Ruthy Garcia - El Inductor
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âDebe ser doloroso lo que te sucedió, me pongo en tu lugar.
âNunca querrÃas haber estado en mi lugar, admÃtelo. En el fondo, te aterran mi caso, mis razones y mis consecuencias.
âEs cierto âsuspiraâ, pero soy madre. Antes de ser policÃa soy madre más que nada.
âEntonces, de madre a madre, me entenderás. âSus ojos lucen llorosos. Hay un profundo pesar en esa mirada.
La oficial Fátima se mantuvo silente por unos segundos. Estaba impresionada. La mujer habÃa tocado fibras en su ser. Le hizo sentir un vacÃo por lo desconocido y un dolor por lo que conocerÃa en las próximas dos horas.
âSÃ. âBaja la cabeza, la levanta y se acerca más a la reja, quedando sus rostros muy cerca. Solo los frÃos barrotes les separanâ. De madre a madre, lo prometo.
âBien. âSe retira de los barrotes y se sienta en el suelo al fondo de la celda. Se ve solo el humo y la pequeña luz del casi terminado cigarrillo.
âDebo decirle que es muy extraño todo esto. Yo conozco este caso muy bien, he interactuado con la familia del niño, he visto su sufrimiento, pero debo admitir que su misterio me tiene totalmente cautivada. Es una pequeña esperanza.
â¿Esperanza? Entonces, ¿me cree inocente? SerÃa un milagro. Todos en este Estado y en esta nación me creen culpable. No le recomiendo que sea diferente a ellos. Bueno, por lo menos el tiempo que dure nuestra charla.
â¿De qué vale que la escuche sin esperanza?
âBueno, hágalo por sus hijos, piense en ellos ahora. Cierre los ojos, piense en lo que pasarÃa si alguien toca un solo cabello de ellos.
Fátima entendió claramente que esta mujer podrÃa ser más culpable que inocente.
âEntonces le escucharé sin esperanzas, es lo que debo hacer.
âMuy bien, asà me gusta. Los elementos sorpresa son indispensables en esta conversación.
âEmpecemos de nuevo. El tiempo apremia.
âLe decÃa que estuve meses en ese hospital, tres y medio. En principio habÃa esperanza de que él regresara, pero no. Su caso fue muy extraño: entró en un coma profundo que carcomió su joven cuerpo. ParecÃa un cadáver conectado a una máquina. Espero que no le haya dolido. Bueno, los médicos aseguran que Ismat no sufrió en absoluto. Tal vez lo dicen para que yo como madre me sienta resignada. Tuve una discusión con su padre el dÃa que llegué, y con la madre de este, la responsable de que mi esposo se esperanzara con este paÃs y decidiera abandonar todo para venir a vivir aquÃ. A mà no me era en ese entonces atractiva la idea de dejar mi vida en Kenya. Ãramos felices, tenÃamos un hogar. Ãl trabajaba como mecánico de motocicletas en el centro de la ciudad y yo hacÃa trabajo laboral con tela. Soy costurera, aunque al llegar aquà abandoné la costura, pero es lo que mejor hago.

Ãl me echó en cara el hecho de que nunca quise venir a vivir a este paÃs. Fue un tonto, creyó que no me di cuenta de que su madre tenÃa para él una esposa con quien se casarÃa al llegar aquÃ, aunque fue para obtener papeles; pero lo hizo, a escondidas de mÃ. Por ello me exige el divorcio antes de salir de Kenya. No hice caso a nada de ello. Su estúpida discusión tan solo me llenó de valor para entender que mi hijo merecÃa que luchará por el. Haber llegado a los Estados Unidos por mis propios medios era una proeza. Ãl quedó impactado al verme, nunca pensó que lo lograrÃa por mà misma. Yaro cayó en caos al ver que los dÃas pasaban e Ismat no despertaba. Empezó a tomar, se refugió en el alcohol, sufrió una depresión muy fuerte. Yo, tras pasar tres meses viviendo en condiciones paupérrimas en un hospital, habÃa perdido mucho peso. ¿Sabe? Yo era una mujer robusta. En mi paÃs la mujer delgada no es bien vista, mientras más llenita de grasa estás, más esperanza de marido tienes, todo lo contrario, a este lado del mundo. Cuando me di cuenta la ropa me colgaba, mis huesos de los hombros se veÃan como profundas cuencas y la falta de sol habÃa esclarecido un poco mi tez oscura. Allà empecé a fumar, era lo único que me calmaba un poco.
