Las cinco mujeres habían creído en ella cuando Rikki había perdido toda la fe en sí misma, cuando estava rota. La habían invitado a ser una de ellas, y aunque hubiera estado aterrorizada de llevar algo malvado con ella, había aceptado, porque era eso o morir. Esa única decisión fue la cosa más sencilla que jamás había hecho.
La familia, las seis, vivían juntas en la granja. Ciento treinta acres donde se acurrucaban seis hermosas casas. La suya era la más pequeña. Rikki sabía que nunca se casaría ni tendría niños, así que no necesitaba una casa grande. Además, adoraba la sencillez de su pequeña casa con sus espacios abiertos, vigas altas y los calmantes colores del mar que la hacían sentirse tan en paz.
Le bajó un escalofrío de advertencia por el cuerpo. No estaba sola. Rikki giró la cabeza y su tensión disminuyó ligeramente ante la vista de la mujer que se acercaba. Alta y esbelta, con abundante cabello oscuro ondulado, no tocado por el gris a pesar de sus cuarenta y dos años, Blythe Daniels era la mayor de las cinco hermanas de Rikki y la líder reconocida de su familia.
– Hola -saludó Rikki-. ¿No podías dormir?
Blythe le dirigió una sonrisa, la que Rikki pensaba que era tan atrayente y hermosa, un poco torcida, proporcionando una vislumbre de dientes blancos y rectos que la naturaleza, y no los aparatos, había proporcionado.
– ¿No vas a salir hoy, verdad? -preguntó Blythe y fue con indiferencia al grifo del costado de la casa y lo cerró.
– Seguro que sí. -Debería haber verificado las cuatro mangueras, maldición. Rikki evitó la mirada demasiado astuta de Blythe.
Blythe miró inquietamente hacia el mar.
– Acabo de tener un mal presentimiento…
– ¿De verdad? -Rikki frunció el entrecejo y se puso de pie, mirando al cielo-. Parece un día perfecto para mí.
– ¿Vas a llevar un tender?
– Demonios, no.
Blythe suspiró.
– Ya hemos hablado de esto. Dijiste que considerarías la idea. Es más seguro, Rikki. No deberías bucear sola.
– No me gusta que nadie toque mi equipo. Enrollan mal las mangueras. No devuelven a su sitio los instrumentos. No. De ninguna manera. -Trató de no sonar beligerante, pero no iba a tener a nadie en su barco interfiriendo con sus cosas.
– Es más seguro.
Rikki puso los ojos en blanco. ¿Cómo si al tener a algún idiota sentado en el barco, no fuera a zambullirse sola? Pero no expresó sus pensamientos, en vez de eso, intentó una sonrisa. Fue difícil. No sonreía mucho, especialmente cuando las pesadillas estaban demasiado cercanas. Y estaba descalza. No le gustaba ser atrapada descalza, y a pesar de la determinación de Blythe de no mirar, no podía evitar que su mirada fuera atraída por las cicatrices que cubrían los pies y pantorrillas de Rikki.
Rikki se giró hacia la casa.
– ¿Te gustaría un café?
Blythe asintió.
– Yo iré, Rikki. Disfruta de tu mañana. -Vestida con sus zapatillas de correr y el chándal ligero, todavía se las arreglaba para parecer elegante. Rikki no tenía la menor idea de cómo lo hacía. Blythe era refinada, educada y todas las cosas que Rikki no era, pero eso nunca parecía importarle a Blythe.
Rikki respiró y se forzó a hundirse en la silla y meter los pies bajo ella, tratando de no parecer perturbada ante la idea de que alguien entrara en su casa.
– Estás bebiendo café negro otra vez -dijo Blythe y dejó caer un terrón de azúcar en la taza de Rikki.
Rikki le frunció el entrecejo.
– Eso fue malvado. -Buscó sus gafas de sol para cubrir su mirada directa. Sabía que molestaba a la mayoría de las personas. Blythe nunca parecía disgustada por ello, pero Rikki no corría riesgos. Las encontró en la baranda y se las colocó.
– Si vas a bucear hoy, lo necesitas -indicó Blythe-. Estás demasiado delgada y he notado que no has ido de compras otra vez.
