Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Mejor que me digas la verdad, porque quienquiera que esté ahí afuera va a ser cazado.

Ella se forzó a parar de luchar, pero su cuerpo permaneció tenso, al borde de salir volando.

– Te lo juro, Adán y yo hemos venido solos.

– ¿Quién sabía que estabas tratando de contratar a un equipo de rescate? -Su olor le estaba volviendo loco. Su cuerpo era suave y exuberante y recordaba cada curva, cada hueco secreto. Era difícil evitar acariciarle la garganta con la nariz. Como fuera, hundió la cabeza y encontró la unión suave del cuello y el hombro.

– La mujer de Adán. Y él fue donde el abuelo de los otros niños, pero nadie más. Cortez paga a espías. Los tiene por todas partes. Tuvimos que tener cuidado. Ni siquiera nos encontramos en abierto. Adán se fue un rato mientras trataba de localizarte, pero yo no sé si habló con alguien más.

Rio estaría preguntando a Adán y el anciano de la tribu era demasiado inteligente para mentir a un leopardo.

– Estarás bien, Isabeau. Nada te va a suceder con todos nosotros alrededor. Cuidarán de ello. -Pero él se sentía enjaulado. No le gustaban las paredes que le rodeaban. Necesitaba estar fuera donde sentía que podía apartar cualquier amenaza sobre ella-. Sólo relájate.

Isabeau respiró hondo y se arrepintió instantáneamente. No había manera de relajarse cuando él estaba tan cerca. Él emanaba calor, su olor, salvaje y magnético, y ahora sabía por qué. No estaba tan sorprendida como había estado la primera vez que sintió algo corriendo por debajo de su propia piel o cuando le abofeteó y le arañó la piel de la cara. Con el tiempo, había tratado de convencerse de que no lo había hecho realmente, pero en los extraños momentos en que dormía, despertaba chillando, viendo la sangre corriendo por su cara.

Estaba confundida por sus propios sentimientos. Era lo bastante inteligente para reconocer que su padre no había sido inocente y se había colocado en el camino del peligro. Había investigado sus conexiones de negocios y había descubierto cuán sucio había estado. Eso no le impidió quererle o lamentar su muerte. Realmente no culpaba a Conner por eso. Pero él la había utilizado para llegar hasta su padre, haciéndola cómplice involuntaria de su caída. La había seducido una y otra vez. Ellos no habían podido mantener las manos lejos el uno del otro. Habían hecho cosas que habían parecido tan completamente bien en aquel momento, pero después, cuando supo que él no la amaba realmente, se había avergonzado.

Todavía estaba avergonzada. Apenas podía mirarle sin sentir las manos sobre ella, la boca, su cuerpo, duro y musculoso, moviéndose sobre ella y dentro de ella. Oyó su propio gemido de pena y agachó la cabeza para evitar sus ojos. Por supuesto había investigado los mitos del pueblo leopardo y los cambiaformas, pero pareció tan estrafalario que fue más fácil convencerse de que había estado tan traumatizada, que lo recordaba mal.

Él no la había amado. No la amaba. No entonces. No ahora. Poco importaba esa lujuria que ardía en sus ojos, esa posesión que estaba estampada profundamente siempre que la miraba. Él había nacido para el peligro, lo llevaba en los huesos, en sus ojos y ella había estado hipnotizada por él. Odiaba habérselo puesto tan fácil. Ella nunca había mirado a otro hombre, nunca había estado interesada en tener una relación con uno. No pudo creerlo cuando él le sonrió a través de una habitación y se paseó para hablar con ella. Debería haberlo sabido.

– No lo hagas -ordenó él suavemente.

Siempre había podido leer lo que ella pensaba. Parecía mucho más viejo, mucho más experimentado. Se había sentido a salvo con él.

– Por encargarse de ello, quieres decir… -incitó.

– Nos has traído para recuperar a los niños, Isabeau. No finjas estar sorprendida cuando la violencia está implicada. Si alguien te está cazando a ti o a Adán, vinieron para hacer daño. Necesitamos saber si Cortez ha sido advertida de que la tribu de Embera va a intentar recuperar a los niños en vez de cooperar con ella.

