Velas negras.
Encendidas.
No dio más de dos pasos hacia el interior del claro. Absorta, no hizo caso del cosquilleo de advertencia que sintió en la nuca, apenas unos segundos antes de que él la agarrara por detrás.
Riley dominaba literalmente un arsenal de técnicas de combate cuerpo a cuerpo, desde artes marciales exóticas a peleas callejeras a puñetazos, y fue el instinto de éstas últimas el que la guió en aquel caso en particular.
Con la velocidad del rayo, echó los brazos hacia atrás y le agarró, se volvió ágilmente y acabó de cara a él, con su pistola en las manos.
Acurrucado en el suelo, abrazado a su carne amoratada, gimiendo y presa de las náuseas, estaba tan envuelto en su propio sufrimiento que Riley comprendió que estuvo ciego y sordo a todo lo que le rodeaba al menos durante un largo par de minutos.
Esperó, apuntándole con la pistola que le había quitado, y, cuando mostró signos de empezar a recuperarse, dijo con calma:
– La naturaleza te dio más estatura, más músculos y más agresividad. Ésa era tu ventaja. Y también te dio pelotas. -Riley ladeó el revólver que le había arrebatado-. Y ésa es mi ventaja.
Jake ni siquiera intentó levantarse. Resolló un par de veces antes de poder decir:
– Dios, peleas duro.
– Peleo para ganar -le dijo ella-. Siempre.
Él siguió respirando trabajosamente y por fin dijo:
– Imaginaba que usarías algunas de esas asquerosas artes marciales.
– Sí, podría haberlas usado. Pero así ha sido mucho más divertido. -Mientras pronunciaba alegremente aquellas palabras, Riley se dio cuenta de algo, y no había ni rastro de humor en su voz cuando añadió-: No deberías estar aquí. Maldita sea, Jake, ¿qué haces aquí?
Él hizo un intento desganado de levantarse y volvió a caer hacia atrás con un gruñido.
– Joder, Riley, me citaste aquí. Dijiste que lo habías descubierto todo y…
Ella bajó la pistola, pero siguió asiéndola con las dos manos.
– Entonces, ¿por qué me has agarrado?
– Por probar -contestó él con otro gruñido, éste más bien teatral-. Creía que ibas a arrojarme por encima de tu hombro o algo así, pero… Dios mío, Riley…
Típicas idioteces de macho, pensó ella, sin malgastar energía en indignarse o sentir asco. Jake sentía curiosidad por su capacidad para defenderse, y le había puesto las manos encima.
Imagínate.
Parte de su energía seguía concentrada en mantener la superficie engañosamente neblinosa de su mente, pero dejó que un par de filamentos se alargaran y sondearan el claro.
– Quédate aquí, ¿entendido? -le dijo a Jake distraídamente-. Ni siquiera intentes levantarte. No te llamé yo misma, ¿verdad? Alguien te pasó el mensaje.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿Quién te dijo que quería verte, Jake? ¿O prefieres que lo adivine? -Levantó la voz-. Puedes salir, Leah.
Hubo un momento de silencio, y luego la pelirroja alta apareció al otro lado del claro. Y entró en el círculo. Se había quitado el uniforme, no había duda: llevaba una larga túnica negra cuya capucha bajada dejaba que su larga melena rojiza brillara a la luz radiante de la luna.
– ¿Cuándo te diste cuenta? -preguntó con calma.
– Tarde, me temo -respondió Riley con idéntica calma-. Hoy, o ayer, más bien, justo antes de que empezaras a intentar manipular mi mente. Imaginé que había alguna conexión que había pasado por alto. Fue Gordon quien lo dijo. Que no creía en las coincidencias. Ash y yo estábamos aquí, los dos habíamos tenido relación con John Henry Price en el pasado. En eso estaba pensando Gordon. No podía ser una coincidencia. Y no lo era. Tú querías que Ash participara. Por eso tenía que ser aquí. En Castle. Porque fue aquí donde encontraste a Ash. ¿No es eso?
Leah sonrió débilmente.
– Puede que te haya subestimado.
Riley siguió hablando.
