– Alguien tiene que sacar toda esa nieve -le dijo a Charles-. Asil, he traído tu coche. Puedes recuperarlo siempre y cuando me acompañes a casa.
– ¿Limpieza concluida? -preguntó Bran sin demasiado interés.
Sage asintió.
– Tag dice que sí. Cogió la camioneta de Charles para llevar los cuerpos al crematorio. Me pidió que te dijera que las cenizas del lobo se esparcirán en el lugar habitual y que tiene preparados dos kilos de sal para mezclarla con las cenizas de la bruja. En cuanto lo tenga listo, lo llevará a tu casa para su eliminación.
– Muy bien -dijo Bran-. Gracias.
Mientras Sage hablaba, Asil recogió los cacharros que había utilizado y los llevó a la cocina.
– Me marcho con Sage. -Respiró hondo e inclinó la cabeza formalmente ante Bran-. Respecto a las cosas que te oculté… espero tu visita en los próximos días.
Sage contuvo el aliento, pero Bran se limitó a suspirar.
– Eres muy viejo para unos azotes. No tengo nada que decirte que no sepas ya… -Enarcó una ceja-. A menos que conozcas a otra bruja o algo parecido que pueda poner en peligro a la manada. ¿No? Entonces ve a casa y descansa un poco, viejo amigo. -Dio un sorbito de té y añadió-: Espero que esto ponga fin a tus peticiones de ejecución. Me producen indigestión.
Asil sonrió.
– Espero seguir provocándote indigestión, aunque es probable que no sea por ese motivo. Por lo menos no durante un tiempo. -Se dio la vuelta y se inclinó ante Charles del mismo modo-. Gracias por tu ayuda.
Charles señaló con la cabeza el cuarto de baño donde Anna seguía aún bajo la ducha.
– Fue Anna quien mató a la bruja.
La sonrisa de Asil se tiñó de cierta malicia.
– Entonces tendré que agradecérselo como merece.
Charles le clavó unos ojos de hielo.
– Atrévete.
Asil echó la cabeza para atrás y soltó una carcajada. Cogió a Sage por el hombro y ambos salieron de la casa. Asil pisó la nieve descalzo sin una mueca de dolor.
Cuando oyeron alejarse el coche, Bran le dijo:
– Aún te dará problemas, pero ya no serán ni la mitad de preocupantes. Yo también me marcho, Leah debe de estar muy intranquila.
Charles se deshizo de Asil con un encogimiento de hombros, había cosas más importantes que solucionar.
– ¿Estás seguro? Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
Jamás olvidaría al Otro, al berserker que se ocultaba bajo la fachada despreocupada que su padre se esforzaba por mantener.
Cuando Bran sonrió solo sirvió para enfatizar la mirada asesina de sus ojos.
– Estoy bien. Cuida de tu pareja… y en cuanto estéis preparados para oficializar vuestra situación, házmelo saber. Me gustaría vincularla formalmente a la manada lo antes posible. Esta semana hay luna llena.
– La próxima luna estará bien. -Charles se cruzó de brazos y ladeó la cabeza-. Pero debes de estar agotado si crees que puedes mentirme de ese modo.
Bran, quien se encontraba a medio camino de la puerta, se dio la vuelta. En aquella ocasión la sonrisa sí le iluminó los ojos.
– Te preocupas demasiado. ¿Qué tal un «Estaré bien»? ¿Mejor?
Supo que le decía la verdad.
– Si te metes en problemas, llámame y vendré con Anna al instante.
Bran asintió una sola vez y se marchó, dejando a Charles solo con sus dudas. Solo cuando Anna, tibia y húmeda tras salir de la ducha, apareció en la habitación silbando una melodía que le resultaba familiar, se evaporaron sus preocupaciones.
– Crep, crep, venéfica est mortua -le dijo ella.
– ¿Qué es lo que está muerto? -le preguntó él.
Entonces recordó la canción y sonrió.
– Ding, dong, la bruja ha muerto -le aclaró Anna mientras se sentaba a su lado-. Y también un hombre bueno. ¿Lo celebramos o lloramos la pérdida?
– Siempre la misma pregunta -dijo él.
