Ruthy Garcia - El Inductor

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—¿Conoce a la mujer? ¿Qué sabe de ella?

—¿Conoce usted a la mujer con quien duerme cada noche? Es la vida oficial, nadie sabe quién es quién.

El oficial le ve salir de la sala con un periódico bajo el brazo, silbando tranquilamente. Luego va rápido al pasillo al encuentro de Fátima.

—¿Estás loco, Sander? ¿Sabes que es peligroso? Si ven que solo un guardia custodia solo a un acusado, podría perder su trabajo.

Los pasillos están repletos de gente. Afuera puede verse a través del cristal a las masas con pancartas. Yesi sonríe al verlo.

—¿Está loca? ¿Cómo sonríe al ver a tantos querer ver su cabeza rodar por tierra? No lo entiendo.

—Irónico, ¿no? ¿Debería estar llorando entonces?

—¿Qué le dijo el hombre en la sala? —La curiosidad de Sander es perniciosa.

—No lo conozco, no sé qué me dijo…. —Se nota cierto flaqueo al hablar.

—No parece, niña negra. —Sander es descortés al decirlo al oído. Es un comentario racial.

—Déjala en paz, Sander. Recuerda que de inmigrantes están hechos los Estados Unidos y no olvides que soy una. —Sus ojos negros le miran fijos.

Continuaron caminando hasta llevar a la celda a Yesi. Al quitarle las esposas se sentó en el suelo.

—Volveremos por ti dentro de un rato. Acaban de informar de que el juicio se aplaza dos horas más. Mejor empieza a pensar cómo explicar dónde tienes al muchacho. Te juegas mucho.

—Sander, déjala en paz. Vete, largo de aquí.

La oficial Fátima se queda frente a ella en la celda.

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—No mataste a ese niño, ¿verdad? Dime que no fuiste tan estúpida para hacer algo así. Todos, todos esperan que digas el paradero del muchacho. Estamos cansados. Ha sido una investigación exhaustiva y yo llevo muchas noches sin dormir. Recuerdo que llegaste aquí por tu propia voluntad, al tener desaparecida junto al chico tantos días. Te entregaste por voluntad propia. Por favor, habla.

—¿Crees en la justicia?

La pregunta hizo que la oficial se acercarse más a ella.

—Sí, por supuesto, creo en ella. En cierta forma la practico, soy parte de ella.

—Indirectamente sí. Los policías, los jueces, los abogados, todos creen tener la justicia en sus manos, pero nadie habla libremente de lo que arropa su corazón en algunas ocasiones, de lo que a veces le quita el sueño. No se sabe hasta que te toca.

—¿Y qué es? ¿Qué arropa nuestros corazones?

—¡La venganza!

La oficial hizo una pausa Volteó y con cierto desagrado volvió a mirar a la - фото 4

La oficial hizo una pausa. Volteó y con cierto desagrado volvió a mirar a la mujer. Veía cómo todos sus compañeros se disponían a ir al receso, se dirigían a almorzar y a otros asuntos. Se había quedado sola con Yesi. Aquel pasillo de celdas era silencioso. Había otras celdas, ocupadas por individuos acusados de otros delitos.

—Creo que lo que dicen todos es verdad. Está enferma, Yesi Polman. Lo que dicen de usted parece ser cierto, que tiene que ver la venganza con su relación de madre sustituta. ¡Está loca!

—¿Loca? ¿Lo cree? —Su cara se acerca intimidante hacia los barrotes.

La oficial acerca una silla de madera que está pegada a la pared y se sienta.

—¡Convénzame, vamos! Dígame cómo puedo cambiar mi percepción de su equivocado proceder de secuestrar a un hijastro, mantenerle cautivo, cielos, quizás hasta de haberlo asesinado. Dios, tengo hijos. ¿Qué puede ser tan justificable ante esto, digame?

—¿De verdad quiere saberlo?

—Sí, tenemos dos maravillosas horas para desglosar este tema. Hágame cambiar de parecer.

—Solo si puede hacerme un favor al terminar.

—No tengo que negociar con usted.

—No estamos negociando, solo saciar su sed de saber, pero debo contar con usted para un pequeño favor.

—Por lo menos dígame cuál es el favor.

—Ese es el problema, solo se lo diré al terminar de hablar con usted.

La oficial se lo piensa dos veces. Su curiosidad es más grande que su responsabilidad.

—Está bien, pero le advierto que no acepto proposiciones deshonrosas, deshonestas. Quiero que lo tenga claro.

—En absoluto. Jamás le pediría que fuera policía por segunda vez. —Es sarcástica.

Saca una leve sonrisa de la detective Fátima.

—Tenemos mucho en común, oficial.

—¿Ah, sí? ¿Por ejemplo?

—El cigarrillo. Sus dientes son de fumadora.

—Los suyos son blancos, no parece que fume.

—Es de africanos tener la dentadura emblanquecida y fuerte, viene en mis genes; pero fumo, en los últimos dos años he aprendido a fumar.

—Lo dice con orgullo.

—No, es solo de las pocas cosas que he aprendido en estos tiempos violentos.

—Hábleme de esas cosas.

—¡Son tantas! —Sonríe.

—¿Qué me dice de usted? Hábleme algo sobre su vida.

—Era una mujer muy feliz, hasta que mi esposo decidió divorciarse de mí, me quitó la custodia de mi hijo y me vine a vivir a los Estados Unidos tras el sueño americano.

—Un momento, ¿es la madre del chico Fournier?

—No, y ese hombre tampoco es el esposo del que hablo; más bien hablo de mi antiguo esposo, Yaro, al cual le di un hijo, para mi desgracia.

La oficial permanece perpleja. Estos detalles de la acusada no aparecen en su expediente.

—Desconocía esto.

—Lo sé. Llegue a este país como una mujer soltera. Tuve que desbordar un avión para recluirme por meses en un hospital.

—¿Vino enferma?

—No, nunca estuve más sana que en ese entonces. En ese tiempo la ira, el odio, el rencor no habían arropado este seco corazón.

—Lo siento.

—¿Puede darme un cigarrillo?

—Claro. Tenga. —Se lo enciende y se lo cede.

—No se imagina lo que ansiaba fumar. ¿Sabe? Cuando empecé a hacerlo fue para encajar en un círculo. Curioso, terminó gustándome. —Lanza humo hacia arriba.

—Hábleme de ese círculo.

—Le hablaré, solo que debo relatar los hechos desde el principio, así podrá entender mejor y colaborar con lo que le pediré sin dudar.

—Adelante.

“La Venganza Es Una Especie De Justicia Salvaje “

Francis Bacon

CAPÍTULO II

Confesiones

—La mujer resplandeciente que venía de Kenya dejó su encanto en el aeropuerto de Nairobi, tras la llamada de mi antiguo esposo, quien me contó en ese instante la gravedad en la que se encontraba nuestro hijo de dieciséis años, mi amado Ismat. —Llora al decir su nombre, pero continúa hablando entre llanto—: Llegué hechas trizas a ese hospital. Fue desastroso verle en coma. Fue terrible. Mi pequeño, tantos años sin verle y volver a ver su rostro, tocar su mano sin vida verdadera, conectado a un aparato, como si fuera un muñeco. Permanecía a su lado, nunca le deje.

—¿Qué le pasó al chico?

—Algo inesperado. Bueno, una madre siempre cree que morirá en su cama tras tener a toda su familia alrededor a la espera de esa hora, pero a veces no es así; al menos, yo nunca me lo imaginé así.

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