Se dio cuenta de que había abierto la presa de sus emociones, y para ella, cada sentimiento era más intenso, más todo. Su mundo se centra en ella. Este mundo. El que tiene color. Emoción. Con amor.
Conmigo. Este es el mundo real, Zacarías. Cuando estás conmigo. Vive aquí, conmigo. Cuando vas al otro, sólo estas cazando en él. Pero vive aquí conmigo.
Sus manos alisaron su piel, los labios de repente le rozaron el hombro y se retiró de nuevo cuando dejó caer su cabeza hacia atrás y sus ojos se encontraron con los suyos.
Siempre, avio-päläfertiilam mi compañera. Siempre voy a vivir contigo. No hay otro camino. Él tomó el control de nuevo, sumergiéndose en ella una y otra vez, cada trazo largo y profundo, cada uno diciéndole lo que ella era para él. Él la condujo alto ascendiendo e inclinándose sobre el borde, ella se lo llevo con ella. Se elevaron en el cielo, un viaje vertiginoso, unidos, compitiendo con el sol mientras se abrían camino a casa.
El ruido sordo era persistente, unos molestos tambores se introdujeron en sus sueños. No importaba cuántas veces Margarita arrastró la almohada sobre su cabeza, presionando sus oídos, los golpes no sólo continuaban, sino que se hacían más fuertes y mucho más exigentes. Deseaba desesperadamente dormir. Estaba tan cansada que no podía encontrar la energía para moverse. Sus brazos y piernas parecían de plomo. Incluso sus párpados no quería cooperar.
Se quedó un largo rato, escuchando los latidos de su corazón. El sonido era muy fuerte, haciendo eco a través de su cabeza. Podía oír el torrente de la sangre en sus venas, y los sonidos de los insectos fuera de la casa en el campo. A pesar de todo el golpeteo era persistente. El que estaba en la puerta principal no iba a desaparecer pronto-a menos que ella estuviera teniendo una extraña pesadilla.
La idea de una pesadilla no la alarmaba, pero la idea de que los ruidos que escuchaba con tanta facilidad se encontraban fuera de las paredes de la casa lo hacía.
Zacarías le había explicado, pero si escuchaba, podía oír el murmullo del ganado y era a más de una milla de la casa. Procedentes del establo eran los caballos e incluso la conversación de dos de los hombres que trabajan allí. Uno estaba muy preocupado por Ricco.
Un grito extraño y más golpes en la puerta la convencieron de que debía levantarse. Experimentó, trató de levantar un brazo. Se las arregló para levantarlo solo unas pulgadas, con un suspiro, ella se dejó caer sobre el colchón. Tomó un poco de esfuerzo, pero se dio la vuelta para mirar a su ventilador de techo girando lentamente sobre su cabeza.
Más golpes en la puerta y su mente perezosa empezó a funcionar más rápido. ¿Y si algo le había sucedido a Ricco? Tal vez esa fuera la razón por la que los trabajadores lo estaban discutiendo. Tendría que haber espiado en lugar de retirarse como un niño asustado.
¿Qué has hecho conmigo?
Zacarías se encontraba en el suelo mucho más allá de la gestión diaria de un rancho, mientras ella estaba a la entera disposición de todos y de llamada. Era muy bueno para dar órdenes, para demandar que se quedara en casa, tratando de obligarla a dormir durante el día, pero había mucho trabajo por hacer y el rancho requería que tomara parte-una parte importante.
Determinada ahora, Margarita forzó a su reacio cuerpo a sentarse. La luz que se filtraba por la pequeña rendija entre las cortinas de la ventana la golpeó en el rostro como una bofetada. Sus ojos le ardieron, un punzante dolor instantáneo que le revolvió el estómago inquietantemente y trajo lágrimas que fluían por su rostro.
Alzando el brazo para proteger sus ojos, se levantó de la cama, las piernas y el cuerpo temblando con el esfuerzo por encontrar sus huesos. Ella quería deslizarse hasta el suelo. Le tomó un mayor esfuerzo echarse agua fría en la cara y cuello, y enjuagarse los ojos, pero se sintió mucho mejor después. Con su cerebro todavía lento, y su cuerpo en sintonía con otro mundo, pudo por lo menos arrastrarse en su ropa, sin caerse de cara.