Anna desplegó los dedos sobre la mesa.
– Era un hombre muy bueno, ¿sabes? Merecía un final feliz.
Charles cubrió los dedos de ella con los suyos mientras intentaba encontrar las palabras más adecuadas, pero estas no llegaron.
Tras unos instantes, Anna apoyó la cabeza en su hombro.
– Podrías haber muerto.
– Sí.
– Y yo también.
– Sí.
– Creo que aprovecharé el final feliz que nos regaló y haré que funcione. -Y apretó su cuerpo con ambos brazos, con fuerza-. Te quiero.
Charles se dio la vuelta y la cogió para subirla sobre su regazo. Le temblaban los brazos, por lo que hizo un gran esfuerzo por no hacerle daño al abrazarla.
– Yo también te quiero.
Anna irguió la cabeza después de mucho tiempo y le dijo:
– ¿También tienes hambre?
* * *
Bran sintió al monstruo removerse incómodo al marcharse de casa de su hijo. Estaba convencido de que por fin había logrado enjaularlo; resultaba desagradable descubrir que la jaula que había construido para él no era fiable. Más que desagradable.
La última vez que se había sentido de aquel modo fue cuando Blue Jay Woman murió. Logró contener a la Bestia mediante una compleja maraña de hilos, pero, pese a todo, se había sentido aterrorizado. No podía permitirse volver a amar a una mujer del modo en que la había amado a ella.
Aún era de noche cuando aparcó en el garaje. Habían dormido veinticuatro horas seguidas en casa de Charles, y aún faltaban un par de horas para el amanecer. Entró en su casa silenciosamente y subió las escaleras con dificultad.
Leah no estaba en su dormitorio.
Supo, antes de llegar a la puerta, que había dormido en su cama. Silenciosamente, penetró en el dormitorio y cerró la puerta tras él.
Leah estaba hecha un ovillo en su lado de la cama, con un cojín entre los brazos. Sintió cómo le embargaba la ternura; dormida tenía un aspecto vulnerable, apacible.
Apartó aquel sentimiento porque sabía que era muy peligroso. Sus hijos nunca habían acabado de entender aquel matrimonio, su apareamiento. Tras la muerte de Blue Jay Woman, había tardado varios años en encontrar a Leah, una mujer lo suficientemente egoísta y estúpida como para asegurarse de que nunca llegaría a amarla. Pero el amor no era necesario para el vínculo de apareamiento. Bastaba con la aceptación, la confianza, y el amor era una bonificación que él no podía permitirse.
Con Blue Jay Woman había descubierto que el vínculo de apareamiento era el modo de contrarrestar a la Bestia, extendiendo el coste del control. Necesitaba el vínculo para mantener bajo control al monstruo en el que podía convertirse. Sin embargo, no podía perder a nadie más que amara como había amado a Blue Jay Woman. De modo que en Leah encontró un compromiso aceptable.
Se quitó la ropa, aquella vez sin reparar en el ruido que hacía. Leah despertó cuando la chaqueta cayó al suelo.
Se sentó sobre la cama y se frotó la cara para desperezarse, pero cuando sus pantalones siguieron el mismo camino que la chaqueta, le hizo un mohín y le dijo:
– Si crees que vas a…
Bran le cerró la boca con la suya, alimentando a la Bestia con su piel, su olor y los sonidos que emitía al dejarse llevar por el placer. Dejó de resistirse tras el primer beso. Cuando terminaron, ella se acurrucó a su lado, temblando ligeramente con las réplicas.
Y la Bestia se sumió en el sueño.
* * *
La manada corría a través del bosque petrificado por el frío como la Caza Salvaje de los cuentos: mortal para cualquier criatura que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino.
Anna se alegró de que ninguna lo hiciera. No le importaba una buena caza, al menos a su lobo interior no le importaba, pero aún tenía en la boca el regusto de la carne y la sangre de Bran que había consumido para cimentar su lugar en la manada. El sabor era dulce y sabroso -lo que inquietó a Anna mucho más que a su lobo- y quería decidir cómo le hacía sentir aquello antes de reemplazarlo con la sangre y la carne de otra criatura.
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