– No hace falta ser un experto para saber que este cuerpo lleva enterrado mucho tiempo -dijo-. Años, lo menos.
– Según el jardinero jefe -repuso Quentin-, en esta zona solía haber mucha más tierra. De la roca más grande sólo sobresalía medio metro, más o menos. De eso hará por lo menos diez años. Hace un par de años, cuando el jardín se amplió para incluir esta zona, decidieron utilizar las rocas como parte del paisaje y plantar simplemente unas cuantas flores resistentes.
– Lo cual, supongo, explica al menos en parte por qué nadie sabía que aquí había una tumba.
Quentin se encogió de hombros.
– Sinceramente, no recuerdo haber pasado por aquí durante estos años. Está demasiado lejos del edificio principal y de los establos como para que me interesara cuando era pequeño. Y hace cinco años, cuando Bishop y yo ayudamos en la búsqueda de esa niña, tu gente y el personal del hotel ya habían inspeccionado los jardines.
– Sí. Dios, me preguntó qué más nos habremos pasado por alto.
Quentin movió la cabeza de un lado a otro.
– ¿Cuántas hectáreas de jardín hay aquí? ¿Diez? ¿Quince? Además del resto del valle y de todas las sendas de montaña. Es peor que buscar una aguja en un pajar. Tal vez, si el perro de rastreo hubiera servido, habría encontrado la tumba.
– Tal vez.
– En todo caso, por lo menos está de este lado de la valla protegida de los depredadores y de los carroñeros del monte. Así que puede que los huesos revelen muchas cosas a un forense experto.
– Aparte de los dos hechos de los que estamos seguros, que era un niño y que la causa de la muerte fue probablemente la decapitación, quieres decir. Tampoco hace falta ser un experto para ver eso.
– Habrá que hacer análisis de ADN para identificar a la víctima -dijo Quentin-. Los registros dentales no suelen ser fiables, tratándose de un niño. Cuando se determine la antigüedad de los restos, tendremos que conseguir una muestra de un miembro de la familia de todos los niños cuya desaparición se denunció en esta zona durante el periodo de tiempo oportuno.
– Mierda. -Nate acompañó aquel exabrupto cansino añadiendo-: ¿Y cómo dice que lo encontró?
Quentin miró a un lado, hacia donde, sentada en un banco hecho con planchas de granito, Diana veía cómo se desarrollaban los trabajos, a unos pocos pasos de distancia de ella. No había querido regresar a su cabaña, salvo un momento para coger una chaqueta, cuando él insistió, y seguía visiblemente alterada, aunque apenas había abierto la boca.
– Ya la oíste -le dijo Quentin al policía-. Estaba paseando por aquí, se apoyó contra la roca… y miró por casualidad. Puede que la tormenta de esta mañana o las de la semana pasada arrastraran la tierra y la gravilla y dejaran al descubierto lo que estaba enterrado. La parte superior del cráneo era distinta al resto de las piedras y le llamó la atención. A mí también me la habría llamado, desde luego.
– Y entonces fue a buscarte.
– Sabía que soy agente del FBI.
Nate sacudió la cabeza, pero aquel gesto indicaba más cansancio que negación.
– Qué cosas. Sé que siempre has sospechado que al menos algunos de los niños desaparecidos de esa lista tuya habían sido asesinados, pero ésta es la primera vez que encontramos algo que apoye esa suposición.
– Según mi lista, ha habido tres desapariciones de niños sin resolver en esta zona en los últimos veinte años. Cuatro, si se cuenta una supuesta fuga.
– Está bien, entonces puede que tengas razón al creer que aquí estaba pasando algo.
– ¿Puede?
– Quentin, tuvimos un asesinato indudable hace veinticinco años, y nunca cogimos al culpable. Eso es incuestionable. Y tenemos este esqueleto, que tal vez sea identificado como uno de los niños desaparecidos o tal vez no. Pero…
– Hay otros niños desaparecidos. Y adultos también.
