Inclinó su cabeza para besar la esquina de su boca, sintiendo que debería ser un candidato para santo padre o al menos para ser armado caballero. Tomó su mano y se pusieron en camino hacia la seguridad de otro lugar.
– Supongo que el pueblo será bastante seguro. Encontraremos a una persona o dos allí, -frunció el ceño cuando lo decía.
Maggie sabía que estaba pensando en el misterioso James, esperando que no estuviera en el pueblo.
– Yo también lo espero. Me gustaría verlo -ella disfrutó andando a su lado mientras él le decía como se llamaban las plantas, señalaba a los animales y a los reptiles que a ella se le pasaban por alto. Se dio cuenta de cómo de completamente a salvo, se sentía a su lado. El bosque era un lugar oscuro, místico e incluso embrujado, aún con Brandt moviéndose tan silenciosamente, tan fluidamente, con tal completa seguridad, comprendió cuanto de todo eso formaba parte de él-. Fuiste tu quien sacaste todas aquellas fotografías que cuelgan de la casa, ¿verdad? Están muy bien -había admiración en su voz.
Él enrojeció.
– ¡Te diste cuenta! Espero que no leyeras ninguna de esas tonterías. Debería haberlas descolgado pero no pensé en ello.
– Me gustó la poesía.
Él gimió.
– Eso no es poesía. Solamente trataba de encontrar algo para los títulos pero nada le encajaba -su excusa le pareció coja incluso a sus propios oídos.
Maggie extendió la mano y tocó su pelo, enredando sus dedos en la masa sedosa durante solo un momento porque no pudo resistirse.
– ¿Eres fotógrafo profesional?
Estaba tan atractivo, avergonzado, y ella tan poco dispuesta a echarle un cable, no pudo pararse.
– Soy agente libre de National Geographic -admitió Brandt de mala gana-. Escribo artículos y hago consultas para varios gobiernos. Con mi trabajo aquí, trato de despertar la conciencia mundial sobre el valor del bosque.
Maggie le miró fijamente con asombro. ¿Cómo no lo había supuesto antes?
– ¡Eres Brandt Talbot, el renombrado experto principal sobre la selva tropical¡ Doctor Brandt Talbot. No puedo creer que esté hablando contigo. ¡He leído todo lo que has escrito! -Maggie se encontró cayendo más profundamente bajo su hechizo. Él amaba lo que ella amaba. Lo oía en su voz y lo leía en sus artículos. No podía falsificar aquella clase de pasión-. Cuéntame más sobre la especie a la que dices que pertenecían mis padres -le animó, dudando de si podía creerlo o no. Su cuerpo parecía sufrir las pruebas de sus revelaciones. Había algo dentro de ella, algo sobre lo que parecía no tener control, aún cuando su explicación parecía más allá del reino de la realidad. Trataba de mantener la mente abierta- ¿Quedan muchos de ellos?
– De nosotros, Maggie. Eres uno de nosotros y no, quedamos pocos. Nuestra raza ha disminuido. Nos han cazado y matado casi hasta la extinción. En parte por nuestra propia culpa. No tenemos la historia más noble. -Había una nota de pesar en su voz.
– ¿Qué pasó?
– En los tempranos días, algunas tribus nos veneraron como a dioses. Algunos de nuestra gente se obsesionaron con el poder. Como en cualquier especie, hay algunos entre nosotros que escogemos una vida de servicio y dedicación al bien común, y otros que quieren reinar, conquistar. Tenemos nuestras propias enfermedades y nuestros propios problemas. Somos apasionados, una mezcla de los instintos humanos y animales que significa lo bueno y lo malo de ambos lados -dejó de andar-. El pueblo está justo delante de nosotros. Maggie, incluso hoy, algunos de nuestros machos están obsesionados con el poder -le advirtió con cuidado.
– Los leopardos no se emparejan de por vida, Brandt. Las hembras crían a los pequeños solas. ¿Se alejan los hombres después del sexo? -Ella se forzó a hacer la pregunta sin mirarlo.
