¿Nadie le enseñó las consecuencias?
Apartó la mirada cambiando para mirar a un lugar por encima de su hombro, pero ella no pudo contener el temblor que la recorrió. Quizás su voz había sido demasiada severa. Tenía que recordar su enfermedad. Su padre, sin duda debería haber abordado la necesidad de burlarse de la autoridad, pero él estaba allí ahora, y no tenía duda de que podía hacer el trabajo.
Agitó la mano a la puerta y esta se abrió para él. Pasó con Margarita en sus brazos y la colocó en el sofá mientras dio vuelta para aplicar salvaguardas. Tejió guardias intrincadas, muy fuertes alrededor de toda la estructura, tomándose su tiempo, hasta que determinó que nadie podría entrar y ni se marcharía mientras dormía. Los trabajadores en sus propiedades sabían que cuando un De La Cruz estaba en la residencia, no debían ser molestados durante las horas del día. Cuando se sintió satisfecho que nadie-ni siquiera uno de sus hermanos – podía conseguir atravesar su trama, se volvió a estudiar a la mujer que encarna la palabra misterio.
Margarita se incorporó lentamente. Él la vio retener la respiración y dolor cruzó su cara. Frunció el ceño y se acercó a ella. El olor de su sangre lo golpeó. Zacarías la tiró a sus pies. Ella mantuvo sus manos presionadas firmemente en su cintura. Él podía ver pequeñas gotitas rojas que goteaba a través de sus dedos. Los humanos no se curaban. Él no había pasado tiempo alrededor de seres humanos en años. Se alimentaba y se iba, un fantasma en la noche nadie nunca lo veía-o lo recordaba.
“Déjame ver.” Suavizo su voz cuando su mirada saltó la suya. “Aleja tus manos, mujer. Necesito ver el daño hecho.” Al parecer el sonaba igual de amenazador cuando utilizaba un tono bajo porque ella tembló, pero no podía parar de moverse.
Muy suavemente la agarró por las muñecas y quito sus manos. Las heridas punzantes causadas por las garras grises del águila arpía cuando la envolvían de adelante a atrás a cada lado. Tendría que haber pensado lo que las garras le hacen a la carne humana, no en su desafío. La miro a la cara, escupió en sus manos. Su saliva no solo ayudaría a reparar los pinchazos, sino que tenía un agente anestésico que detendría el dolor mientras la curaba.
El ajustó las palmas de sus manos con facilidad sobre las marcas, al pulsar en ella, sus manos casi abarca su parte media.
"Usted sentirá calor, pero no debe hacerle daño", le aseguró…
Estaba temblando con tanta fuerza que no estaba seguro de que podía mantenerse en pie. Sus ojos lo miraban con el aspecto exacto que había visto en la presa de las cobras. Parecía hipnotizada y aterrorizada, sin poder apartar la mirada de él.
"Deja de tenerme miedo." Él quiso que ella le tuviera miedo, ahora le gustaría poder empezar de nuevo. Se la veía muy frágil, vulnerable, y por lo tanto muy sola. "Yo no permitiré que nada le suceda. Es mi deber cuidar de ti. "Él le estaba diciendo la verdad a ella. Nada alejaría a esta mujer de él- ciertamente, no la muerte. Por algún milagro o algún truco diabólico, por fin volvió a la vida, su cuerpo renació, su mente una vez más intrigada.
Él miró a su alrededor y todo seguía siendo de un color gris mate. Cuando él la miró, pudo ver colores emergentes, débiles, pero ahí.
Sus pestañas eran tan increíblemente negras igual que la trenza de su cabello. Unos ojos enormes de un profundo chocolate oscuro, le devolvió la mirada. Las cejas eran negras. Sus labios eran definitivamente de color rosa. Los colores sólo pueden ser restaurados por una compañera. Las emociones – y él estaba teniendo reacciones desconocida – sólo podían ser restauradas por una compañera. El hecho de que su cuerpo había reaccionado físicamente a ella era sorprendente, sin embargo, problemático y estimulante, si podía sentir alegría. Sin embargo, una compañera habría devuelto las cosas al instante.
