Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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Samantha miró el anillo. Una piedra preciosa correspondiente al mes del nacimiento de alguien, se dijo. Un ópalo. Una sortija pequeña y sencilla con la gema engarzada. ¿El anillo de una niña?

Fijó de nuevo la mirada en la mujer.

– Algunas cosas perdidas no pueden encontrarse nunca -dijo.

La boca de la mujer tembló y volvió a aquietarse.

– ¿Puedes intentarlo, por favor?

Su instinto le decía que rehusara, que inventara alguna excusa, que le devolviera su dinero a aquella mujer y pusiera fin a aquello. Pero se descubrió alargando la mano y recogiendo el anillo.

La oscuridad y el frío la envolvieron inmediatamente, y comenzó a asfixiarse, a ahogarse.

Después no sabría nunca si fue su instinto de supervivencia o la certeza absoluta de cómo acabaría la visión -y de cómo acabaría ella misma si seguía atrapada en aquel abismo-, pero, fuera como fuese, soltó el anillo. Y tan repentinamente como se había sentido arrastrada a aquella visión, fue expulsada de ella.

Miró con fijeza la sortija que yacía sobre la mesa y se miró luego la palma de la mano, donde una línea circular blanca se había superpuesto a la tenue línea roja que le había dejado el principio de congelación de esa mañana.

– Mierda. -Levantó la vista hacia la mujer y la encontró pálida, con los ojos llenos al mismo tiempo de perplejidad y de ansia.

– Has visto algo. ¿Qué ha sido?

– ¿Quién eres tú?

– ¿No lo sabes? ¿No puedes…?

– ¿Quién eres?

– Soy… Caitlin. Caitlin Graham. La hermana de Lindsay.

A pesar de que el cielo estaba despejado y brillaba la luna, Lucas y Jaylene estaban teniendo una noche difícil. Su avance era tan lento que resultaba frustrante. Por no decir agotador. Y, a juzgar por los contactos que establecían intermitentemente por radio y teléfono móvil con los otros dos equipos, no eran los únicos que se sentían así. El terreno en aquellas zonas aisladas era tan agreste que era como si se los hubiera tragado una época más primitiva, en la que el rugido forzado de los motores de los vehículos resultaba totalmente desconocido. Cuando podían usar algún vehículo, claro está.

A veces, tenían que abrirse paso literalmente a machetazos por la maleza llena de espinas.

Jaylene sostuvo en alto la linterna para alumbrar el mapa desplegado sobre el capó de su coche, y Lucas tachó la segunda finca de su lista.

– A este paso -dijo-, no tenemos ni una sola esperanza de inspeccionar todos esos sitios antes de mañana por la tarde.

– No hay muchas esperanzas, no. -Glen Champion, el ayudante del sheriff al que Metcalf había ordenado acompañar a los agentes federales porque no sólo era de fiar sino que se había criado vagabundeando por aquellas montañas, sacudió la cabeza-. Esta parte es de las más montañosas del estado, y casi todos los sitios son como éste: sólo se puede acceder a ellos con todoterrenos muy potentes, a caballo o a pie.

Habían tomado prestado un todoterreno con tracción a las cuatro ruedas del parque de vehículos del departamento del sheriff, pero incluso así les había costado subir por aquellos caminos de tierra angostos y llenos de surcos, especialmente tras la tormenta y el aguacero de última hora de la tarde.

– Sólo llegar de un sitio a otro lleva su tiempo -dijo Jaylene-. Mirad el sitio siguiente. ¿Me equivoco o está por lo menos a diez kilómetros de aquí?

– Diez kilómetros de un camino de tierra lleno de curvas -confirmó Champion.

– Mierda -masculló Luke.

Jaylene miró al ayudante del sheriff y luego preguntó a su compañero:

– ¿Alguna corazonada?

– No. -Lucas seguía con el ceño fruncido y hasta a la luz de la luna Jaylene notó que su cara comenzaba a tener ese aspecto demacrado y exhausto que siempre iba adquiriendo a medida que se involucraban en un caso.

