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Giorgio Scerbanenco: Muerte en la escuela

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Giorgio Scerbanenco Muerte en la escuela

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La señorita Matilde Crescenzaghi, maestra de la escuela nocturna Andrea y Maria Fustagni, ha sido brutalmente violada y asesinada. En el momento de los hechos, los once alumnos de la clase se encontraban en el aula, pero una férrea ley del silencio sume en el desconcierto a los investigadores. Duca Lamberti tendrá que enfrentarse en esta nueva entrega a un mundo de marginación, miserias y venganzas si quiere encontrar la verdad.

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Algo habían comprendido los alumnos de la explicación de la noche antes; sea como fuere, la noche siguiente, cerca del nombre de Irlanda habían dibujado un falo, y en torno se habían escrito todas las posibles palabras inherentes al tema dibujado, algunas, si no la mayor parte de ellas, en la dicción y pronunciación milanesa. Sólo un alumno, evidentemente romano, había escrito muchas veces el nombre de la parte femenina en romano. Se nombraban todas las zonas erógenas, incluso con torpes intentos de dibujo, y había también frases enteras, ortográficamente incorrectas casi todas, incitando a las más diversas, normales, pero sobre todo anormales actividades sexuales. Entre todas aquellas tristes suciedades, escritas con grafía brutal y neurótica destacábase, ingenuo y gentil, aquel nombre: Ireland.

Número 11: el sujetador de la pequeña maestra había sido colgado del pestillo de la ventana a la izquierda de la pizarra. La falda, número 6, colgaba de la percha interior del aula, junto con el abrigo y el suéter. Una media – número 21 – había sido atada por los extremos a dos de las cuatro largas mesas que hacían las veces de los bancos de la escuela: acaso se habían divertido saltando por encima. La otra media no estaba indicada en el mapa, porque aún no se había encontrado allí, en el aula A, pero había una nota con dos estrellitas: se halló una media en el bolsillo de un alumno, Carolino Marassi, de catorce años, hijo del difunto Paolo y de la difunta Giovanna Casona. A pesar de la terrible carnicería, Duca Lamberti, al nombre de Carolino, rió estúpidamente. Carolino, huérfano de padre y madre, se había metido en el bolsillo la media de su joven maestra. ¿La media derecha, o la izquierda? Por lo que se refiere a las medias, según Bertrand Russell, a diferencia de los zapatos, no se puede establecer cuál es la derecha ni cuál la izquierda. No obstante, puede establecerse el centro de gravedad. Probablemente se la habría quitado el mismo, arrancándola de la liga – mapa, n. 7-; la liga había sido encontrada en un cajón de una de las mesas, como si el alumno que se había apoderado de ella pensara utilizarla también en el futuro, y después de habérsela quitado de la pierna de la infeliz maestra asesinada, se había metido en el bolsillo la media, pensando también en una futura excitación. Y se llamaba Carolino.

Duca Lamberti lo miró todo, milímetro cuadrado a milímetro cuadrado, caminó casi de puntillas entre los círculos blancos dibujados en el suelo, se detuvo detrás de la pizarra donde se habían escrito otras porquerías y se quedó allí, detrás de la pizarra, terminando de fumar el cigarrillo.

– Doctor Lamberti – dijo Mascaranti.

En el aula recalentada la voz resonó estridente.

– ¿Sí? – respondió Duca Lamberti detrás de la pizarra, y arrojó la colilla al suelo.

– Nada.

Número 3: el zapato izquierdo de la maestra Matilde Crescenzaghi estaba pegado en la parte posterior de la pizarra. Pegado ¿con qué? El mapa lo especificaba: el zapato izquierdo estaba pegado con goma de mascar. Por tanto, uno de los alumnos, masticando goma, le había quitado el zapato a su maestra y lo había pegado en el dorso de la pizarra con la goma que, precisamente, estaba mascando.

Duca Lamberti recorrió todo el perímetro del aula A, seguido por la mirada de Mascaranti y del agente uniformado, y abrió uno tras otro los cajones de las cuatro mesas: estaban vacíos, los agentes del laboratorio se lo habían llevado todo. Luego se agachó y sentó sobre los talones ante un pequeño círculo de pintura blanca, el más pequeño de todos, y miró en el mapa el número 18: cincuenta céntimos suizos. Allí, en aquel lugar, se había encontrado una pequeña moneda suiza de medio franco. Movió la cabeza como si quisiera decir que no, pero no quería decir que no; trataba solamente de sobrevivir. Y así, encogido, sentado sobre los talones, dijo a Mascaranti:

– La portera – y aun movió la cabeza como si quisiera decir que no -; ella, no el marido – dijo, y se levantó y fue a sentarse a la mesa que servía de cátedra, en la silla donde se había sentado todas las noches, excepto las fiestas, la joven maestra muerta ahora.

