Lisa See - La Trama China

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La trama china explora el fascinante y emocionante mundo de las regiones más remotas de China, donde la lealtad, la codicia y el amor se enfrentan con aterradoras consecuencias.
La detective china Liu Hu-lan y su prometido, el abogado estadounidense David Stark, se ven enfrentados a una asombrosa trama de violencia y conspiración cuando una vieja amiga -de una aldea del interior de China- le pide a Hu-lan que descubra la verdad sobre el sospechoso suicidio de su hija.
El caso resulta alarmantemente personal por partida doble, ya que involucra el propio pasado de la detective y el siniestro secreto de una fábrica estadounidense de juguetes ligada al bufete de David.
Una subyugadora novela de intriga, con una ambientación generosa en matices y enriquecida con la complejidad de las relaciones entre dos culturas diferentes.

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Me había pasado años estudiando las cuevas con las antiguas esculturas budistas de Yungang, Luoyang y Gansu. Pero también me había dedicado a las menos conocidas de Tianlong Shan, en las montañas al sur de Taiyan, no era el único interesado en esas cuevas. Pocos años antes, los japoneses enviaron a un equipo de expertos en historia del arte a Tianlong. Documentaron todo y publicaron varios libros en Japón.

– En 1937, cuando los japoneses nos invadieron, sabían lo que tenían que buscar -concluyó Hu-lan.

– Los japoneses decapitaron las estatuas de los Budas y arrancaron los relieves de las paredes. Lo hicieron de forma sistemática y minuciosa. Pero a medida que avanzaba la guerra las cuevas proporcionaban algo más, además de arte.

– ¿Protección? -dijo David.

– Exacto. Los japoneses se hicieron fuertes ahí dentro. No había forma de hacerlos salir. Incluso ahora no es fácil llegar a las cuevas, pero en esa época sólo se podía llegar a pie a través de las montañas. No es por la altitud, ya que las “montañas” son en realidad colinas grandes en una altiplanicie, pero el terreno es rocoso, escarpado e irregular. Los japoneses podían quedarse allí para siempre. La inteligencia militar pensó que yo era la persona ideal para investigar sobre el terreno.

Los japoneses habían ocupado una enorme extensión de China y consiguieron controlar guarniciones estratégicas, pero había zonas inmensas habitadas sólo por campesinos y misioneros, por las que solían viajar los servicios de inteligencia.

– Volé a Xian, donde teníamos otro servicio de inteligencia. El obispo Thomas Meeghan había fundado allí un orfanato para niños chinos a los que habían adiestrado para ser completamente fiables. Dos de eso niños me llevaron al este. Viajamos en uno de esos artefactos… no sé cómo se llaman, los que avanzan por la vía del tren bombeando una manivela arriba y abajo nos movíamos de noche, parando para comer y dormir en misiones estadounidenses, francesas o noruegas.

– ¿Cómo sabía adónde tenía que ir?

– Había una red. Los misioneros y los campesinos querían expulsar a los japoneses y nos apoyaban. Si un B-29 se quedaba sin combustible al volver de un bombardeo en China ocupada y la tripulación se veía obligada a lanzarse en paracaídas, no tenía más que enseñar la insignia de los aliados que llevaban en la chaqueta y la red los pasaba a Occidente.

Nosotros llevábamos la misma insignia, que era como un pasaporte. El caso era seguir la línea de ferrocarril que divide el país entre norte y sur y más adelante atraviesa Taiyuan.

– Que es donde por fin conoció a Sun Gao -apostilló David.

– Todo lo que le expliqué antes era cierto. Sun era sólo un chiquillo escuálido cuando lo conocía. Creí que tenía ocho años y resulta que tenía trece. Había pasado la mitad de su vida en guerra y malvivía de lo que le daba la misión local. Pero era listo, la inteligencia que da la calle. En esos tiempos había que ser un buen golfillo para sobrevivir. Pero era más que eso, ya que se daba cuenta de lo que queríamos y nos lo buscaba.

– Bueno, ¿qué hizo? ¿Le salvó la vida?

Henry sonrió. Pensaba contar la historia a su manera.

– Taiyuan, en realidad toda la provincia, tenía una historia sangrienta debido a su posición estratégica como puerta a las tierras fértiles del sur. Los japoneses lo sabían y por eso estaban allí. Entonces ignorábamos la existencia de la bomba atómica y creíamos que, pese a los deseos de los chinos, tendríamos que hacer retroceder a los japoneses metro a metro, con un baño de sangre. Si recuperábamos China, Taiyuan sería, como ha sido siempre, de vital importancia. Yo era un bobo ignorante con una pasión secreta que de repente servía para algo. Teníamos misiones de reconocimiento aéreo, pero los mandamases querían que rastreara la montaña palmo a palmo para ver hasta qué punto estaban fortificados los japoneses. Sun Tang nos acompañó en calidad de guía, mascota y traductor. Como era de la provincia de Shanxi, conocía el terreno mejor que ninguno de nosotros, incluidos los otros chinos.