Sabía, sin embargo, que no debía decir nada al respecto.

– Entonces, pasamos al siguiente lugar de nuestra lista.

Champion, que tenía más experiencia en aquellos caminos que cualquiera de los agentes federales, se puso al volante. Pero, pese a su destreza, tardaron casi una hora en recorrer aquellos diez kilómetros.

El ayudante del sheriff aparcó el todoterreno aparentemente en medio del camino y de la nada y apagó el motor.

– Es a unos cien metros de aquí, pasada la cima del cerro siguiente.

Aquella zona estaba tan densamente cubierta de bosque que los árboles se agolpaban literalmente a ambos lados de la carretera y, dado que las hojas no habían empezado a caerse aún, ni siquiera la luz brillante de la luna conseguía alumbrar el sendero que se extendía ante ellos.

Había, además, mucho silencio.

Jaylene comprobó su listado con ayuda de una linterna lápiz y dijo:

– Está bien, hace por lo menos cincuenta años que no hay una casa en esta finca. Doce hectáreas de pasto, en su mayor parte de terreno montañoso, y un establo de gran tamaño es lo único que queda. Aquí dice que el establo está todavía en buen estado, y que hace cosa de un mes lo compró un promotor de fuera del estado.

– ¿Tiene nombre ese promotor? -preguntó Lucas.

– Aún no. Es un grupo empresarial. En Quantico están comprobando los datos, pero no sabremos nada nuevo hasta mañana, como mínimo.

Salieron del todoterreno y comenzaron a avanzar con sigilo, bajando la voz por la misma razón que Champion había apagado la radio hacía más de diez minutos: porque allí el sonido se difundía de manera extraña, sofocado por la maleza o los árboles en algunos sitios y amplificado salvajemente en otros.

– Nos mantendremos unidos hasta que tengamos el edificio a la vista -dijo Lucas-. Luego, nos separaremos para inspeccionar la zona.

Jaylene miró su reloj.

– Son casi las diez -dijo-. Aunque nos fastidie perder el tiempo, deberíamos atenernos al plan y volver a comisaría a medianoche para comer algo y tomar un café. Si no, no podremos seguir así toda la noche.

– Ése es el plan. -Lucas no dijo si estaba de acuerdo con él o no (ni si pensaba tomar algo más que su café de costumbre a la hora del descanso) y se concentró en avanzar con el mayor sigilo posible mientras escudriñaba el oscuro camino que se extendía ante ellos-. Lo bueno es que mañana, cuando amanezca, podremos avanzar más deprisa.

– ¿Y lo malo? -murmuró Champion.

– Tú mismo lo has dicho. No hay muchas esperanzas de inspeccionar todas las fincas de la lista. Así que tendremos que encontrarla antes.

– Puede que tengamos suerte y esté aquí o en el sitio siguiente -comentó el ayudante del sheriff.

– Nunca he tenido mucha fe en la suerte -dijo Lucas-. A no ser que la propicie yo mismo. Y me gustan los atajos.

– Yo estoy dispuesto a todo lo que sugieras -se apresuró a decir Champion-. Lindsay es amiga mía, además de compañera. -Hizo una pausa y añadió con menos firmeza-: Supongo que ya habréis hablado con la señorita Burke.

Jaylene pensó que Champion era una de las pocas personas de por allí que se habrían referido a Samantha con tanto respeto, pero dejó que fuera Lucas quien contestara.

– Por eso estamos revisando estas fincas, agente.

Jaylene notó una nota de frustración en la voz de su compañero, pero de nuevo guardó silencio. No había sacado absolutamente nada en claro de las pertenencias que Samantha se había dejado en la comisaría, pero percibía en ella, no obstante, una inquietud muy parecida a la que sentía Lucas.

No le cabía duda de que, si el tiempo no les apremiara tan desesperadamente, Lucas estaría en ese momento en la feria, haciendo lo posible por averiguar qué era lo que les ocultaba Samantha.

Pero, tal y como estaban las cosas, sólo tenían tiempo para buscar a Lindsay.

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