La Bestia se había despertado.
* * *
Anna no pensó en correr hasta que estuvo a medio camino de donde se hallaba Charles.
No podía estar muerto. Tendría que haber matado a aquella maldita bruja dos o tres minutos antes. No podía ser que Charles hubiera muerto por culpa suya, que su padre le hubiera matado.
Rozó al Marrok al pasar junto a él y su poder rugió en su interior cuando se dejó caer sobre la nieve. Recorrió el último metro que la separaba de Charles a gatas. Tenía los ojos cerrados, y estaba cubierto de sangre. Anna alargó la manó pero tuvo miedo de tocarlo.
Estaba tan segura de que estaba muerto que cuando abrió los ojos, tardó un segundo en asimilarlo.
– No te muevas -le musitó con los ojos fijos en algo que estaba más allá de ella-. Si puedes, no respires.
* * *
Charles observó avanzar al lobo que ya no era su padre. Su rostro trasmitía una extraña combinación de locura y astucia.
Bran lo había calculado mal. Tal vez si la bruja no hubiera muerto, el control no se habría desvanecido de un modo tan repentino. Tal vez si Charles le hubiera mostrado el cuello a su padre al principio de la pelea, para demostrarle que era incapaz de matarle pese a encontrarse bajo el peso de semejante compulsión. Tal vez Samuel lo hubiera hecho mejor que él.
O tal vez hubiera sucedido lo mismo fuera quien fuese el protagonista en cuanto la bruja subyugó completamente a su padre. Del mismo modo que la madre de Bran le había subyugado muchos años atrás.
Aunque todo aquello ya no tenía importancia, pues su inteligente y camaleónico padre había dejado de existir. Frente a él tenía a la criatura más peligrosa que jamás había pisado aquellas montañas.
Charles estaba seguro de que aquel era el final. El pecho le ardía y le costaba mucho respirar. Una de aquellas afiladas garras se había clavado en su pulmón; le había ocurrido demasiadas veces para no reconocer la sensación. Estaba a punto de rendirse, pero Anna apareció de pronto, prestando a su padre la misma atención que hubiera dedicado a un cachorro.
Con Anna en peligro, Charles descubrió cómo aumentaba su estado de alerta, pese a que su atención estaba dividida por la urgente necesidad de saber si Anna se encontraba bien.
Su aspecto era desastroso. Tenía el pelo completamente empapado en sudor y deformado por un gorro que ya no llevaba. Tenía el rostro enrojecido por el viento y no se hubiera dado cuenta de que también lo tenía muy sucio de no ser por los surcos que le habían dejado las lágrimas al precipitarse de forma irregular desde los ojos hasta la barbilla. Intentó alertarla en un susurro, pero ella se limitó a sonreír (como si no hubiera escuchado ni una palabra o descartara el peligro que estas implicaban). Pese al terror que lo dominaba, se quedó mudo durante unos instantes.
– Charles -dijo ella-. Yo también creía que habías muerto. No. No te muevas… -Y le puso una mano en el hombro para asegurarse de que no lo hacía-. Yo…
Asil gruñó con avidez y Anna se dio la vuelta para observarlo.
El lobo de Asil no era precisamente pequeño, aunque no tan grande como el de Samuel o el de Charles. Tenía el pelaje de un marrón tan oscuro que en la penumbra del crepúsculo parecía casi negro. Tenía las orejas alerta y le manaba saliva de la boca.
Pero Anna no era estúpida; su atención, como toda la que podía dedicar Charles, estaba centrada en el Marrok. Bran les observaba como un gato que espera que el ratón haga algo interesante. Como echar a correr.
Sintió el aliento de Anna muy cerca, y el miedo que percibió en él le obligó a incorporarse -un movimiento estúpido- pero su padre ahora estaba concentrado en Anna, ignorándolo a él.
Atrapada en la mirada perturbada de Bran, Anna alargó la mano de forma instintiva y cogió la mano de Charles.
Y sucedió.