– Yo también. Hay toneladas de alimento en las alacenas -indicó Rikki.
– La mantequilla de cacahuete no es comida. No tienes nada más que mantequilla de cacahuete en tu alacena. Hablo de comida verdadera, Rikki.
– Tengo chocolatinas. Y plátanos. -Si cualquier otra persona hubiera fisgoneado en sus alacenas Rikki habría estado furiosa, pero no podía estar molesta con Blythe.
– Tienes que intentar comer mejor.
– Lo intento. Agregué los plátanos como me pediste. Y cada noche como brócoli. -Rikki hizo muecas. Hundía la verdura cruda en la pasta de cacahuete para hacerla más comestible, pero se lo había prometido a Blythe así que se lo comía fielmente-. Me está empezando a gustar realmente la cosa, incluso aunque sea verde y se sienta como guijarros en la boca.
Blythe se rió.
– Bien, gracias por comer por lo menos brócoli. ¿Dónde te sumerges?
Por supuesto Blythe tenía que preguntar. Rikki se retorció un poco. Blythe era una de esas personas a las que no mentías, ni ignorabas como Rikki hacía a menudo con otros.
– Tengo ese negro que encontré y quiero cosecharlo mientras pueda.
Blythe hizo muecas.
– No hables en submarinismo. Inglés, cariño, no tengo ni un indicio de lo que quieres decir.
– Erizos de mar, púa con púa, tantos, que creo que podré recoger casi dos mil kilos en un par de horas. Podríamos utilizar el dinero.
Blythe la miró por encima de la taza de café, su mirada calma.
– ¿Dónde, Rikki?
Era como un maldito buldog cuando tenía algo.
– Al norte de Fort Bragg.
– Me dijiste que esa área era peligrosa -recordó Blythe.
Rikki se maldijo en silencio por tener una boca tan grande. Nunca debería haber hablado de sus raros presentimientos con las otras.
– No, dije que era espeluznante. El océano es peligroso en cualquier sitio, Blythe, pero sabes que soy una chica segura. Sigo todas las precauciones de inmersión y todas mis reglas personales de seguridad al pie de la letra. Tengo cuidado y no me asusto.
Normalmente no se zambullía por la línea de la falla que corría justo por encima de la costa de Fort Bragg porque el abismo era profundo y los grandes blancos usaban el área como zona de caza. Generalmente trabajaba en el fondo, a ras del suelo. Los tiburones cazaban desde abajo, así que estaba relativamente segura, pero cosechar los erizos en la barrera era arriesgado. Estaría haciendo ruido y un tiburón podría venir desde abajo. Pero el dinero… Realmente quería pagar a sus hermanas todos los gastos en que habían incurrido por ella, al ayudarla con su barco.
Blythe sacudió la cabeza.
– Yo no hablo de tus reglas de seguridad. Todas sabemos que eres una gran buzo, Rikki, pero no debería ir sola allí, cualquier cosa podría fallar.
– Si estoy sola, sólo soy responsable de mi propia vida. No dependo de nadie más. Cada segundo cuenta y sé exactamente qué hacer. Me he topado con problemas innumerables veces y los he manejado. Es más fácil para mí. -Y no tenía que hablar con nadie, ni hacerse la agradable. Podía ser ella misma.
– ¿Por qué ir al norte de Fort Bragg? Me dijiste que el suelo submarino era muy diferente y que los tiburones abundaban allí, y que era flipante.
Rikki se encontró sonriendo sin querer por dentro cuando segundos antes había estado retorciéndose. Que Blythe dijera “flipante”, quería decir que había estado pasando tiempo con Lexi Thompson. Lexi, la más joven de su "familia".
– He encontrado una plataforma a aproximadamente diez metros cubierta de erizos de mar. Parecen fantásticos. La falla recorre el área, así que hay un abismo de aproximadamente doce metros de ancho y otra plataforma, un poco más pequeña, pero también cargada. Nadie ha encontrado el lugar. Es un negro, Blythe, púa con púa. Puedo cosechar casi dos mil kilos y salir de allí. Sólo volveré cuando no haya nadie alrededor.
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