Karin Fossum - El Ojo De Eva

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Eva es una joven pintora de escaso éxito, divorciada y madre de una niña pequeña. Un día se encuentra a Maja, una vieja amiga, que intenta convencerla para que se gane la vida como prostituta y poder saldar así sus deudas, cada día más acuciantes. Maja invita a Eva a su casa y la anima a ver por un resquicio de la puerta cómo se hace el trabajo. Pero de pronto el cliente y Maja se enzarzan en una pelea y Eva acaba con el cadáver de su amiga entre las manos.
El comisario Sejer, que se encarga del caso, esconde una mente sutil y experimentada tras un aspecto ordinario y gris. Al hacerse cargo de la investigación intuye que la joven artista, a quien ha tomado declaración como amiga de la víctima, sabe más de lo que dice. Poco a poco irá atando cabos, pues todas las respuestas a sus interrogantes están en la vida secreta de Eva Magnus.

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– No, no quería decir eso…

Se retractó rápidamente y se arrepintió de haber hecho esa pregunta.

– Uno de octubre -prosiguió Sejer-, jueves. Empecemos por el principio. Cogió usted un taxi hasta la Tordenskioldsgate. ¿El taxi llegó aquí a las seis de la tarde?

– Sí, ya se lo dije.

– Según sus declaraciones anteriores, estuvo alrededor de una hora en el piso de Maja.

– Sí, más o menos, supongo. No mucho más, en todo caso.

«¿Cuanto tiempo estuve realmente? -pensó Eva-. ¿Dos horas?»

El policía había abierto un pequeño cuaderno del que iba leyendo. Qué desagradable. Todo lo que había dicho estaba anotado. Ahora podía usarlo en su contra.

– ¿Podría decirme qué hizo durante esa hora, por favor? Lo más detalladamente posible.

– ¿Cómo?

Eva lo miró nerviosa.

– Desde que entró en el piso hasta que Maja cerró la puerta cuando usted salió. Todo, todo lo que sucedió. Empiece por el principio.

– Bueno, eh… tomé un café.

– ¿Lavó la taza después?

– ¡No! -Sintió como si la silla comenzara a tambalearse.

– Lo pregunto porque no había rastro de ninguna taza. En cambio había un vaso con restos de Coca-Cola.

– ¡Ah, sí! Coca-Cola, naturalmente. Es que no me acuerdo muy bien. ¿Importa algo si era Coca-Cola o café?

Sejer le echó una mirada aguda y volvió a callar, como había hecho antes. Esperaba y observaba. Eva notó que estaba cayendo en la trampa con ambas piernas. Había tantas cosas en las que no había pensado… demasiadas.

– Bueno, comí un sandwich y bebí una Coca-Cola. Maja me preparó un sandwich.

– Sí. ¿De atún?

Eva sacudió la cabeza extrañada. Era incapaz de seguir ese ritmo, tal vez ese hombre estaba allí aquel día, pensó, tal vez estaba dentro de un armario viéndolo todo.

– ¿Me puede usted decir…? -preguntó Sejer de repente, cambiando de postura en el sofá, con un aire pensativo y curioso a la vez-, ¿me puede decir por qué vomitó ese sandwich?

Eva sintió que se iba a desmayar.

– Es que… es que me puse mala -tartamudeó-. Había bebido un par de cervezas, y no me sienta muy bien el pescado. Me había acostado muy tarde la noche anterior. Y había comido muy poco, no suelo comer mucho, realmente no había comido nada y ella insistió en darme algo de comer, le parecía que yo estaba muy flacucha…

Se detuvo y respiró. Había decidido no decir más que lo estrictamente necesario, ¿por qué lo olvidaba todo el rato?

– ¿Por eso se duchó estando allí? ¿Porque se puso mala?

– ¡Sí! -contestó Eva rápidamente. Y entonces fue ella la que se calló. Sejer vio en sus ojos una incipiente obstinación. Enseguida se cerraría del todo.

– Por lo que veo, le dio tiempo a hacer un montón de cosas mientras estuvo allí. Y en sólo una hora. ¿También se echó una pequeña siesta en el cuarto de huéspedes?

– ¿Una siesta? -preguntó abatida.

– Alguien estuvo tumbado en la cama de ese cuarto. ¿O lo cierto es, señora Magnus, que era usted socia de Durban y que las dos compartían el piso? ¿Hacía usted como ella? ¿Trabajaba unas horas extras de prostituta para mejorar un poco su situación económica?

– ¡No!

Eva gritó y se levantó. La silla se cayó hacia atrás.

