Se sentó en el asiento y procedió a examinar el contenido del maletín. Estaba lleno de papeles y expedientes, pero entre todos ellos destacaba una carpeta con una etiqueta, Shane Kates.
Después de unos instantes, el corazón empezó a latirle de nuevo. Abrió la carpeta y contempló la foto que había dentro. Hacía nueve años que no miraba la cara de su hermano. Era un niño guapísimo. Demasiado guapo. Una tentación demasiado fuerte para pervertidos como el novio de su tía y Tyler Young. Ellos lo habían matado. Cada uno de ellos había matado a Shane.
Y todos estaban muertos. Penny Hill no era inocente. Tenía el expediente de Shane. Había sabido dónde estaba todo ese tiempo, todos esos meses infernales en casa de los Young.
Mitchell había mentido. No existía ninguna Milicent Craven. Había mentido para hacerle salir de su escondite. Era tan maquinadora como las demás mujeres. Y debía sufrir por ello.
Debía morir por ello, como Penny y Brooke y Laura y su tía.
Seguro que estaban vigilando la casa de Milicent Craven. En cuanto entrara, sería hombre muerto. De modo que no entraría. Y dominaría el juego. Mantendría el plan original. Haría que Mitchell viniera a él. Y luego la mataría. La vería arder.
Pero primero dormiría. Seguro que ella se pasaba toda la noche delante de la casa de Craven, esperándolo. «Mañana ella estará cansada y yo estaré fresco como una rosa».
Lunes, 4 de diciembre, 00:45 horas
– Despierta, Reed. -Mia le dio un codazo en la penumbra del coche. Estaban haciendo guardia, esperando a Kates. Anita Brubaker estaba dentro de la casa, armada hasta los dientes, mientras los coches camuflados vigilaban desde todos los ángulos. Si Kates se acercaba, lo sabrían.
– No estoy dormido -murmuró, volviéndose hacia ella-. Ojalá lo estuviera.
– Pobrecillo. Esta tarde has trabajado duro, limpiando tu casa.
Reed entornó los ojos.
– Dijiste que vendrías a ayudar.
– Es cierto… solo que más tarde. He ido a ver a Jeremy.
La mirada de Reed se ablandó.
– Te estás encariñando con ese chico.
Mia levantó el mentón.
– ¿Tan malo es eso?
– No, si no tienes intención de desaparecer. Habrá muchas personas que desaparezcan de su vida en años venideros. A ese chico no le espera una vida fácil.
Mia recorrió la zona con la mirada y al no ver nada extraño, se concentró de nuevo en Reed.
– Ojalá pudiera llevármelo a casa. Pero no puedo, no es un gato. Y ni siquiera tengo casa.
– Por eso lo has instalado con Dana. Es la segunda mejor opción. Has hecho bien, Mia. -Reed se reacomodó en su asiento con una mueca de dolor-. ¿De dónde ha sacado Spinnelli este coche? ¿De Yugoslavia?
Mia rio.
– No podíamos utilizar el tuyo. Kates lo conoce.
– Y cinco minutos en tu coche y tendría que ir a rehabilitación.
– Oye, que es un clásico. Yo no tengo la culpa de que seas demasiado grande.
– No lo entiendo, Mia. Esperas a cobrar para comprarte un abrigo, y muy bonito, por cierto, mucho mejor que el otro, pero tienes dinero suficiente para un coche deportivo.
– La mayor parte de mi dinero se lo lleva el abogado de Kelsey. Cada vez que estamos a punto de conseguir la condicional sube sus honorarios, por eso este mes he ido algo justa. Además, el coche no me salió tan caro. Necesitaba algunas reparaciones y David me lo consiguió por un buen precio. Había roto con Guy y quería algo que me levantara el ánimo, así que tiré la casa por la ventana. David lo arregló y mantiene contento el motor.
Reed frunció el entrecejo.
– Mia. -Titubeó-. En cuanto a Hunter…
– Amigos, solo amigos. Siempre hemos sido amigos, nada más.
No parecía muy convencido. Mia suspiró.
– Oye, te he contado todos mis secretos, pero no voy a contarte los de Hunter. Habría sido más fácil para los dos que nos hubiéramos querido, pero no fue así.
