– Todos piensan que la seguridad es máxima -dije-. Hasta que alguien como yo se cuela por la puerta de atrás.
– Es verdad, pero los sistemas están protegidos por medios tanto técnicos como sobrenaturales. Para penetrar en ellos haría falta un sobrenatural que además tuviese conocimiento, desde dentro, de los sistemas de seguridad de las camarillas.
– Alguien que trabajara en los departamentos de informática o de seguridad. Probablemente alguien que hubiera sido despedido durante el año pasado, o algo así. La vieja teoría del «empleado despechado».
Lucas dijo que sí con la cabeza.
– Déjame que hable con mi padre. Veamos si podemos encontrar a alguien que encaje en esa teoría.
* * *
Lucas no tuvo dificultades para obtener la lista de empleados de la Camarilla Cortez. Benicio sabía que si bien Lucas podía estar encantado de disponer de una copia de esa lista con miras a sus propias investigaciones contra las camarillas, igualmente se comportaría de modo honorable y la destruiría tan pronto hubiera servido al propósito que había manifestado. Lograr la colaboración de los departamentos de Recursos Humanos de las otras camarillas no fue de ninguna manera tan fácil. Benicio no les dijo que Lucas tendría acceso a la lista, pero ellos no querían que ningún Cortez pusiera las manos en sus registros de personal. Tan sólo obtener una lista de los nombres y cargos de los empleados despedidos les llevó dos horas.
Esas listas eran sorprendentemente cortas. Pensé que las camarillas nos estaban ocultando información, pero Lucas me aseguró que parecían exactas. Cuando sólo se contratan sobrenaturales, y se encuentran algunos que resultan muy buenos, se hacen grandes esfuerzos para conservarlos. Si no trabajan muy bien, es mejor hacerlos desaparecer que hacerles llegar un aviso de despido…, y no sólo con el propósito de evitar el pago de la indemnización. Un empleado sobrenatural despechado es mucho más peligroso que un empleado de correos resentido.
Una vez que redujimos la lista a los empleados de los departamentos de informática y de seguridad, obtuvimos dos nombres de la lista Cortez, tres de la Nast y uno de la St. Cloud. Hágase la suma, y se tendrán cinco posibilidades. Y no, no fallaba mi habilidad matemática. Dos más tres más uno deberían sumar seis, de modo que ¿por qué teníamos una lista de cinco nombres? Porque uno aparecía en dos listas. Everett Weber, programador informático.
Según los archivos Cortez, Everett Weber era un druida que había trabajado como programador en su departamento de Recursos Humanos, desde junio de 2000 hasta diciembre de ese mismo año, con un contrato semestral. Esto no quería decir que hubiera sido despedido, pues con frecuencia la gente acepta trabajos temporales con la esperanza de que se transformen en permanentes. Necesitábamos averiguar si la marcha de Weber había sido amigable. Y necesitábamos detalles de su empleo con los Nast. Lucas volvió a telefonear a Benicio. Setenta minutos después, Benicio respondió.
– ¿Y bien? -pregunté en cuanto Lucas hubo cortado.
– Los informes preliminares del departamento de Recursos Humanos indican que el contrato de Weber finalizó sin rencores, pero mi padre seguirá investigando. No es raro que los gerentes se muestren reticentes cuando se ven ante un problema del que pueden no haber sido informados relativo a la situación de un empleado. En cuanto a los Nast, Weber trabajó en su Departamento de Tecnología Informática, desde enero hasta agosto de este año, en un cargo por contrato.
– ¿Otro contrato de seis meses?
– No, un contrato de un año al que se puso fin tras siete meses, pero los Nast se niegan a ampliar esta información.
Cerré de un golpe mi ordenador portátil.
– ¡Maldición! ¿Quieren o no quieren agarrar a ese tipo?
– Sospecho que el problema proviene de ambas partes. Mi padre probablemente no quiere permitir que los Nast sepan que estamos planteando cuestiones sobre alguien en particular. Porque Weber podría desaparecer bajo la custodia de los Nast antes de que podamos interrogarlo, una posibilidad bastante cierta si se considera que en este momento reside en California.
