– ¿Me está dando a entender que paga sobornos para obtener los visados?
– Señor Stark -dijo Lee, inclinándose hacia él-, no tiene pruebas de nada. ¿Por qué no deja que me vaya a casa?
– Tengo una pregunta más concerniente a su pasaporte -dijo David, mirando a Lee a los ojos.
– Adelante.
– Un pasaporte, como ya sabe, registra las fechas de entrada y salida.
– ¿y?
– Veo que estuvo usted en Pekín poco más de un mes desde el diez de diciembre al once de enero.
– El Peonía de China se fletó el once de diciembre. Era un barco grande, de modo que se tardó dos días en cargar. Fueron el uno y el dos de enero. El tres de enero se hizo a la mar. Pero usted ya sabe todo esto, claro está.
– Ya le he dicho que no sé nada de ese barco.
– Durante ese período de tiempo se produjeron otros dos acontecimientos en Pekín que me interesan. El treinta y uno de diciembre desapareció Billy Watson, el hijo del embajador americano. Ese mismo día, o alrededor de ese mismo día, desapareció también Guang Henglai, el hijo de Guang Mingyun, y estoy seguro de que usted sabe que el cadáver de Henglai fue hallado a bordo del Peonía. Quizá lo más intrigante desde mi punto de vista es que el cadáver de Billy Watson fue hallado el diez de enero. ¿Y por qué es interesante? Porque al día siguiente, usted tomó un avión en dirección a Los Angeles.
– Eso no fue más que una coincidencia, y usted lo sabe. No tiene pruebas.
Los dos hombres mantenían la vista fija el uno en el otro. La mandíbula de Spencer Lee se contrajo. La mirada de David era glacial. Por fin el chino rompió el silencio echando la cabeza hacia atrás para soltar una breve carcajada.
– Supongo que haré esa llamada ahora. -A partir de ese momento se negó a contestar más preguntas.
Veinte minutos después, un abogado de la tríada se sentaba junto a Spencer Lee, argumentando con vehemencia que no se había informado a su cliente de los derechos que lo asistían, alegando entrada ilegal y protestando ruidosamente por la falta de pruebas. Spencer Lee fue fichado y encerrado en un calabozo. A su abogado se le comunicó que el juez federal determinaría la fianza a la mañana siguiente.
A pesar de las preguntas que habían quedado sin respuesta, el arresto fue motivo de celebración. En lugar de salir todos juntos, los diferentes grupos llegaron a un acuerdo tácito. Jack Campbell planeó una noche de francachela para Noel, Peter, Zhao y él mismo: una visita a los Estudios Universal, seguida de una ronda de bares para beber todo el licor que fueran capaz de soportar, a lo que quizá añadirían un par de salas de baile. Zhao declinó la invitación alegando que estaba agotado. David y Hulan pensaban disfrutar de una tranquila cena.
Pero primero debían cumplimentar cierto papeleo y atar algunos cabos sueltos. Hulan quería que se enviara a Spencer Lee a China, donde prácticamente no existían normas sobre las pruebas y podían juzgarlo por los asesinatos de Watson y Guang en lugar de dejarlo en Estados Unidos, donde sólo tendría que afrontar los cargos, menos importantes, de contrabando.
Sin embargo, China y Estados Unidos no tenían ningún acuerdo de extradición. Se hicieron llamadas al Departamento de Estado y al Ministerio de Asuntos Exteriores chino para pedir que se hiciera una excepción, pero los respectivos gobiernos de David y Hulan les vinieron a decir que estaban locos.
– Acabamos de pillar a esos cabrones intentando vender componentes de un disparador nuclear en nuestro país -dijo Patrick O'Kelly-. Si los chinos quieren hablar sobre proliferación de armas nucleares, nos encantará escucharles. -Cuando David le recordó que había sido él quien le había metido en aquello, que era él quien quería que se resolvieran los asesinatos, O'Kelly replicó-: La situa ción ha cambiado. La seguridad nacional es más importante que la muerte de dos personas en la otra parte del mundo. -Cuando David le dijo que quizá el embajador Watson no opinara lo mismo, O'Kelly le colgó.