Su pelo era un lío salvaje y ella hizo todo lo posible por domesticarlo mientras ella se apresuraba por la casa con los pies descalzos para llegar a la puerta principal. El problema con las instrucciones exactas de Zacarías en cuanto a los salvaguardas sobre la casa, era que como ella no tenía ninguna voz, no podía llamar para preguntar quien estaba afuera, por lo tanto tenía que abrir la puerta para ver quien estaba allí. Ella trató de echar una ojeada por la ventana, pero el sol casi la cegó.
La quemadura de sol fue exactamente como antes, hombre mío, declaró vehementemente en su cabeza, una especie de diversión enferma entró sigilosamente. ¿Dónde estaba el hombre cuando ella se quedó hacer frente a los problemas que había creado? Ella iba a preguntarle apenas la bella durmiente se despertara.
Con cautela entreabrió la puerta. Lea estaba afuera, con el rostro hinchado, un ojo cerrado y el otro caído, los labios agrietados y sangrando.
Las lágrimas corrían por su rostro. Ella sacudió la cabeza cuando Margarita abrió la puerta y llegó hasta ella. Apretando las manos contra su boca – sollozó.
Margarita la agarró del brazo. La luz era tan deslumbrante, con los ojos sensibles se veían tan rojos como los de Lea, ardor y lagrimeo en el momento en que el sol la golpeó.
Incluso la piel le picaba, como si se encogiera lejos de la luz. Dio un paso atrás instintivamente, llevándose a Lea con ella. Lea hizo un sonido, a medio camino entre un gemido y un grito sollozante. Detrás de ella, un hombre apareció, su rostro con una mueca triunfal, y golpeó duro con su mano en la espalda de Lea, forzándola a entrar en la casa, empujándola sobre Margarita. Las dos mujeres cayeron al suelo, en una maraña de brazos y piernas, Lea fijando a Margarita al suelo.
El extranjero salto a través de la puerta. “De prisa, apresúrate,” llamó a Esteban. Su cara estaba torcida en una máscara demoníaca, sus ojos miraban rápidamente alrededor de él adentro de una especie de terror móvil incluso cuando saltó sobre las dos mujeres en el piso y giró alrededor en un esfuerzo para ver el interior todo a la vez. Esteban pasó como un rayo después de él, cerró de golpe la puerta y la bloqueó. Un olor asqueroso impregnó el aire el momento que los dos hombres entraron. Una mezcla de ajo pesado, miedo y de drogas exudaba de sus poros, poniendo cerca de las nauseas a Margarita.
El desconocido se agachó y cogió Lea por su pelo rubio y tiró. Lea agarró sus muñecas en un esfuerzo por aliviar la presión sobre su cuero cabelludo, luchando por ponerse de pie, mirando a su hermano, la ira mezclada con miedo.
"Levántate, puta", le espetó el forastero.
Margarita suponía que era la puta, considerando que Lea ya estaba de pie. La calma se apoderó de ella. Sólo podía haber una razón para que estos hombres estuvieran aquí. Esteban llevaba una mochila, y era pesada. Charlie Díaz, en su estado de embriaguez, había traicionado a la familia De La Cruz, y el tonto collar de ajos colgado alrededor del cuello de Esteban y el olor a asqueroso a ajo que despedía el extranjero le decía que planeaban matar a Zacarías. Dependía de ella evitar que estos hombres llegaran a su lugar de descanso.
Se tomó su tiempo, fingiendo dolor mientras ella luchaba por ponerse de pie. Había un botón de pánico a unos pies de ella, colocado cerca de la puerta. Si ella lo golpeara, sus hombres vendría corriendo, armados hasta los dientes, pero ellos no podrían entrar si ella no les abriera la puerta. Tragó con fuerza – y no fue tan difícil mirarlos asustada – ella se puso de pie, balanceándose un poco, subió una mano hasta su garganta llena de cicatrices, otra busco la pared como si buscara sostenerse.
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