Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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Lucas vio alejarse al ayudante del sheriff.

– Bien -dijo-, parece que ya has hecho un amigo aquí. ¿Ves algo en el futuro de la niña?

– Sí. Va a ser maestra. -Samantha salió del edificio delante de él.

Lucas no hizo ningún comentario hasta que estuvieron en su coche alquilado y hubieron salido tranquilamente del aparcamiento sin llamar la atención de la prensa. Luego dijo pensativamente:

– Aparte de Bishop y Miranda, eres la única vidente que conozco que puede ver tan lejos. Esa niña será maestra dentro de… ¿cuánto? ¿Veinticinco años?

– Más o menos. -Y la ves convertida en maestra.

– En una buena maestra. Una maestra especial. Y entonces harán falta más que nunca maestras como ella. -Samantha se encogió de hombros-. Pero los momentos malos, en los que veo tragedias o atrocidades que no puedo cambiar, suelen ser mucho más numerosos que los momentos alegres, en los que veo cosas buenas que puedo ayudar a que sucedan.

– Por eso avisaste a Champion.

– Le avisé porque era lo que debía hacer. Como avisar a Carrie Vaughn cuando pensé que ella iba a ser la próxima víctima, y a Mitchell…

Lucas le lanzó una mirada rápida y volvió a fijar los ojos en la carretera.

– ¿Avisaste a Callahan? Dijiste que no lo habías visto nunca en persona.

– Dije que no lo había visto… antes de tener esa visión sobre él.

– Eso está cogido por los pelos -masculló Lucas.

– Cuando quiero puedo ser muy literal, ¿recuerdas? Y, de todos modos, no lo vi, sólo hablé con él. -Como Lucas no respondía, Samantha añadió-: Era evidente que Metcalf no me tomaba en serio cuando fui a hablarle de un posible secuestro, así que llamé a Callahan y le advertí que tuviera cuidado. Dudo que me hiciera caso, y de todos modos no sirvió de nada, claro está, pero tenía que intentarlo.

Lucas sacudió la cabeza ligeramente, pero no dijo nada al respecto.

– ¿Y qué viste que os trajo a ti y a la feria a Golden? -preguntó.

– ¿Por qué estás tan seguro de que Leo estaría dispuesto a cambiar la ruta normal de la feria sólo porque se lo pida yo?

– Leo robaría un banco si tú se lo pidieras. Lo de montar la feria en un pueblo pequeño pero próspero porque tú se lo pidas, no lo dudaría ni un momento.

Samantha se quedó callada.

– ¿Y bien? ¿Qué viste? No sabías nada de esa serie de secuestros antes de llegar, ¿no? -No le sorprendió demasiado que Samantha contestara a la última pregunta y no a la primera.

– No, no lo sabía. La primavera pasada, cuando atravesamos el estado en dirección al norte, oímos rumores de que había habido un par de secuestros. Era tan raro en esta zona que llamaba la atención y se hablaba de ello. Oí contar algunas cosas más durante el verano, cuando cruzamos Virginia, Maryland, Nueva York y Pensilvania, pero como nunca parábamos en los pueblos de los desaparecidos, sólo oíamos habladurías.

– ¿Qué viste, Sam? ¿Qué fue lo que te trajo aquí? -Durante varios minutos que se hicieron muy largos, ella permaneció tan callada que Lucas creyó que no iba a contestar. Luego, por fin, dijo:

– Tuve un sueño.

Él frunció el ceño.

– Tus visiones no se presentan en forma de sueños.

– No, nunca antes me había pasado.

– Entonces, ¿por qué estás segura de que ese sueño era distinto?

– Porque tú estás aquí -contestó ella con sencillez.

Lucas entró en el aparcamiento del café donde se había descubierto el vehículo de Lindsay. No dijo nada hasta que se acercó al costado del edificio y se detuvo junto a la cinta policial amarilla que rodeaba el coche patrulla del departamento del sheriff.

– ¿Viniste a Golden porque sabías que yo estaría aquí?