Estaban a medio camino de la cima cuando fueron descubiertos.

– Teníamos japoneses en las cuevas de arriba y en las de abajo, y para ellos era como tirar al blanco. Si alguno de nosotros se movía… ¡pum! A uno de los chinos de la misión le volaron el brazo, otro recibió un disparo en la tripa. Tenía los intestinos desparramados e intentaba metérselos dentro. -Henry movió la cabeza al recordar-. Íbamos a morir todos allí. Sun avanzó, mejor dicho, gateó por la superficie de la roca intentando, como los demás, evitar que nos volaran la cabeza. Cuando desapareció pensé: bueno, ha huido, y yo ya podía encomendar mi alma. Cuando volvió, los dos chicos de la misión estaban muertos. Uno se había desangrado y el otro se pegó un tiro en la cabeza. Sabía lo que le esperaba si lo capturaban.

Así que Sun volvió reptando, vio a los chicos muertos y me dijo: “Estás aquí para hacer un trabajo y yo también”, y empezó a trepar en la oscuridad dejándome solo.

“Pensé que ni loco iba a ir detrás de él, pero el caso es que no podía subir ni bajar, porque el enemigo estaba en ambos extremos. Y quedarse ahí no era una alternativa, ya que los japoneses acabarían descubriéndome. Esperaba una ejecución rápida, si tenía suerte, o un campo de prisioneros si no la tenía. Así que empecé a arrastrarme siguiendo a Sun. Eso significaba rodear la montaña y trepar por esos barrancos del demonio. Un suicidio, pero las posibilidades eran quedarse quieto y morir, o moverse y morir. -Henry se inclinó y apoyó los codos en las rodillas con expresión triste.

“Coño, sólo tenía dieciocho años y pensaba que si iba a morir lo haría a mi manera. Y a lo mejor, quizá vería las cuevas durante la operación. Sí, era joven y estúpido; por eso envían a los chicos a la guerra. Porque no saben nada. -Guardó silencio un instante-. Por fin llegamos al otro lado de la montaña. Hubo un momento en que ambos pensamos en bajar, buscar un agujero y esperar. El deseo de sobrevivir es muy fuerte.

David y Hu-lan sabían a qué se refería. Ellos lo habían sentido.

– Tal vez porque Sun era huérfano, o porque era su tierra, se mantuvo firme. Nos agachamos y urdió un plan. Me convenció, ya que sabía que yo conocía las cuevas mejor que él. El sol saldría en un par de horas. Teníamos que actuar en aquel momento. Bueno, pueden adivinar el resto. Lo conseguimos y Sun me salvó la vida.

– No pensará dejarnos así -dijo David.

Henry miró a Hu-lan. También ella parecía intrigada por los detalles.

– Tal como Sun había planeado -continuó-,bajamos por la pared escarpada atados con cuerdas y nos balanceamos hasta el interior de las cuevas como un par de tarzanes. Cogimos a los japoneses por sorpresa, pero reaccionaron. Fue una lucha cuerpo a cuerpo y aunque nos superaban en número, no eran tantos como pensaba. Allí dentro sólo había ocho. No sé cuántos habría más abajo, ya que escapamos antes de que nos alcanzaran. Pero los hombres de las cuevas están descansados, con fogatas para calentarse, disponían de comida y estaban allí arriba desde hacía meses. Nosotros habíamos tenido que atravesar el país bombeando, escalar esa montaña y ver morir a nuestros amigos.

Supongo que el único motivo por el que nos salvamos fue porque no teníamos nada que perder. Así que los vencimos. Tuvimos que matarlos, porque no podíamos llevar prisioneros. ¿Cómo íbamos a custodiarlos hasta Xian y Kunming? Y ellos tenían que matarnos a nosotros por una cuestión de honor. Dejamos los cadáveres donde cayeron y nos reunimos en la cueva más grande, donde estaban los dos enormes Budas de más de quince metros. Las estatuas estaban en bastante buen estado, ya que las cabezas eran demasiado grandes para sacarlas de la cueva. Pero las pequeñas habían sido embarcadas hacia Tokio. Estaba contemplando embobado lo que quedaba cuando uno de los soldados que no había muerto me apuntó con su arma, pero Sun le disparó. Estuve a punto de morir en dos ocasiones y él me salvó.

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