Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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– Así que perdemos unos cuantos kilos y volvemos al trabajo relajados y sin estrés. Yo diría que eso es un estupendo descanso para comer.

Lindsay hizo ademán de alargar el brazo hacia él, pero vio el reloj de la mesilla de noche por encima de su hombro y gruñó:

– Llevamos fuera casi una hora.

– Soy el sheriff. Puedo llegar tarde.

– Pero…

– Y tú también.

Regresaron muy tarde a la comisaría y, en vista de que nadie decía nada, Lindsay comenzó a preguntarse si su aventura secreta era tan secreta como ella creía.

La gente parecía muy empeñada en no hacer comentario alguno.

Encontraron a Lucas y a su compañera en la sala de reuniones. Él se paseaba de un lado a otro con la energía reconcentrada de un gato enjaulado. Sentada a un extremo de la mesa, Jaylene lo observaba meditativamente.

– Disculpad -dijo Lindsay cuando entraron.

Lucas se detuvo y la miró.

– ¿Por qué?

– Por la comida. Llegamos tarde.

– Ah, eso. -Lucas reanudó su paseo-. No tengo hambre.

Jaylene señaló dos recipientes de poliestireno que había tras ella, sobre la mesa, y dijo:

– Le he traído algo, pero está un poco… preocupado.

– ¿Ha ocurrido algo? -preguntó Metcalf.

– No -dijo Lucas. Miró a Jaylene y añadió-: Nada ha cambiado.

Metcalf miró a Lindsay.

– ¿Eso ha sido una evasiva? A mí me lo ha parecido.

– No preguntes -le dijo Lucas-. No te gustaría la respuesta, créeme.

– Es por Samantha -dijo Jaylene-. Cree que estaba destinada a estar aquí, a involucrarse en la investigación. A ayudar a Luke a ganar la partida.

– Mierda -dijo Metcalf.

– ¿Ayudarle cómo? -preguntó Lindsay.

– Si lo sabe, no lo dice.

– No creo que lo sepa -dijo Lucas-. Sólo sabe que está involucrada en esto de algún modo.

– Lo que yo decía -les recordó el sheriff.

Lucas dejó de pasearse y se sentó en una silla.

– Involucrada en la investigación. De nuestro lado.

– De tu lado -murmuró Jaylene.

– ¿Hay alguna diferencia? -preguntó él.

– Puede que sí.

Él hizo un gesto vago con la mano, como si hiciera a un lado aquel comentario y dijo:

– El que Sam esté implicada no cambia el hecho de que no tenemos nada sobre lo que apoyarnos. Ninguna prueba, nada que identifique a ese tipo ni que nos ponga siquiera tras su rastro. Si ese canalla sigue su pauta habitual, ya estará en otro estado, planeando su siguiente secuestro.

Lindsay dijo:

– Pero Sam dice que su siguiente secuestro será aquí, en Golden. -Frunció el ceño-. Si damos por supuesto por un instante que tenga razón, ¿por qué iba a cambiar él su modus operandi precisamente ahora? Quiero decir que por qué planear dos secuestros en la misma zona. ¿No es buscarse complicaciones?

– Puede que esté buscando a Luke -respondió Jaylene-. Tal vez parte del juego consista en acabar colocándonos en nuestros puestos antes de que se consume el hecho. Sería la primera vez.

– Y es el único modo en que podría hacerlo -dijo Lucas lentamente-. Estamos aquí investigando su último secuestro, así que, si quería tenernos en el escenario de los hechos antes de actuar de nuevo, tiene que planear su siguiente secuestro en esta zona, mientras estamos aquí.

Jaylene miró el montón de archivos y fotografías que había sobre la mesa.

– Entonces… si nos ha hecho venir aquí antes del secuestro y esto forma parte del juego, en ese caso es al menos posible que nos haya dejado una… pista, a falta de una palabra mejor. Algo que ofrezca a Luke al menos una oportunidad de luchar contra él. Si no, el ganador del juego está predeterminado. Y no hay competición.

Metcalf arrugó el ceño.

– Odio admitir que Zarina tenga razón, pero ese comentario acerca de las mentes rotas tiene en parte su lógica. Es decir, ¿podemos esperar razonablemente que ese tipo juegue siguiendo algún tipo de norma?