Samantha salió del coche y esperó a que él también se apeara. Luego dijo tranquilamente:

– No te hagas ilusiones. El que estuvieras aquí sólo era una parte de un todo. Un indicio de que mi sueño era una visión. Estoy aquí porque tengo que estar aquí. Y no voy a decirte nada más, Luke.

– ¿Por qué?

– Porque, como le gustaba decir a Bishop, algunas cosas tienen que suceder como tienen que suceder. Si estás destinado a saber más, tendrás una visión propia. Si no… lo descubrirás cuando llegue el momento.

Lucas se quedó mirándola. Intentaba decidir si Samantha sólo actuaba así por obstinación o si creía sinceramente que el contarle su visión afectaría negativamente a lo que hubiera visto. Samantha escondía bien sus pensamientos y sus emociones cuando quería. Él nunca había podido adivinarlos, quizá porque nunca la había visto asustada. Por nada.

– ¿Vamos? -sugirió ella, señalando el coche patrulla.

Los dos ayudantes del sheriff que vigilaban el vehículo informaron a Lucas de que la unidad de criminalística se había marchado ya. Al parecer, no habían encontrado rastros forenses que pudieran ayudar a descubrir el paradero de Lindsay, ni a identificar a su secuestrador.

– No va a ponérnoslo fácil -dijo Samantha-. No es de los que te dan ventaja sólo para exhibirse.

Pasaron por debajo de la cinta y se aproximaron al coche.

– Si tienes razón en lo de ese juego… -dijo Lucas.

– La tengo. Y tú lo sabes. Parece lógico, ¿no?

Sin contestar a aquello, Lucas dijo:

– Lo que dijo Jaylene tiene sentido. Ese tipo no puede esperar que yo juegue la partida hasta que las reglas estén claras.

– No, si pretende jugar limpio.

– Creo que jugará limpio… aunque su idea de lo que es jugar limpio sea muy retorcida. Por lo menos, mientras siga convencido de que va a ganar. Pero si me pongo por delante en el marcador, yo diría que seguramente tirará el reglamento por la ventana.

– El experto en perfiles eres tú -dijo Samantha.

Él la miró extrañado.

– ¿No estás de acuerdo?

– Sólo creo que sería un gran error dar por sentado nada sobre ese tipo, al menos hasta que sepas mucho más sobre él. Es distinto a cualquier otro criminal al que te hayas enfrentado. -Samantha titubeó y luego añadió-: Y creo que eso forma parte del juego, ¿sabes? Mantenerte en ascuas. Desafiar tus presunciones.

– ¿Qué es lo que no me estás contando? -preguntó Lucas.

Ella miró un momento a los ayudantes del sheriff para asegurarse de que no les oían y contestó:

– Os mirabais de frente a través del tablero de ajedrez, Luke. Los dos maestros. Los dos iguales en habilidad. ¿No ves lo que eso significa? Él entiende tu mente tan bien como tú entiendes la mente criminal. Él también es un experto en perfiles.

El sheriff Metcalf miraba fijamente al gerente de la feria ambulante, cuya compañía de circo se anunciaba como «Después del anochecer». Era un hombre de tez y ojos oscuros y procuraba refrenar su ira.

– ¿Me está diciendo que nadie vio nada en absoluto?

Leo Tedesco sonrió con aire de disculpa.

– Lo siento, sheriff, pero la feria funciona de noche, tiene que entenderlo. Mi gente suele estar levantada hasta muy tarde… y dormir hasta muy tarde. El equipo de mantenimiento se levantó temprano para ocuparse de los animales, claro, pero las jaulas están en la parte de atrás del recinto ferial, lejos de la carretera. Le aseguro que ninguno de nosotros ha visto a la inspectora Graham esta mañana.

– ¿Habla usted por todos? Yo no lo creo. Quiero hablar con todo el mundo.

Tedesco lanzó a Jaylene una mirada reticente. Obviamente, había decidido que, de los dos, ella era la que tenía la cabeza más fría.

– Agente Avery, sheriff, espero que sepan que estaremos encantados de cooperar. Sólo intento ahorrarles tiempo y energías. Sé que el tiempo es importante y…

– ¿Cómo lo sabe? -preguntó Metcalf con aspereza.

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