El colega de O'Kelly en Pekin no fue menos inflexible.
– El gobierno de Estados Unidos es un régimen agresivo. iEl presidente es un imbécil, gordo y fanfarrón! Los americanos intentan usar la palangana de lavarse la cara para cocinar el pescado! Pero no toleraremos sus tonterías ni sus insultos. No existen las triadas, y desde luego nosotros no vendemos nuestra tecnología nuclear al extranjero. Esas fantasías son un insulto para el pueblo de China. Dígale a los americanos que saquen sus buques de guerra del estrecho y entonces quizá podamos hablar.
Tras estas llamadas, Hulan pregunto:
– ¿Hay algo que podamos hacer? Deportar a Lee?
– Necesitamos un motivo para deportarlo, que hubiera entrado en el país ilegalmente o que estuviera aquí de forma ilegal -respondió David-. Por lo que sé, sus papeles están en regla. Podemos deportarlo después de que sea juzgado y condenado, y de que haya cumplido condena por contrabando, pero…
– ¿Pero qué?
– Eso no quiere decir necesariamente que acabe en China. Le darán a elegir el país al que quiere ir. No podemos estar seguros de que escoja China.
– Sobre todo si sabe que yo le estaré esperando.
– Mientras tanto, todo lo que nos dijo Laurie sobre las penas leves por contrabando me inducen a creer que Lee saldrá mañana bajo fianza. -La única esperanza de David estribaba en que el juez atendiera a su alegato: que Lee representaba una amenaza para la comunidad, que la fiscalía creía que estaba relacionado con el contrabando de seres humanos, así como con los asesinatos en China; y decidiera denegar la fianza. En cualquier caso, él y Hulan tendrían que seguir buscando pruebas que relacionaran a Lee con los crímenes.
Antes de que los dos grupos se separaran, era necesario hacer algo con Zhao, que se había pasado dos horas sentado en una silla de plástico color naranja en el vestíbulo de la cárcel. En esas dos horas, había visto un aspecto de Estados Unidos que le había hecho añorar las penurias familiares de su aldea natal. David pensaba que deberían poner a Zhao al amparo del programa de protección de testigos, pero para eso se necesitaba tiempo, de modo que saco la cartera, entrego cien dólares al inmigrante y el numero de su tarjeta de crédito a Noel Gardner.
– Lleve al señor Zhao a un hotel, a uno bueno -dijo-. Estamos todos cansados. Mañana decidiremos qué se ha de hacer.
Tras unas sonrisas, inclinaciones de cabeza y una ronda final de apretones de mano, Zhao marcho acompañado de Noel, que lo llevaría a un hotel cercano y se reuniría luego con Campbell y Sun. Mientras Zhao atravesaba el sórdido vestíbulo, David veía a un hombre que parecía desconcertado por el mundo que lo rodeaba, pero que ya no estaba resignado a su suerte. Zhao inclino la cabeza una vez más y levanto el pulgar, gesto que significaba lo mismo en China que en Estados Unidos.
Por fin, David y Hulan salieron también en dirección al Patina Restaurant de Melrose. David pidió champán. El camarero descorcho la botella, sirvió el líquido en copas estriadas y luego se retiro discretamente, dejándolos solos en cómplice silencio. Estaban cansados, pero tenían la profunda satisfaccón del deber cumplido.
– He estado pensando en Guang Mingyun -dijo al fin David. No se fijo en la mueca de Hulan-. Tiene todo el dinero del mundo. ¿Por qué arriesgarse a que lo pillen por contrabando?
– Algunas veces las personas se hacen adictas a ganar dinero -dijo ella.
– ¿Pero por qué un hombre como él haría tratos con el Ave Fénix?
– No sabemos con certeza que Guang tenga tratos con ellos. Recuerda que Zhao hizo la pregunta, pero Lee no la contesto.
– De acuerdo, pero supongamos que los tiene.
– La triada le proporciona un método para transportar la mercancía y las conexiones aquí para venderla.
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