Brandt cogió su barbilla.
– No te sientas triste, Maggie. Tus padres te amaron muchísimo y se quisieron el uno al otro. Pocas personas consiguen eso alguna vez en su vida.
– ¿Les conociste? -Su verde mirada se mantuvo fija, retándole a mentirle.
– Yo era un muchacho, pero les recuerdo, el modo en que siempre se tocaban y se sonreían el uno al otro. Eran realmente gente maravillosa que siempre pusieron en práctica lo que creían sin importar el peligro.
Maggie echó un vistazo hacia arriba, a los árboles, la vista clavada en varias ranas que se sentaban abiertamente sobre las hojas. Sus ojos eran enormes, permitiendo a los anfibios cazar de noche. Más arriba, adhiriéndose a las ramas de un árbol, estaba un pequeño tarsero [2]con sus redondos ojos brillantes fijos en ella. Parecía una peluda y abrazable criatura alienígena. Su madre y su padre habían visto a estas pequeñas criaturas tal como ella los veía, quizás incluso, habían estado de pie bajo este mismo árbol.
– Gracias por contarme sobre mis padres, Brandt. Entiendo mejor por qué Jayne tuvo miedo por mí de que viniera aquí al bosque. Solía hablar de ello todo el tiempo, se ofendía y hasta gritaba. Tenía muchas ganas de venir aquí, a la selva tropical, también a Sudamérica y a África. Me hice veterinaria, con la idea de que trabajaría en el hábitat natural de los animales para preservar a las especies raras.
– Jayne Odessa fue testigo de cómo los cazadores furtivos asesinaron a Lily. No tenía ni idea de la herencia de Lily, de que era una cambiaformas. -Brandt respiró, soltó el aire, todo el tiempo mirando su expresión cuidadosamente, buscando señales de rechazo por las cosas que él le revelaba-. Debe haber sido tan espantoso para Jayne saber que los cazadores furtivos asesinarían a alguien solamente porque trataba de proteger a los animales. Y luego tuviste que crecer justo como Lily, queriendo salvar animales exóticos.
Él le acarició el pelo, la más ligera de las caricias, pero el toque envió calor moviéndose en espiral por su cuerpo. Le dolió por él, pero hizo todo lo posible para ignorarlo. Aunque la llamara sobre tantos niveles, era cautelosa de la pura fuerza de atracción entre ellos.
– Puedo haber heredado las tendencias de mi madre biológica pero Jayne seguramente también influyó en mí. Se rodeó de libros e información sobre hábitats y especies en vías de extinción, apoyó las causas con dinero y se ofreció para todo tipo de cosas. Desde luego que su pasión me influyó.
– ¿Crees las otras cosas que te he contado, Maggie? -Brandt enmarcó su cara con las manos, inclinó su oscura cabeza hacia la suya como si no pudiera soportar las escasas pulgadas que los separaban-. ¿Crees que pueda existir otra especie? ¿Una especie de cambiaformas? ¿Crees que eres uno de nosotros?
Estaba tan cerca, tan tentador, sus dorados ojos brillaban intensamente.
– No lo sé -contestó ella con cuidado-. Supongo que no sería tan difícil de demostrar. -había desafío en su voz.
– ¿Y has escapado de mí gritando?
– Puedo escapar de ti gritando de todos modos -advirtió ella con una pequeña, burlona sonrisa. Ella estaba mirando su cara, vió su resolución repentina, y su corazón comenzó a golpear fuertemente en su pecho.
En lo alto, junto a las copas de los árboles un mono gritó; la agitación de alas indicaba el vuelo de los pájaros. Brandt movió su cabeza alrededor rápidamente, alerta, sus ojos de repente fijos y duros.
– ¡James! ¿Qué haces aquí?
Maggie giró en la dirección que Brandt miraba fijamente justo cuando el viento cambió. Capto un olor vagamente familiar. Había olido aquella presencia un par de veces, en el bosque mientras viajaba hacia la casa de sus padres y luego fuera de la casa, en el porche. Apenas podía distinguir al hombre oculto en las sombras.
– Solo curioseo, Brandt. -La voz flotó hasta ellos, casi un desafío.