La mañana fatÃdica en que mi antigua suegra visitaba el hospital falleció mi ángel. Solo recuerdo su carita sonriente en el aeropuerto cuando venÃa de retirada con su padre. ¡Y pensar que le firmé el permiso de traerle, pensando que tendrÃa una mejor vida aquÃ! Y ya ve.
Tras pasar varios dÃas, algo inesperado ocurre: mi antiguo esposo se ahorca tras tres semanas encerrado en su cuarto con una terrible depresión.
Ya no me quedaban lágrimas. Mi suegra casi cae en shock, pero le di soporte para evitar que colapsara.
Me fui a vivir con ella un tiempo, a California, asà que dejé el hospital y todas las cosas en NY para irme a cuidar de Munga. Aunque lo que nos ataba habÃa desaparecido y mi corazón en un momento la responsabilizó de mi divorcio, decidà seguirle. Saber que ella amaba tanto a Ismat lo protegió mientras pudo. Eso me hizo acercarme a ella. Con el tiempo puedo decir que es como la madre que nunca tuve. Mis padres me abandonaron en una iglesia, allà me criaron. Al pasar el tiempo, estudiando costura, conocà a Yaro. El resto ya lo conoce. Mi corazón de madre necesitaba visitar la casa de mi hijo y antiguo esposo en NY. Munga no querÃa darme las llaves, pero insistà tanto que lo hizo. Al llegar allà mi corazón casi explota: ver sus cosas, sus fotos, fue un recuerdo traumático. Pero me armé de valor. Fue cuando encontré lo que quizás no debà encontrar.
â¿Drogas? âLos ojos de la oficial Fátima estaban como dos huevos fritos. Estaba fascinada ante aquella debutante confesión.
âNo, no fueron drogas. Fue su tablet personal.
âYa veo.
âSÃ, descubrimiento que marcó un ante y un después en la vida de esta mujer que está aquÃ. âSe levanta tirando la colilla del cigarrillo al suelo. La oficial le mira con ese mal hábito, pero su encantamiento no le permite más que pedirle más información con sus enormes ojos negros.
âEncontré una serie de archivos normales de un chico de su edad: juegos, música y⦠chat. En ese chat mantenÃa una conversación muy amena y extraña con una persona. Busqué mensajes antiguos y lo encontré. Ese sujeto inducÃa a Ismat a usar cocaÃna. Deliberadamente hasta le escribió que le darÃa gratis a probar, que eso no era nada, que lo hicieran juntos. Yaro me contó al yo llegar que Ismat habÃa tenido un cambio brusco de comportamiento en los últimos seis meses antes de morir. Se volvió incontrolable.
SalÃa de noche, llegaba a altas horas, en efecto, producto de la adicción.
â¿Y qué tiene que ver todo eso con el chico perdido?
âMucho. Ambos están perdidos ahora, uno confirmado, el otro aún no sabemos.
La oficial se enfurece. Detesta esa manera sádica de hablar sobre el niño. Prácticamente era su hijo, fue su madrastra durante un tiempo.
âEs cruel. Espero que todo esto conlleve algo bueno.
âLo entenderá, ya lo verá.
âEs hora de que sepa paso por paso la verdad, mis razones y motivos, mis sentimientos. Aborrecer, odiar, castigar pierde sentido en algunos abismos de la venganza. Hay algo más allá de ella, pero hay que vivir aquello para entenderlo. SolÃa juzgar a las personas cuando cometen delitos, les cuestionaba, pero ahora eso pasó a un segundo plano, no es relevante, porque es mi piel la que está experimentando el acoso y la acusación de toda una nación, y por qué no decir también, del mundo entero.
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