Había una parte de él que detestaba la manera en que la lujuria se entrometía, tan aguda y terrible que podía saborearla en la lengua. Comenzaba a ansiarla como una droga a la que fuera adicto. Quería consolarla y tranquilizarla, hablar de cosas que le importasen, pero su polla latía y quemaba por ella, estirándose hasta el punto de estallar, un urgente recuerdo de que estaba vivo y era infinitamente más que un hombre normal.
Tal vez era la necesidad de enseñarle que bajo la máscara no era un monstruo, que por ella podría apartar sus instintos básicamente animales y ser un hombre mejor. Estuvo cerca de morir. Técnicamente, aunque no pensaba en ella como en una prisionera, lo era, y eso la hacia vulnerable. Quería pensar sobre eso, tenía que pensar en eso, para impedirse subir encima de ella y perder la cabeza por ambos. Una vez que empezase, no estaba del todo seguro de parar alguna vez.
– ¿Ken? -Los dedos de Mari se movieron entre su cabello, masajeando su nuca y mandando un estremecimiento de conciencia por su columna.
– ¿Por qué siempre que un hombre esta haciendo lo mejor para ser noble, su cuerpo pone la directa y no puede pensar con el cerebro?
– ¿Se te ha ocurrido que podría no querer que fueras noble? Casi muero. Tengo que volver a una existencia en la que no quiero pensar. Esta podría ser mi oportunidad, mi única oportunidad, de estar con un hombre que escoja.
– ¿Aquí? ¿En el laboratorio cerrado que es un recuerdo constante de todo lo que nunca has tenido? ¿En esta cama estrecha y dura? Te quiero en algún sitio donde pueda pasar horas, días, explorando cada pulgada de tu cuerpo. Algún lugar hermoso con el fuego rugiendo en la chimenea y cascadas fuera de la ventana.
Su aliento se enganchó de nuevo, la más pequeña de las reacciones, pero él la captó. Ella no creía que tendría esas cosas, y en ese momento, decidió que se aseguraría que las tuviera, que tendría todo lo que pudiera darle.
Mari se movió otra vez, sus pechos rozando su mandíbula ensombrecida. El cuerpo de Ken se puso rígido, cada músculo apretado y caliente, contrayéndose en duros nudos. Su aliento abanicó la tentación de sus pezones. La necesitaba más que al aire en sus pulmones, pero una vez que la tocara, una vez que la reclamase, no habría vuelta atrás.
– Mari… -lo intentó de nuevo, su cara, por propia decisión, moviéndose una escasa pulgada de modo que su lengua pudiera bajar más abajo y lamer a lo largo del pezón.
Mari salto bajo él, sus caderas se movieron agitadamente, sus pechos se elevaron bruscamente con la respiración jadeante, arqueándose contra él, en la caverna oscura y caliente de su boca. Su mano acogió el pecho, amasando, mientras chupaba, usando los dientes para afilar el deseo, su lengua provocándola y ahogándola de placer.
Ella hizo un único sonido, un grito ahogado de sorpresa, sus caderas corcovearon, el caliente montículo se deslizó sobre su muslo en un esfuerzo por conseguir algún alivio. Inmediatamente, enterró los dedos más abajo, para encontrar un horno de calor. Sus dientes se cerraron sobre el pezón con un pequeño mordisco de dolor, cuando sus dedos encontraron la resbaladiza entrada, probando su respuesta a su necesidad de un poco de juego rudo. Una ola fresca de denso aroma se elevó y los dedos estuvieron húmedos con su bienvenida.
El gemido fue tan suave que apenas lo escuchó, pero sintió la vibración a través del cuerpo entero. Su polla se sacudió, frotándose contra el material de los vaqueros, hinchándose hasta el punto de estallar. Tenía que tener algún tipo de alivio antes de que explotase. Cambió al otro pecho, chupando fuerte mientras su mano se deslizaba hasta los vaqueros, abriéndolos, deslizándolos sobre las caderas hasta que la enorme erección pudo saltar fuera. No podía detenerse a si mismo, su mano se deslizó sobre la polla dura y gruesa, sintiendo las crestas, estrujando apretadamente en un esfuerzo por crear la sensación. Demonios, ni siquiera sabía si su equipo realmente funcionaba de todas formas.