– Y la Camarilla Nast tiene su base en Los Ángeles, lo que significa que le encontrarían antes que nosotros.
– Exactamente. La sugerencia de mi padre, que yo apruebo, es que viajemos a California e investiguemos mejor a Everett antes de que les pidamos a los Nast más detalles.
– Suena bien, pero…El sonido de mi teléfono móvil me interrumpió. Comprobé el identificador de llamadas.
– Es Adam -dije-. Antes de contestar, ¿a qué parte de California nos dirigimos?
– Lo suficientemente cerca de Santa Cruz como para que le pidas que nos acompañe.
Hice un gesto afirmativo y apreté el botón.
* * *
Una hora más tarde estábamos otra vez en el aeropuerto, recogiendo los pasajes que nos había comprado la Corporación Cortez. Se trataba, por supuesto, de lo dispuesto por Benicio, aunque él hubiera querido hacer más: que usáramos el jet de la Corporación. Cuando en lugar de ello Benicio ofreció los pasajes, Lucas -ansioso de dejar de discutir y de iniciar la investigación- lo aceptó. Ninguno de nosotros dos se sentía satisfecho con la evidente manipulación, pero la verdad era que mal podíamos pagar el precio de cruzar una y otra vez de un lado al otro del país. Dana y Jacob merecían más que una investigación de bajo presupuesto, y nosotros nos aseguraríamos de que la obtuvieran, aun si ello significara aceptar que la Camarilla corriera con los gastos de transporte.
* * *
Por supuesto, Adam no tuvo inconveniente alguno en hacer de anfitrión y guía de viaje; con más razón cuando ello le brindaba la oportunidad de una experiencia estimulante. Conozco a Adam desde hace media vida, tiempo suficiente para haber aceptado que es la clase de persona que hace tan poco como puede, a menos que el «hacer» en cuestión lleve consigo una acción entretenida y excitante. Hoy, con la perspectiva de una aventura no estrictamente legal, estaba lo bastante ansioso como para llegar al aeropuerto a tiempo de ver aterrizar nuestro avión.
Adam tenía veinticuatro años y era apuesto, con ese aspecto sano, californiano, que muestra un bronceado perpetuo. Tenía cabello castaño, aclarado por el sol, y el cuerpo bien formado de un surfista. Como su padrastro, era un semidemonio. Robert sospechaba desde hacía tiempo que Adam era el subtipo más poderoso de los demonios del fuego -un Exustio-, pero hacía tan sólo un año que finalmente había incinerado algo y probado que Robert tenía razón. Eso supuso la culminación de diecisiete años de desarrollo progresivo de sus poderes, que se remontaban a su infancia, cuando Taha comenzó a buscar respuestas que explicaran el temprano despliegue de poder de Adam, nada dispuesta a aceptar la explicación de un psiquiatra de que el fogoso temperamento del niño no era más que la puesta en escena de un adolescente. Su búsqueda la había llevado a Robert Vasic, quien eventualmente le dio las respuestas que buscaba…, y se enamoró de ella.
– Así que, ¿cuál es el plan? -preguntó Adam cuando subimos a su jeep.
– Vamos directamente a la fuente -respondí-. Un allanamiento de morada, si tenemos suerte.
– Estupendo.
– Imaginaba que lo verías así.
Una aventura no estrictamente legal
Everett Weber vivía en las afueras de Modesto, en una pequeña casa de campo, un feo bloque ceniciento que tenía un cuidado jardín y un césped bien cortado, pero cuya carpintería necesitaba desde hacía mucho tiempo una buena mano de pintura. Probablemente una casa de alquiler, cuyo propietario sería, quizás, el dueño de los viñedos circundantes. Como la mayoría de los inquilinos, Weber estaba dispuesto a mantener arreglado el lugar, pero no pensaba pagar de su propio bolsillo el dinero para las reparaciones.
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