Y de pronto llegó Mascaranti con la viejecita, la mujer del portero de la escuela, y la condujo hasta la mesa, con sus cabellos grises muy recortados, a la moda masculina, que tanto desentonaban en una mujer de su edad.

– Dale una silla – ordenó Duca.

Ella se sentó, empequeñecida, asustada y cansada.

– ¿A qué hora comienzan las clases? – preguntó Duca.

– Por la mañana a las seis y media.

– ¿Cómo? ¿No era una escuela nocturna?

– Sí – dijo la portera -, pero hay chicos que no pueden venir por la noche y entonces para ellos se daba una clase de una hora, de seis y media a siete y media. Luego, a las ocho, entran los de comercio, taquigrafía y contabilidad. Por la tarde los que estudian idiomas.

– Pero ¿no es una escuela nocturna?

Duca tendió la mano a Mascaranti pidiéndole un cigarrillo.

– Sí, lo dice el nombre, pero trabajaba todo el día.

La vieja respondía, nerviosa y precisa.

– ¿Y por la noche? – preguntó Duca.

– Por la noche sólo aquí, en el aula A.

La viejecita trataba de no mirar la pizarra con sus puercos dibujos, pero por desgracia estaba sentada frente a ella.

– ¿Qué se estudiaba aquí, en el aula A? – preguntó Duca Lamberti.

– ¡Bah! – dijo la vieja, amarga y despreciativa, con marcado acento dialectal milanés -, ¿qué quiere usted que estudien?, es la purria de la zona – quería decir el desecho de la zona -. Los asistentes sociales, ¿sabe?, esas señoritas o señores que van por ahí con la cartera de piel negra, son quienes les echan mano, van a ver a todas las familias pobres desde la plaza Loreto a Lambrate y dicen que los chicos deben asistir a clases nocturnas en lugar de jugar al billar, y así los mandan aquí, pero no aprenden nada, sino que traen de cabeza a la maestra – apretó los dientes, respiró hondamente y dijo luego:-O la matan, y después vuelven a ir a jugar a los billares, donde hay también viejos mal hablados, y van precisamente por eso.

La vieja de los cabellos a la gargonne, como se dijo una vez, hablaba claro.

Él le preguntó amablemente:

– ¿A qué hora llegaban los del aula A?

– A las siete y media.

De nuevo respiró hondamente, seguía teniendo en el pensamiento a la maestra Matilde Crescenzaghi tal como la había encontrado, la primera que la había visto después del asesinato, totalmente desnuda, en el suelo, casi bajo la pizarra, la sangre resbalando por sus muslos tan blancos bajo la triste luz del fluorescente, y el sollozo que la maestra exhalaba y los bestiales arañazos en todo el cuerpo.

– Pero siempre llegaban antes – explicó la vieja, concienzuda -, pero no por estudiar más; no son chicos que tengan ganas de estudiar. Sólo esperan que lleguen las diez y media para ir a hacer gamberradas, y así vienen temprano aquí para encontrarse todos juntos y preparar sus fechorías. He advertido dos veces en la comisaría que no me gustan esos chicos, pero vino un agente y ¿sabe qué me dijo? "'Si por mí fuera, los metía a todos en un water y tiraba de la cadena, pero la ley dice que hay que instruirlos, y por eso han de venir aquí, a la escuela". Y yo entonces voy y le digo al agente: "Son delincuentes, mírelos a la cara: matarían como si tal cosa". Y el agente va y me dice: "Si matan los enchiqueraremos, pero mientras no maten están aquí y estudian. La ley así lo dice". Y ya ve lo que ha pasado; han matado y la policía los ha enchiquerado, pero esa pobrecita maestra ha muerto porque dice la ley que hay que instruirlos.

Amargamente perfecto. La viejecita de los cabellos cortos había resumido, con modestia estilística, pero con precisión de conceptos, uno de los más graves problemas sociales.

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