Los dientes tiraron del pezón, manteniendo su deseo agudo y afilado, arrastró los vaqueros por sus caderas. Se echó hacia atrás, levantando la cabeza de sus pechos suaves y perfectos, para mirarla. Mari yacía en la cama, sus ojos lo miraban con deseo, los labios abiertos, con la respiración subiendo y bajando rápidamente. Sus pechos empujaban hacia arriba por la camisa abierta, las piernas desnudas y abiertas, el cuerpo abierto a él. Era la vista más hermosa que nunca había tenido. Su mirada descendió hasta el puño rodeando la gruesa erección. Había una gota brillando como una perla en la gran cabeza hinchada. Su mirada se centró en la suya. Mari se inclinó hacia delante y lo chupó.
Su cuerpo entero se paralizó, una tormenta de fuego se extendió caliente y salvaje, una fiebre creciendo tan rápida, tan intensa, que se estremeció, su corazón latiendo ruidosamente en los oídos. El sudor brotó, goteando por su frente. Estaba matándolo. Matándole .
Cogió su cara entre las manos y forzó a los ojos oscuros a encontrarse con su ardiente mirada.
– Mari, dulce, tienes que estar segura. -Su voz era ronca-. No voy a ser capaz de parar en otro minuto. No tengo una maldita cosa que usar como protección y es una gilipollez, tomarte aquí. No voy a ser suave y cariñoso como te mereces. Y no quiero herirte. Estoy malditamente asustado de herirte, pero juro darte más placer del que has tenido en tu vida. Si no puedes hacer esto conmigo, ir hasta el final, tomar todo lo que necesito darte, tienes que decirme que me detenga ahora y lo juro, encontrare la fuerza para dejarte sola.
– Ken, por favor -susurró, sus ojos oscuros suplicantes-. Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad. Este es nuestro momento. Tenemos que cogerlo o puede que no vuelva de nuevo. Dame esto, dame un recuerdo, algo real, que me dure para siempre.
Él tomó sus labios, tratando de ser suave, pero en el momento en que deslizó la lengua en la oscuridad aterciopelada de su boca, estuvo perdido en una bruma de locura. La lujuria se alzó, tan afilada y terrible que le consumía, comiéndoselo vivo. Tomó su boca, cediendo a los demonios que lo conducían con fuerza.
Manos duras la mantuvieron quieta. Mari estaba sorprendida con su enorme fuerza, con su propia excitación ante su agresividad, tan caliente, rápida y dura, sacudiendo su cuerpo antes de que estuviera lista, casi empujándola al orgasmo antes de que realmente la hubiera tocado. Su aliento desigual era áspero cuando mordió su labio, sus dientes y lengua haciendo cosas salvajes a su boca hasta que no pudo ver, sin hablar de pensar.
Los labios bajaron por su cuello, pequeños besos picantes que dejaron fuego bailando sobre sus terminaciones nerviosas. Cogió un pezón entre el pulgar y el índice, haciéndolo rodar y tirando hasta que su cabeza se retorció de un lado a otro sobre la almohada y sollozó su nombre. No sabía que podía sentirse de esta manera, no sabía que una pequeña explosión de dolor podría brindar una llamarada de calor y su lengua se podría sentir como terciopelo sobre la piel hipersensible.
Él bajó besando hasta sus pechos, parando allí para darse un festín, deseándola en un frenesí de necesidad, necesitando su conformidad, asustado de que si luchaba contra él, se volvería loco. Su mano se movió más abajo, saboreando la forma y la textura de ella, ahuecando el monte caliente y húmedo, sintiendo satisfacción cuando sus caderas corcovearon y otro suave sollozo escapó. Deslizó el dedo en el profundo hueco, buscando la miel y la especia y un modo de hacerla suya para la eternidad.
– Extiende las piernas para mi, Mari. -Su voz fue áspera, las manos ásperas en sus muslos, forzándola a obedecer antes de que pudiera dárselo, posicionándola de modo que pudiera besar hasta su ombligo, haciendo una pausa para mordisquear la parte de debajo de sus pechos, trazando cada costilla, y prodigando atención a su abdomen con calientes lametones como si fuera un helado.
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