– Ash estaba aquí, y no iba a ir a ninguna parte. Era el único que había estado a punto de poner a Price en su sitio: entre rejas. Y no te importaba que no lo hubiera conseguido. Lo que te importaba era que se hubiera atrevido.
– No debió hacerlo -dijo Leah-. Era perturbador. El juicio. Todos esos ojos observándonos. No nos gusta que nos miren.
Riley se resistió a la tentación de seguir aquella tangente.
– Así que tenía que ser aquí. Donde te plantarías y saldarías todas tus cuentas. Ya habías conocido a Gordon. Seguramente en Charleston, cuando estaba buscando un sitio donde retirarse. Eso fue lo que olvidé preguntarle, ¿sabes? Quién le sugirió Opal Island como un buen sitio para retirarse. Yo creía que había sido al revés, gracias a esa encantadora historia tuya acerca de que elegiste Castle clavando un alfiler en el mapa. Creía que Gordon ya estaba aquí cuando tú llegaste. Pero fue al contrario, ¿verdad, Leah?
– Me parece que voy a echar de menos a Gordon -contestó ella-. Ha sido divertido. Y asombrosamente fácil de manejar. Como casi todos los hombres, creo.
A Riley le costaba un inmenso esfuerzo dividir su atención, mantener los ojos fijos en Leah, la voz firme y calmada al hablar, mientras otra parte de su conciencia se alargaba en una dirección completamente distinta.
Confiaba en que sus fuerzas le bastaran.
– Ya habías elegido a tu grupo de satanistas -continuó-. Gracias a Price y sus intereses, conocías a la gente adecuada. Sabías cómo encontrar lo que andabas buscando. Un grupo inofensivo, dispuesto a cambiar de aires, uno de cuyos miembros era una mujer con un ex marido ansioso por reconciliarse con ella. Fue, como tú dices, bastante fácil manipular a Wesley Tate. Puede que salieras con él una o dos veces y que así descubrieras lo de Jenny.
Leah se encogió de hombros sin dejar de sonreír.
– Tenías a casi todos los jugadores listos. Gordon estaba aquí. Ash estaba aquí. Persuadiste a Tate de que invitara a su ex mujer y a su grupo de amigos. Yo era la siguiente. Para traerme, tenías que preocupar a Gordon. Y eso hiciste, dejando todas esas pequeñas señales de actividad ocultista. No sé, puede que no te limitaras a dejar todas esas señales. Puede que plantaras la semilla de la preocupación en Gordon, o puede que la fortalecieras. Para que contactara conmigo.
Riley dio medio paso a un lado, volviéndose un poco para mirar de frente a la otra mujer.
No levantó la pistola de Jake.
– Y yo vine. Todo salió según tus planes. ¿O el plan era de él? ¿Te controla tu padre incluso desde la tumba, Leah?
Aquello sorprendió a Leah. Se puso rígida y su tensión se hizo visible al tiempo que su sonrisa se desvanecía.
Riley asintió con la cabeza.
– En realidad, no le gustaban las mujeres, pero había intentado ser lo que consideraba normal. No hay registro de su matrimonio, ni supimos nunca de ninguna novia, así que supongo que tu madre fue un ligue de una noche. ¿Qué era, Leah? ¿Una puta a la que pagó para ver si se la ponía dura?
La cabeza de Leah se movió ligeramente, en un gesto extraño y retorcido y de pronto todas las velas del círculo brillaron con más fuerza.
La luz permitió que Riley viera lo que temía ver: en el centro del círculo, tendida inerte sobre la piedra plana del altar, estaba Jenny.
Aún no había muerto: la larga hoja curva del cuchillo que empuñaba Leah no estaba manchada de sangre. Pero saltaba a la vista que la mujer morena estaba inconsciente.
Riley seguía intentando ocultar esa parte de su mente y sus sentidos que buscaban ansiosamente una conexión, de modo que hizo que su voz sonara un poco lenta e insegura.
– Supongo que la energía más oscura procede del sacrificio de una sacerdotisa, ¿no es eso? Y esta noche necesitas la energía más oscura. Luna llena, una sacerdotisa satánica… ¿Qué más, Leah? ¿Tiene Jenny sangre tuya en el estómago, como Tate?
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