Maggie instintivamente se acercó a Brandt, sintiendo como se le erizaba el pelo, una sensación que no le gustó. Brandt pareció reconocer su incomodidad y le rodeó la cintura con su brazo, atrayéndola bajo la protección de su hombro. Antes de que pudiera presentarle al otro hombre, James se había fundido con el arbusto.
Maggie contuvo su aliento, esperando, pero no sabía qué.
Brandt abandonó su lado, rastreando al otro hombre entre el follaje. Cuando volvió, la tomó de la mano acercándola.
– Se ha ido. No parezcas tan asustada.
– ¿Quién es? -preguntó.
– Uno de los nuestros. -Brandt sonó severo-. Uno de quien te advierto te mantengas a distancia. Sostiene la creencia fundamental de que las reglas se aplican a todo el mundo menos a él.
Sin ninguna razón aparente Maggie tembló violentamente. Su cuerpo sentía una aversión visceral hacia el hombre que se había ocultado en el espeso follaje. Brandt inmediatamente reaccionó, frotándole los brazos, en un masaje con las palmas de sus manos.
– ¿Por qué me tocas como si tuvieras derecho? -¿Y por qué ansiaba ella su toque?-. Me tocas como si fuera absolutamente natural -como si ella le perteneciera.
– ¿Tanto te molesta? -Su voz cayó una octava, se volvió una ronca seducción. La yema de su pulgar se deslizó por el lleno labio inferior femenino, en una ligera caricia.
Notó en su estómago una sacudida de placer que la estremeció.
– Me molesta porque se siente… -se calmó, cerrados los ojos. Se sentía bien. Perfecto. Exactamente lo que quería. Su boca estaba a escasas pulgadas de la suya. La tentación de los labios masculinos perfectamente esculpidos era más de lo que podía resistir.
Maggie francamente no supo quien se movió primero. Sólo supo que había magia en el roce de sus bocas. Era inesperadamente apacible, sus labios se movían sobre los suyos tan suaves como la brisa. Sintió su hambre voraz, aunque él la tocaba tan tiernamente, engatusando su respuesta en vez de exigirla, que se apretara más cerca, rodeándole el cuello con sus brazos, necesitando sentir su cuerpo contra el suyo.
Inmediatamente sus labios se hicieron más firmes, se endurecieron. Él profundizó el beso, sus manos se deslizaron sobre los contornos de su cuerpo, formando sus curvas, arrastrándola más cerca. Brandt empujó el borde de su camisa para tener acceso a la piel desnuda. Sus palmas encontraron el encaje sobre sus pechos, el más fino de los materiales cubriendo el tesoro delicioso.
Su toque envió fuego por su sangre. Le chocó que ella pudiera tener tal reacción, una necesidad tan aplastante. Un temblor traspasó su cuerpo y se puso ligeramente rígido, algo profundamente escondido dentro de ella todavía luchaba.
Bruscamente separó su boca, dejando sus manos sobre los pechos, frente contra frente. Había un brillo de sudor sobre su piel y su respiración era desigual, su cuerpo fieramente excitado.
– No podemos quedarnos aquí para esto, Maggie. No tengo el control que pensé que tendría -la besó otra vez, con cuidado, persuasivamente-. A no ser que me quieras del modo que yo te quiero.
Toda su feminidad se alzó en respuesta a la llamada. Lo quería. Le deseaba. Pero por muy ardiente que se sintiera, por mucho que quisiera envolverse a su alrededor, algo profundamente en su interior les negó a ambos la liberación.
– No puedo, Brandt, lo siento. No sé por qué, pero no puedo -crispó sus dedos en la camisa agarrándose a él consolándose.
De mala gana, sus manos abandonaron los pechos, rozó su tórax y acarició su vientre plano.
– Lo entiendo, dulzura. No te preocupes -besó su frente, respirando profundamente para retirarse del precipicio del deseo sexual-. Vayamos a algún sitio seguro.
– ¿Hay algún sitio seguro? -Alzó la vista sabiendo que sus ojos brillaban por él. Su comprensión sólo sirvió para hacerlo más atractivo. Brandt Talbot era un hombre increíblemente sensible y ella caía más y más profundamente bajo su hechizo.
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