– Jugará conforme a sus normas -contestó Lucas lentamente-. Tiene que hacerlo. Para él, la cautela y la meticulosidad han sido hasta ahora cuestión de honor, así que esto también lo será. Los juegos tienen sus reglas. Y él se atendrá a ellas. En nuestro caso, el truco consiste en… descubrir cuáles son.

– Lo cual nos devuelve a mi argumento -dijo Jaylene-. El secuestrador no puede esperar lógicamente que le sigas el juego a menos que las normas estén claras. Así que en algún momento tienen que estarlo. Puede que éste sea el momento. Y dado que no nos ha mandado una lista impresa, tienen que estar aquí. -Señaló los papeles diseminados sobre la mesa-. En alguna parte.

– ¿Hablas en serio? -preguntó Metcalf-. Eso sería como buscar una aguja en un pajar.

– El pajar no es tan grande -le recordó Lucas-. Después de un año y medio, tenemos muy pocas pruebas. Tenemos la causa de las muertes; tenemos informes forenses, pero sólo de los lugares donde se encontraron los cuerpos, nunca del sitio donde fueron asesinadas las víctimas; tenemos la declaración de la única superviviente, que sólo revela que hablaba con ella, que parecía inteligente y que, por utilizar sus propias palabras, «daba un miedo de cojones»; tenemos declaraciones de amigos, familiares y compañeros de trabajo de las víctimas; tenemos algunas pruebas físicas de escasa importancia, pelos y fibras que pueden o no pertenecer al secuestrador; tenemos las notas pidiendo el rescate, hechas con una impresora de inyección de tinta de una marca muy corriente… y nada más.

– Muchos papeles -dijo Lindsay-. Pero como pajar no es gran cosa.

– Sí, pero tiene que servir -puntualizó Jaylene-. ¿No? Él está aquí y nosotros también. Después de seguirlo durante un año y medio, por lo visto hemos alcanzado la siguiente fase del juego.

– Si es que Zarina tiene razón -les recordó Metcalf.

– Su nombre -dijo Lucas- es Samantha.

– Eso no es lo que dice en los carteles.

– Wyatt… -murmuró Lindsay.

– Es que no es lo que pone. Se hace llamar Zarina, ¿no?

– Sólo cuando trabaja -contestó Lucas-. Wyatt, por favor. En todo caso, el problema de dar por válida la predicción de Sam es que tenemos que esperar. No sabremos si el secuestrador sigue en esta zona a no ser que secuestre a otra persona. Ahora bien, podemos dar por sentado que ya se ha ido y esperar a que se denuncie un secuestro en algún otro lugar de la costa Este, o suponer que sigue aquí y que está a punto de raptar a su próxima víctima… y esperar a que eso ocurra.

– Nuestra parte del plan de juego apesta -comentó Metcalf.

– O -prosiguió Lucas- podemos esperar a que secuestre a alguien mañana por la noche o el jueves por la mañana, a Carrie Vaughn, si Sam tiene razón, y podemos invertir ese tiempo en intentar descubrir sus malditas normas y en vigilar muy de cerca a su víctima potencial.

– Ya sabemos una de sus normas -dijo Lindsay-. Cuándo secuestra a sus víctimas. Entre el mediodía del miércoles y el mediodía del jueves. ¿No?

Jaylene asintió con la cabeza.

– Exacto. Todas las víctimas fueron secuestradas durante ese lapso de veinticuatro horas.

– Regla número uno -dijo Lucas. Alargó el brazo para acercar un archivo-. Empecemos a buscar la número dos.

Miércoles,

26 de septiembre

Metcalf dijo escuetamente al entrar en la sala de reuniones:

– Carrie Vaughn tiene un inspector en el cuarto de estar y un coche patrulla a la entrada de su casa. Está a salvo. No está muy contenta, pero está a salvo.

Lucas miró su reloj.

– Falta poco para las doce de la mañana. Si ese tipo sigue en Golden y ha planeado otro secuestro tan pronto, hará su siguiente movimiento de aquí a mañana a mediodía.

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