La cogió, sus brazos como bandas de acero. -No, Maggie. No somos leopardos, ni animales, tampoco somos humanos. Nos emparejamos de por vida. Así es como se ha hecho. Para nueve vidas. Todas nuestras vidas. Una y otra vez. Eres mía, sé que lo eres, siempre me has pertenecido.
El alivio y la alegría se derramaron sobre ella, tanto no pudo responder. El pensamiento de que podría quererla durante toda su vida y no solamente para un acoplamiento la hizo feliz a pesar de que no estaba totalmente segura de que todo aquello fuera real. Le dejó sostenerla en silencio mientras miraba alrededor tratando de ver a través de la lluvia y los árboles. Con bastante seguridad, había un par de pequeñas estructuras tejidas en los árboles y camufladas por la riqueza de plantas que crecían de cualquier manera concebible. Sacudió la cabeza.
– ¿Esto es el pueblo? ¿Es aquí dónde todos viven? ¿Solo dos edificios? -trataba de no reírse. Había imaginado algo mucho más diferente. Un centro próspero y concurrido, al menos, como un pueblo de nativos.
– Nunca vivimos en el pueblo. Simplemente nos encontramos aquí para disfrutar de la compañía o conseguir provisiones. Las casas están dispersadas alrededor de los árboles. Nos aseguramos de no dejar ningún rastro y estamos constantemente vigilantes, buscando signos de alguien cerca. Los cazadores furtivos destruyeron el pueblo la noche que tus padres murieron y desde aquel momento lo hemos mantenido bastante pequeño por protección.
– Tiene sentido, pero parece un modo triste de vivir.
– Tenemos nuestra propia comunidad y no toda nuestra gente reside en la selva tropical. Algunos han decidido vivir en las afueras. Cambiamos a voluntad, a excepción del Han Vol Dan. La primera vez que el cambio ocurre es incómodo y no puede ser controlado. Es mejor tener a alguien contigo para hablarte de ello.
– Entonces los niños no cambian la forma. ¿Sólo los adultos?
Él asintió.
– Y no sabemos que es lo que lo provoca en cada individuo. Unos son cambiaformas más temprano que otros. -Brandt resbaló los brazos alrededor de sus hombros, necesitando tocarla, tenerla cerca. Se sentía nervioso y combativo, sabiendo que los otros machos estaban cerca. Sus amigos, se recordó. Los hombres en los que confiaba. Los hombres que habían salvado su vida una docena de veces, igual que él las suyas. Sabían que Maggie era su compañera. Estarían tan incómodos alrededor de ella, como él lo estaría hasta que hubiera atado a Maggie a él.
Y luego estaba James. Brandt y los demás lo habían olido en el bosque, mirando la llegada de Maggie. Por dos veces Brandt había olido su rastro cerca de la casa. Brandt no confiaba en James y no lo quería en ninguna parte cerca de Maggie. Su especie tenía demasiada influencia animal, tanto que tenían que luchar contra sus naturalezas de vez en cuando. Reaccionaban como machos territoriales hasta que los lazos fueran establecidos. Era peligroso para todos.
Maggie sintió un ligero temblor atravesando su cuerpo.
– ¿Qué es? -Ella deslizó un brazo alrededor de su cintura, algo que generalmente no habría hecho, pero él parecía necesitarla. Había una extraña sensación de poder al tener a un hombre fuerte necesitándola tanto, tenerlo tan absorbido por ella-. Estás incómodo por nuestra presencia aquí. Puedo sentirlo, Brandt.
La empujó hacia atrás al refugio de los árboles y la giró entre sus brazos, apretó su cuerpo fuertemente contra el suyo de modo que pudiera sentir cada músculo impreso sobre ella. Su olor la envolvió. Brandt se inclinó abajo para hocicar su pelo a un lado, así podría encontrar el hombro con su boca. Los dientes rasparon hacia adelante y hacia atrás con cuidado sobre su piel desnuda.
– Te quiero -susurró suavemente contra su oído, su aliento caliente tentando los sentidos-. Te quiero tanto que a veces no puedo pensar.
El cuerpo de Maggie respondió a su confesión susurrada. Tensándose. Pulsando con calor. Con hambre. Con anticipación.
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