Los magos se habían infiltrado, ocupando el rancho vecino sólo unos pocos meses antes, esperando el momento oportuno, con la esperanza de destruir a la familia De La Cruz.
Dominic y Zacarías les habían detenido, pero había una pequeña posibilidad de que la alianza entre los maestros vampiros y los magos se hubieran mantenido y los magos habrían encontrado su camino de regreso para volver a intentarlo. Si Margarita estuviera ensombrecido por el hechizo de un mago – él lo habría sabido. Por mucho que se mantuvo tratando de volver a esta explicación, el temor fue creciendo en él, reconocía la verdadera explicación.
Si Margarita realmente era su compañera, algo había salido mal, y temía que él sabía la respuesta. Él no la había encontrado a tiempo. Su alma estaba por los suelos, ya sin posibilidad de reparación. Su otra mitad no la pudo sellar junto a ella, no pudo llevar la luz a la total oscuridad dentro de él. Lo que no fue una sorpresa saber que era una causa perdida. Probablemente había nacido de esa manera, pero aún así, hubo un momento en el que había soñado con este momento, cuando había previsto una compañera e incluso la había buscado activamente.
Las palmas de sus manos se hacían más cálidas mientras empujaba calor de su cuerpo al suyo. Sus pulmones lucharon por aire y él deliberadamente respiró para ella, calmándola, el aire que fluía naturalmente a través de él hasta que su cuerpo mantuvo el mismo ritmo. El corazón le latía con tanta fuerza que temió que podría tener un ataque al corazón.
"Respira, mica emni kuηenak Minan, mi hermosa loca." Hubo un dolor inadvertido en su voz, un duelo por lo que había perdido mucho tiempo antes de que la hubiera encontrado.
Margarita miró a la cara fuerte Zacarías de la Cruz. Era una cara tallada como las montañas mismas, cincelada con la batalla y la edad, sin embargo, extrañamente hermoso. Esto no era un hombre que había sido un niño, él era todo guerrero. Por primera vez, en el fondo de sus ojos, vio el dolor. La emoción era profunda y real y cuando tocó su mente, quería llorar. No parecía darse cuenta de la profundidad de su angustia, o tal vez él simplemente no reconocía la emoción, pero le daba ganas de llorar por él.
Él era totalmente autónomo, no necesitaba a ninguna persona. Tan poderoso. Y tan completamente solo. Él le infligió dolor, la aterrorizó y después curó tan suavemente sus heridas. Quizás él estaba un poco loco de estar solo durante tanto tiempo. Cada vez que él la llamó algo en su lengua, su voz se suavizaba casi como una caricia, envolviendo sus palabras a su alrededor de ella como unos brazos fuertes. Tristemente para ella, esa soledad, esa cualidad salvaje extrajo la compasión de ella. Su mente ya alcanzó la suya, automáticamente calmándolo, enviándole calor y comprensión.
Sin pensar ella levantó su mano para tocar esas líneas profundas talladas en su cara. Él cogió su muñeca, asustándola. Ella no había sido consciente de que contemplaba realmente tocarlo. Su muñeca dolió por la fuerza de su golpe en su piel. Él era tan duro como un árbol de Ceiba, sin carne en absoluto. Sus dedos envueltos alrededor de su muñeca fácilmente, afianzando como una abrazadera con tornillo, haciéndole imposible separarse.
Lo siento. De verdad.
La sospecha en sus ojos era como la de una criatura salvaje cautelosa no pudo cortar el flujo de compasión y calidez de su mente a la suya. Ella sentía como si necesitara de calmarlo. No pertenecía al interior de una casa. No había forma de que cuatro paredes pudieran contener su poder o su naturaleza salvaje. Ella no podía imaginar a nada ni a nadie estar a gusto a su alrededor. Él era demasiado dominante, asumiendo el control de la habitación, sus maneras aristocráticas y dura autoridad se agregaba al aura aterradora que le rodeaba.
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