Karin Slaughter - El número de la traición

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En la sala de urgencias del hospital más ajetreado de Atlanta, la doctora Sara Linton se ocupa de los pobres, de los heridos y de los desafortunados. De esta manera se refugia de la tragedia que hizo tambalear su vida hace unos años. Es entonces cuando una mujer muy malherida entra en el hospital y Sara se ve trasladada de nuevo a un mundo de horror y violencia. La mujer, desnuda y con evidentes signos de haber sido torturada, ha sido atropellada, pero está claro que antes había sido la presa de una mente retorcida.
En las afueras de Atlanta, donde encuentran a la paciente de Sara, la policía local ha empezado sus pesquisas, pero el detective Will Trent, de la Oficina estatal de Investigación de Georgia, no espera a que su jefa le dé la autorización necesaria para inmiscuirse en el caso: se lanza a través del cordón policial y directo al frondoso bosque y consigue encontrar una casa de los horrores escondida bajo tierra y un nuevo cadáver… la terrible realidad es que la paciente de Sara tan solo es una de las múltiples víctimas de un asesino cruel y sádico.
Will y su compañera Faith Mitchell, otra detective quien a su vez tiene sus propios secretos, consiguen hacerse con el caso, aunque para ello hayan de pelearse con el jefe local de policía y justo entonces otra mujer -inteligente, atractiva, bien situada y madre de un niño pequeño- es secuestrada. Will y Faith se encuentran en el ojo de un huracán para dar caza y captura a un asesino. Y, de hecho, ellos son lo único que hay entre un loco y su próxima víctima.

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– Qué coño. -Se echó a reír-. Mi madre hizo lo mismo una y otra vez. Decía que Alex y yo mentíamos, que nos habíamos escapado y un desconocido nos había violado y estábamos intentando echarle la culpa a Tom porque le odiábamos y queríamos que la gente sintiera lástima por nosotras.

Faith sintió una angustia en la boca del estómago, preguntándose como era posible que una madre fuera tan ciega al sufrimiento de su propia hija.

– ¿Fue entonces cuando empezaron a llamarse Coldfield? -preguntó Will.

– Nos lo cambiamos por Seward después de que detuvieran a Tom. No fue fácil. Había cuentas bancarias y toda clase de documentos en los que había que cambiar el nombre para que fuera legal. Mi padre empezó a hacer preguntas. No le gustaba nada aquello, porque tenía que hacer cosas: ir al juzgado, pedir copias de los certificados de nacimiento, rellenar formularios. Estaban en mitad de todo el lío, poniéndolo todo a nombre de Seward, cuando yo me escapé. Supongo que al irse de Michigan volvieron a cambiarlo por Coldfield. Los de Oregón no le hicieron ningún seguimiento a Tom. En lo que a ellos respectaba, el caso estaba cerrado.

– ¿Volvió a saber de Alex McGhee?

– Se suicidó. -El tono de Pauline era tan frío que Faith se estremeció-. Imagino que no pudo superarlo. Hay mujeres que no pueden.

– ¿Estás segura de que tu padre no tenía ni idea de lo que estaba pasando? -le preguntó Will.

– No quería saberlo -respondió Pauline.

Pero no había modo de confirmarlo. Henry Coldfield había sufrido un infarto masivo cuando le comunicaron lo que les había sucedido a su mujer y a su hijo. Había muerto de camino al hospital.

Will continuó insistiendo.

– Tu padre nunca se dio cuenta…

– Viajaba todo el tiempo. Se pasaba fuera varias semanas, a veces un mes entero. E incluso cuando estaba en casa nunca estaba realmente allí; salía con su avión o a cazar o a jugar al golf o hacer lo que le daba la gana. -El tono de Pauline se iba volviendo más hostil con cada palabra-. Tenían una especie de trato: ella llevaba la casa, no le pedía que la ayudara, y él hacía lo que le venía en gana siempre y cuando aportara su sueldo y no hiciera preguntas. Una vida perfecta, ¿eh?

– ¿Tu padre abusó de ti alguna vez?

– No. No estaba allí para abusar de mí. Le veíamos por Pascua y por Navidad, eso era todo.

– ¿Por qué en Pascua?

– No lo sé. Siempre fue una época muy especial para mi madre. Pintaba huevos y adornaba la casa. Le contaba a Tom la historia de su nacimiento, le decía que era muy especial, que siempre había deseado un hijo varón, que con él su vida estaba completa.

– ¿Por eso decidiste huir el día de Pascua?

– Huí porque Tom estaba excavando otro hoyo en el jardín.

Faith le dio un momento para ordenar sus pensamientos.

– ¿Eso fue en Ann Arbor?

Pauline asintió, con la mirada perdida.

– No le reconocí, ¿sabes?

– ¿Cuando te secuestró?

– Fue todo muy rápido. ¡Estaba tan condenadamente contenta de haber encontrado a Felix! Creí que le había perdido. Luego mi cerebro empezó a atar cabos y me di cuenta de que era Tom, pero ya era demasiado tarde.