– Eso dices tú. Y no digo que no te crea… Es sólo que, en la mayoría de los casos antiguos que has desenterrado, nunca se presentó denuncia. O, si la hubo, había razones de sobra para creer que las desapariciones tenían una explicación normal. Padres resentidos que se llevaban a sus hijos. Fugas. Y luego están las montañas. Tú sabes tan bien como yo que es condenadamente fácil perderse ahí arriba… y prácticamente imposible encontrar a quien se haya perdido.
– Sí, lo sé. Sé que ha habido fugitivos buscados por la justicia, fugitivos federales, que desaparecieron en esas montañas durante años, a pesar de que se hicieron esfuerzos exhaustivos para encontrarlos. Y a algunos de ellos nunca se les volvió a ver, ni se volvió a oír hablar de ellos. Pero hay algo más. Aquí, en El Refugio, está pasando algo más.
Nate sacudió la cabeza de nuevo, pero dijo:
– Bueno, después de esto puede que tengas mejores argumentos para persuadir a la gerencia del hotel de que te deje echar un vistazo a sus archivos. Pero no creo que un juez vaya a obligarles si se niegan, sobre todo sí no podemos relacionar a este niño con El Refugio.
– El niño, o la niña, fue enterrado aquí. A mí me basta con esa relación.
– Sí. Tenía la impresión de que ibas a decir eso. -Nate suspiró mientras miraba trabajar a su gente. Se subió la cremallera de la cazadora y añadió mascullando-: ¿Desde cuándo hace tanto frío?
Quentin podría haber contestado: «Desde hace veinticinco años». Pero no lo hizo, naturalmente.
Se limitó a esperar en silencio mientras los hombres de Nate se esforzaban por sacar a la luz aquellos huesos enterrados hacía años.
Madison sabía que no debía estar en el jardín. En ninguno de los jardines, ahora que la policía estaba allí. A su madre no le gustaría, ella lo sabía. Pero sentía demasiada curiosidad para marcharse.
Y era tan pequeña que pudo deslizarse sin que la vieran por los jardines, hasta que logró ver lo que ocurría.
– Han encontrado a Jeremy -dijo Becca.
Madison abrazó con fuerza a Angelo para asegurarse de que no empezaba a gimotear y dijo a su amiga:
– Están desenterrando huesos.
– Aja. Es Jeremy.
Madison la miró con el ceño fruncido.
– Si sólo son huesos, ¿cómo es que lo conoces?
– No son sólo huesos. Pero es lo único que ven ellos. Todos, menos ella. -Becca señaló con la cabeza a una señora muy guapa que estaba sentada en un banco de piedra, a un lado.
– ¿Ella vio a Jeremy cuando no era sólo huesos?
– Aja. Él quería que lo encontraran, así que le enseñó dónde estaba. -Becca asintió como para sí misma, y añadió pensativamente-: Espero que estuviera listo para marcharse.
– ¿Para marcharse de El Refugio?
– Llevaba aquí mucho tiempo.
Madison preguntó:
– ¿Tú llevas mucho tiempo aquí, Becca?
– Sí, supongo. -Becca miró hacia los agentes de policía que trabajaban a la luz brillante de los focos y añadió con aire melancólico-: Antes estaba bien, de verdad. Y ahora también, a veces. Pero ahora casi siempre sólo da miedo.
– ¿Por lo… por lo que me dijiste? ¿Por lo que está a punto de llegar?
Becca asintió con la cabeza.
– Ha estado aquí otras veces. Y siempre vuelve.
– ¿Por qué?
– Porque ellos no saben cómo pararlo. No pueden parar algo que no ven. Algo en lo que no creen.
– Pero tú sí lo crees.
– No me queda más remedio, ¿no?
Madison se quedó pensando un rato mientras abrazaba distraídamente a su perrito y observaba trabajar a los mayores. Luego, lentamente, dijo:
– La señora que ha visto a Jeremy seguramente podría ver esa cosa. Seguramente ella sí lo creería. ¿No crees?
– Puede ser. Puede que sí. -Becca volvió la cabeza y miró a Madison-. Quizá por eso esté aquí. Pero tendrá que darse prisa.
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