– Anoche estuviste con él.
Mia levantó un hombro.
– Supongo que me apetecía estar con otra persona ya que no podía tener a quien quería. -Sonrió-. Pero las cosas cambian.
Reed sonrió a su vez.
– Es cierto.
– Olvidé preguntártelo. ¿Ganó Beth el concurso de poesía de anoche?
– La primera en su grupo de edad.
– ¿Te ha leído su poema?
Reed negó con la cabeza.
– No hemos hecho las paces hasta ese punto.
– Deberías pedirle que te lo lea. Es bueno.
Reed arrugó el entrecejo y contempló las sombras por la ventanilla.
– Christine escribía poesía.
Mia pensó en el cuaderno de poemas que había encontrado. «Aquí tienes mi corazón».
– ¿En serio?
– Nos conocimos en la universidad. Yo estaba siguiendo un curso de literatura y la poesía era para mí como chino. Me vio fruncir el entrecejo y me dijo que si la invitaba a una taza de café me lo explicaría todo.
– Y eso hizo.
– Ajá. Luego me leyó sus poemas y fue como… como escuchar ballet. Christine trajo belleza a mi vida. Me había vuelto un hombre disciplinado en el ejército, me saqué una carrera, me convertí en un hijo del que los Solliday estaban orgullosos, pero no sabía crear belleza. Christine lo hizo por mí.
Mia tragó saliva.
– Yo no puedo hacer eso por ti, Reed. No tengo ese don.
– No para cintas y lazos, es cierto, pero anoche me di cuenta de que me haces feliz. -Se volvió y la miró-. ¿Hay algo más bello que eso?
Conmovida, Mia no fue capaz de responder.
– Reed.
Los labios de Reed se curvaron mientras se reclinaba de nuevo en su asiento.
– Además, tienes unos pechos estupendos, así que cada vez que extrañe las cintas y los lazos, me dedicaré a mirarlos.
Mia rio.
– Eres un hombre terrible que hace rimas terribles.
– Nunca he dicho que fuera poeta.
«Pero tiene alma de poeta». Christine había sido su alma gemela. Se preguntaba si cada persona tenía una sola alma gemela. Confiaba en que no.
Al cabo de unos minutos, Reed suspiró.
– Mia, mientras escuchaba a Young me ha venido una pregunta a la mente. Quizá te suene cruel, pero no es esa mi intención. Es solo que no sé de qué otra forma preguntártelo.
Mia arrugó la frente.
– Pregunta.
– Creciste entre policías. ¿Por qué nunca le contaste a ninguno lo de tu padre?
– No imaginas la de veces que me he hecho esa misma pregunta, sobre todo cuando Kelsey ingresó en prisión. Cuando era niña estaba demasiado asustada. Luego, cuando empecé a ir al instituto, pensaba que nadie me creería. Mi padre era un agente de policía respetado. Más tarde, cuando me hice poli, sentía… vergüenza. Pensaba que la gente se compadecería de mí si se enteraba, que les parecería débil y perdería su respeto. Luego, cuando Kelsey finalmente me contó la verdad, me sentí culpable. Y ahora que está muerto, ya no tiene mucho sentido contarlo.
– Se lo contaste a Olivia -repuso Reed, y Mia hizo una mueca de dolor.
– Y mira lo que conseguí. No quería que se sintiera rechazada. Debí mantener la boca cerrada. Cuando todo esto termine, iré a Minneapolis a hablar con ella.
– ¿Quieres que te acompañe?
Mia lo miró con detenimiento. No había compasión en sus ojos. Solo respaldo.
– Sí, me gustaría.
Reed sonrió.
– Has aceptado mi ayuda. Vamos progresando. Ahora, hablemos de tus zapatos.
Mia sonrió.
– Cuidadito, Solliday. -La detective recuperó la seriedad-. Y gracias.
La mirada de Reed se tornó apasionada.
– De nada. Y ahora creo que deberíamos cambiar de tema, porque se me está haciendo difícil no acariciarte. -Se acomodó de nuevo y miró por la ventanilla-. Ojalá venga ese hijo de puta. Estoy deseando acabar con esto.
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