– ¿Lo reconociste?

– Lo presentí. No sé cómo explicarlo. Todas las células de mi cuerpo me gritaron que era él. -Cerró los ojos unos segundos-. Cuando entré en el sótano todavía podía sentirlo. No sé qué me hizo mientras estaba inconsciente. No sé lo que hizo.

Solo de pensarlo Faith sentía escalofríos.

– ¿Cómo te encontró?

– Creo que siempre supo dónde estaba. Se le da bien seguir la pista a la gente, observarles, adivinar cuáles son sus costumbres. Imagino que yo tampoco se lo puse muy difícil al elegir el nombre de Alex. -Rio sin ganas-. Me llamó al trabajo hará un año y medio. ¿Lo podéis creer? ¿Qué posibilidades hay de que yo atienda una llamada como esa y sea Tom el que esté al otro lado?

– ¿Sabías que era él cuando te llamó?

– Joder, no. Habría cogido a Felix y habríamos huido.

– ¿Para qué te llamó?

– Ya te lo he dicho. Fue una llamada de contacto. -Movió la cabeza con expresión incrédula-. Me habló del refugio, me dijo que aceptaban donaciones a cambio de recibos en blanco. Tenemos clientes muy ricos, y donan sus muebles viejos por la desgravación fiscal. Les hace sentir menos culpables por deshacerse de un salón de cincuenta mil dólares para sustituirlo por uno de ochenta mil.

Faith no podía siquiera concebir tales cifras.

– Así que decidiste recomendarles el refugio a vuestros clientes.

– Estaba cabreada con los de la ONG Goodwill. No vienen cuando les llamas, te dicen que pasarán entre las diez y las doce, por ejemplo. ¿Quién puede pasarse dos horas esperando? Mis clientes son millonarios, no pueden pasar toda la mañana esperando a que aparezca un perroflauta para llevarse los muebles. Tom dijo que con el refugio podíamos concertar una hora exacta y que serían puntuales. Y siempre lo eran. Eran amables y limpios, cosa muy rara. Se lo recomendé a todo el mundo. -Se dio cuenta de lo que acababa de decir-. Se lo conté a todo el mundo.

– ¿Incluidas las mujeres del chat?

Pauline se quedó callada.

Faith le contó lo que habían averiguado en los últimos días.

– El bufete de Anna Lindsey empezó a prestar asistencia jurídica al refugio hace seis meses. Olivia Tanner se convirtió en su principal benefactor el año pasado. Jackie Zabel llamó al refugio para que recogieran las cosas de casa de su madre. Alguien tuvo que hablarles del refugio.

– Yo no… No lo sabía.

Todavía no habían conseguido entrar en el chat. El sitio era demasiado sofisticado, y crackear las contraseñas ya no era una prioridad para el FBI, pues ya tenían a su hombre en la cárcel. Sin embargo, Faith necesitaba que se lo confirmara. Tenía que oírlo de labios de Pauline.

– Publicaste algún post hablando del refugio, ¿verdad?

Pauline no contestó.

– Cuéntamelo -dijo Faith, y por algún motivo, la petición funcionó.

– Sí, lo publiqué.

Faith no se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Exhaló el aire lentamente.

– ¿Cómo supo Tom que todas padecían desórdenes de la alimentación?

Pauline alzó la vista. Sus mejillas empezaban a recobrar el color.

– ¿Cómo os enterasteis vosotros?

Faith se quedó reflexionando unos segundos. Lo sabían porque habían investigado las vidas de las mujeres de forma tan metódica como lo había hecho Tom Coldfield. Este las seguía, las espiaba en sus momentos más íntimos. Y ninguna de ellas se había dado cuenta.

– ¿La otra mujer está bien? -preguntó Pauline- La que estaba conmigo en el sótano.

– Sí. -Olivia Tanner estaba lo suficientemente recuperada como para negarse a hablar con la policía.

– Es una zorra muy dura.

– Tú también -le dijo Faith-. Hablar con ella podría ayudarte.

– No necesito ayuda.

Faith no se molestó en discutir.

– Sabía que Tom acabaría encontrándome -dijo Pauline-. Yo no dejaba de entrenar. Quería asegurarme de que podría aguantar sin comer. Quería asegurarme de que podría sobrevivir. Cuando nos cogió a Alex y a mí siempre iba a por la que gritaba más, a por la que se desmoronaba primero. Quería asegurarme de que esa no sería yo. Así fue como me ayudé yo solita.

– ¿Tu padre nunca preguntó por qué tu madre quería mudarse y cambiarse de nombre? -le preguntó Will.

– Ella le dijo que era para que Tom pudiera empezar de nuevo, para que todos pudiéramos empezar de nuevo. -Se echó a reír amargamente y se dirigió a Faith-. Siempre gira todo alrededor de los chicos, ¿verdad? Las madres y sus hijos varones. A las hijas que les den por saco. A quien verdaderamente quieren es a los chicos.

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