dio la vuelta. ¿Cómo podía estar revelando información? Información personal, esencial. Tenía que estar drogada.

– Whitney es un bastardo de primera clase. -Ken se movió, un ondular de músculos, un deslizar de silenciosos pasos por la habitación hasta que estuvo una vez más a su lado y pudo respirarle en sus pulmones.

Su palma estaba fría en su frente mientras le retiraba el cabello.

– Falsificó su propia muerte y ha ido bajo tierra. Alguien en lo más alto le ayuda. Después de que Jack encontrara a Briony…

– ¿Cómo? Todo esto parece una coincidencia demasiado grande para tragarse. Ha ocurrido que tú eras el tirador cuando suponíamos que protegíamos al senador. Fallaste cuando probablemente nunca has perdido en tu vida.

– No fallé.

– Fallaste.

El Fantasmas de una sonrisa tiró de su boca. Sus dientes blancos destellaron. El efecto fue impresionante. El estómago dio un salto mortal. Incluso sus dedos rotos sintieron un hormigueo, dedos que él había aplastado. Recordó el rápido ataque, tan rápido que él parecía una mancha en movimiento. Incluso aunque había tratado de cumplir sus promesas a las otras mujeres, había admirado su eficiencia.

– Dime -instó ella.

– Empezó con el Senador Freeman. Volaba sobre el Congo, sobre territorio enemigo, y su avión bajó. Misteriosamente. El General Ekabela, quien era célebre por torturar prisioneros no tocó al senador, al piloto, o a cualquiera que viajara en el avión. Como mínimo el piloto debería haber sido asesinado. -Esperó un momento, dejando que las implicaciones penetraran-. Se suponía que Jack lideraría una misión de rescate y sacaría al senador. Las órdenes vinieron pero Jack estaba todavía en Colombia. Se topó con inconvenientes allí, así que tomé su lugar.

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