Inesperadamente, sin avisar, el vínculo de apareamiento se asentó en él como una camiseta vieja, y durante un instante no sintió dolor alguno, ni cansancio, ni molestias, ni aturdimiento, ni terror. Durante un segundo, la ira de su padre, que le devoraba desde las sombras, quedó eclipsada por la dicha del momento.
Anna respiró profundamente y le dirigió una mirada cristalina que le decía: Me dijiste que debíamos hacer el amor para que ocurriera esto. Se supone que tú eres el experto.
Y entonces la realidad regresó con toda su intensidad. Charles tiró de ella para dejarla entre si y los dos lobos furiosos, quienes la observaban con dolorosa intensidad.
Cuando ella se liberó suavemente de su mano, Charles lo agradeció; necesitaba las dos para defenderlos. Siempre y cuando consiguiera ponerse en pie.
Aunque esperaba que opusiera resistencia, comprobó satisfecho cómo Anna retrocedía todavía más a su espalda. Pero entonces dos manos frías se posaron sobre sus hombros manchados de sangre y Anna se apoyó en su espalda, uno de sus pechos incómodamente cerca de la herida de bala.
Cogió aire y empezó a cantar. Y eligió la canción Shaker que su padre había interpretado en el funeral de Doc Wallace: «Simple Gifts».
La paz se extendió por todo su cuerpo como un viento tropical, como no le había ocurrido desde las dos primeras horas después de conocerla. Asil le había dicho que para trasmitir aquella sensación ella también debía sentirse relajada. No podía comunicar una calma que no sentía. De modo que cantó y dejó que la paz de la canción fluyera por su interior, para después trasmitírsela a los lobos.
En la tercera estrofa, Charles se unió a ella, aportando un contrapunto a su rica voz de contralto. La cantaron dos veces y, cuando terminaron, Asil emitió un suspiro y se tumbó sobre la nieve como si estuviera demasiado agotado para moverse.
Charles dejó que Anna eligiera las canciones. La siguiente fue una canción irlandesa, «The Black Velvet Band». Descubrió sorprendido que Anna decidió dotar al tema de una suave cadencia que recordaba al gaélico. Por el modo en que pronunciaba, comprendió que la había aprendido al escuchar la versión de los Irish Rovers. En mitad de «The Wreck of the Edmund Fitzgerald», su padre se acercó lentamente a Anna y con un suspiro colocó la cabeza sobre el regazo de esta.
La próxima vez que viera a Samuel le contaría que su Anna había derrotado a un Marrok desbocado con un par de canciones cuando él había, tardado años en conseguir lo mismo.
Anna continuó cantando mientras Charles se puso en pie trabajosamente. No fue una experiencia agradable, aunque, al menos, las garras y colmillos de su padre no eran de plata, e incluso las peores heridas recientes ya habían empezado a curarse. Pese a la oscuridad reinante, la luna brillaba intensamente. Aún no era llena, pero faltaban pocos días para que lo fuera.
Se aproximó a Asil, comprobó que estaba sumido en un sueño profundo y reparador, y después se dirigió hacia donde yacían los cuerpos. La bruja tenía el cuello roto, pero se sentiría mejor en cuanto la hubieran quemado y esparcido sus cenizas. Walter también estaba muerto.
Anna terminó la canción y dijo:
– Lo hizo por mí.
Charles levantó la cabeza para mirarla.
– La bruja me lanzó un hechizo y Walter se interpuso en su camino.
Anna estaba pálida, y le estaba empezando a aparecer un moratón en la mejilla. Pese a toda la comida que le había obligado a injerir, tuvo la sensación de que durante los últimos días había perdido peso. Tenía las uñas destrozadas, y la mano derecha, con la que acariciaba suavemente el hocico de su padre, tenía un corte a la altura de los nudillos. Había golpeado a alguien, seguramente a Mariposa.
Temblaba ligeramente, y no supo si se debía al frío, a la conmoción o a una mezcla de las dos cosas. Mientras reflexionaba sobre aquello, Bran la arropó con su cuerpo para trasmitirle todo su calor.
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