– ¡No, no era así! No quise saber nada de todo eso. ¡Maja intentó convencerme, pero yo no quise! -Eva temblaba como una hoja de chopo y se había puesto pálida-. Maja siempre quería convencerme, tenía ocurrencias muy extrañas. Una vez, cuando teníamos trece años…

Empezó a sollozar.

Sejer miró algo perplejo el tablero de la mesa, expectante. Ese tipo de estallidos le hacían sentirse incómodo. La mujer parecía de repente tan afligida… El turbante se había soltado y se le había bajado hasta los hombros. Tenía el pelo empapado.

– A veces me pregunto -susurró Eva-, si piensa usted que lo hice yo.

– Esa es una posibilidad que hemos contemplado, desde luego -contestó Sejer en voz baja-, pero ahora no se trata de si tenía usted algún móvil o si es realmente capaz de asesinar a alguien y esas cosas. No, no se trata de eso; esos aspectos los estudiaremos más adelante. En primer lugar, nos informamos sobre quién estaba cerca de ella, sobre quién tuvo físicamente la posibilidad de cometer el asesinato. Luego estudiamos la coartada. Y finalmente -dijo, moviendo la cabeza-, nos preguntamos por el móvil. Y lo que sabemos es que usted estuvo con ella aquella noche muy poco antes de que muriera. Pero déjeme que se lo diga, estamos completamente seguros de que el asesino de Maja fue un hombre.

– Sí -dijo Eva.

– ¿Sí?

– Quiero decir que sería uno de sus clientes, ¿no?

– ¿Es eso lo que usted piensa?

– Pues claro… ¿No es así? ¡Lo ponía en los periódicos!

Sejer asintió con la cabeza y se inclinó hacia delante «Huele bien -pensó Eva-, se parece a papá cuando era mas joven.»

– Cuénteme lo que pasó.

Eva volvió a sentarse, hizo un enorme esfuerzo y se fue acercando a la verdad con pasos minúsculos. ¿Debería contar ya lo que vió aquella noche desde su banqueta? Él le preguntaría que por qué diablos no lo había contado enseguida. Eso es, pensó Eva, porque soy una persona insegura, una persona sin disciplina ni carácter, un ser en quien no se puede confiar, con una moral más que dudosa, una persona que no ayudó a una amiga que tanto había significado para ella. Y luego robé su fortuna. Le costaba mucho creerlo, le resultaba insoportable pensar en ello.

– Estamos bastante mal de dinero Emma y yo -murmuró- Siempre ha sido así desde que Jostein se fue. Se lo conté a Maja. Quería que solucionara mis problemas a su manera. Iba a dejarme el cuarto que tenía libre. Comimos en La cocina de Hanna y bebimos demasiado. Empecé a recapacitar sobre su propuesta, y estaba tan agotada y harta de tantas noches sin poder dormir por las amenazas en el buzón y el teléfono cortado que acordamos que volvería… para probar. Ella me ayudaría. Me enseñaría cómo tenía que hacerlo.

– ¿Sí?

– Estaba firmemente decidida y me presenté a la hora que habíamos acordado. Llegué algo borracha. Prefería no ser consciente de la decisión que había tomado, y no soportaba la idea de estar sobria.

Se detuvo horrorizada porque en ese momento sí era consciente. Era una puta en potencia. Y ahora, él también lo sabía.

– Pero después de todo fui incapaz. Maja me dio una Coca-Cola, me despejé y me faltó el valor. Pensé que me quitarían a Emma si se corría la voz. Me puse mala y logré escapar de la situación. Pero antes Maja me había explicado algunas cosas.

– ¿Qué cosas?

– Me explicó cómo suele ser.

– ¿Le enseñó el cuchillo?

Eva vaciló un segundo.

– Sí, me enseñó el cuchillo. Dijo que lo tenía como ejemplo y escarmiento. Yo me tumbé sobre la cama. Fue cuando me entró el miedo y decidí retirarme. No entiendo cómo ha podido usted enterarse de tantas cosas, no entiendo nada.

– Al parecer, el cuchillo no le sirvió de mucho, ¿verdad? -dijo Sejer con tono interrogante.

– No, ella…

Eva se detuvo en seco.

– ¿Qué iba a decir?

– Supongo que no tuvo suficientes agallas.

– Había huellas dactilares de usted por todo el piso -prosiguió el policía-; incluso -dijo lentamente- en el teléfono. ¿A quién llamó?

– ¿Huellas dactilares?

Notó que sus dedos se encogían al pensar en ello. Tal vez la policía había estado en su casa mientras ella se encontraba en la montaña, tal vez habían forzado la puerta y se habían deslizado por todas partes con sus pequeños pinceles.

– ¿A quién llamó usted, Eva?

– ¡A nadie! Pero pensé en llamar a Jostein -mintió.

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