Su voz fue muy baja y tenía poca expresión pero la sintió como un latigazo, haciéndola sentirse no exactamente brillante. Era una mujer que no tenía miedo de entrar en el interior más profundo de la selva tropical para catalogar e investigar las propiedades medicinales de las plantas. Se había hecho un nombre por sí misma y había tenido éxito en encontrar nuevos usos para las plantas. Había sido independiente y feliz, hasta que conoció a Conner Vega. Él había vuelto su mundo del revés.

¿Era justo culparle por las cosas que su padre había hecho? ¿O por arrojar luz sobre sus actividades ilegales? Quizá no. Pero ella nunca comprendería cómo había podido utilizarla, claramente una inocente, para derribar a su propio padre. Estaba mal. Había líneas que uno no cruzaba. ¿Qué clase de hombre hacía eso? ¿Y qué clase de mujer anhelaba todavía su toque cuándo su carácter la repelía?

– Quiero que te deslices al suelo y te sientes contra la pared. Permanece abajo. Nos sentaremos aquí y hablaremos mientras ellos miran quien os ha seguido. -Mantuvo la mano en el brazo para estabilizarla mientras le obedecía, doblando las rodillas y deslizándose por la pared hasta que su trasero tocó el suelo-. Sé que estás asustada, Isabeau, pero nada te sucederá.

– ¿Tienes un mejor plan para entrar en el complejo de Cortez? -Isabeau necesitaba algo con que distraerse. No iba a asustarse, había estado en situaciones malas antes pero verdaderamente, ¿cuánto confiaba en él? Si él podía construir la ilusión de estar enamorado lo bastante para engañarla, entonces podía hacer lo mismo con el peligro. Con Conner, no sabía que era verdad o ficción.

Él la había desconcertado por un momento, ese borde peligroso, más animal que hombre, mostrándole deliberadamente su capacidad para cambiar, para incrementar sus temores, para ponerla en una posición vulnerable; pero ella tenía recursos. Era inteligente. Había estado en la selva tropical cientos de veces, pero no había contado con ser separada de Adán.

Conner estaba tan cerca de ella que sintió el instante en que se tensó. Se puso de pie, los músculos fluían fácilmente hasta parecer silencioso, mortal, un felino acechando una presa. El aliento dejó los pulmones de Isabeau rápidamente cuando le vio ladear la cabeza a un lado y oler el aire.

– Isabeau, salgamos de aquí. -Estiró la mano hacia ella-. Algo no está bien.

– ¿Qué es? -Trató de escuchar, pero por lo que podía decir, la selva tropical sonaba igual, aunque el chillido de los monos y el grito de los pájaros parecía excesivamente fuerte.

– Huelo humo.

Dejó que tirara de ella para ponerla de pie.

– ¿Dónde está Adán?

– Con Rio. Estará bien. Adán sabe cómo cuidar de sí mismo en el bosque. Es por ti por quien estoy preocupado. Vamos a salir de esta trampa.

– Yo no he hecho esto, Conner -dijo.

– Tú no serías lo bastante estúpida para matarte a ti y a Adán conmigo -dijo, sin mirarla. Abrió la puerta de la cabaña unos pocos centímetros y espió, la mano apretaba la de ella-. Alguien te ha seguido, probablemente sin saber que ibas a encontrarte con nosotros. Y eso significa que es un escuadrón de asesinos. ¿Supieron que presenciaste el ataque a la tribu?

La cara de ella palideció, los ojos abiertos de par en par, como cuando había mostrado las garras.

– La carta. Adán escribió una carta al Director Interior de Asuntos Indios, detallando lo que había sucedido y pidiendo ayuda. Cuando no recibimos nada en respuesta, envió recado a algunos de sus viejos amigos, hombres a los que había entrenado en supervivencia. La respuesta oficial fue que nadie podía arriesgarse a las consecuencias políticas que provocaría el introducir un equipo de Fuerzas Especiales contra Cortez sin permiso de este gobierno. Ahí es cuando le conté sobre ti.

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