– ¡Debemos encontrar a Cartucho! -exclamó Cornwallis-. Si fuera Wetron el que averiguara quién es, lo atrapara y le sonsacara el secreto del chantaje, tal vez hasta para implicar a Voisey… lo que no es imposible, teniendo en cuenta que Rose Serracold es una de las otras víctimas y Kingsley la tercera…
– Es peligroso… -advirtió Pitt, pero notó cómo se le empezaba a acelerar el pulso y volvía a sentirse vivo, y algo parecido a la esperanza despertaba en él.
Cornwallis sonrió sin convicción.
– Utilizó a Wray. Dejemos que vuelva a utilizarle. Al pobre hombre ya no pueden hacerle más daño que el que le han hecho. Hasta su reputación quedará arruinada si confirman el veredicto del suicidio. Su vida perderá el sentido que él le daba.
Una intensa cólera se apoderó de Pitt al pensar en ello.
– Sí, me gustaría mucho utilizar a Wray -dijo entre dientes-. Nadie sabe lo que le dije ni lo que él me dijo. ¡Y del mismo modo que yo no puedo demostrar que no le amenacé, ellos tampoco pueden negar lo que yo afirme que él me dijo! -También él se inclinó sobre la mesa. Wray no tenía ni idea de quién era Cartucho, pero eso no lo sabe nadie. ¿Y si digo que él lo sabía, y que me lo confesó, y que era la identidad de Cartucho lo que tanto le inquietaba? -Las ideas se agolpaban en su cabeza-. ¿Y que la misma Maude lo sabía, a pesar de todas las precauciones del hombre en cuestión? ¿También puedo decir que dejó una nota escondida entre sus papeles. Registramos la casa, pero no supimos interpretar lo que encontramos. Y ahora, con la información de Wray, hemos…
– ¡Entonces Cartucho vendrá a buscar la nota y a destruirla… si se entera! -terminó Tellman-. Solo que ¿cómo podemos estar seguros de que se entera? ¿Se lo dirá Wetron? Wetron no sabe quién es o… -Se interrumpió, confuso.
– La prensa -respondió Cornwallis-. Me aseguraré de que salga mañana en los periódicos. El caso sigue en los titulares debido a la muerte de Wray. Cartucho pensará que tiene que recuperar las notas de Maude Lamont sobre él o se verá descubierto. No importa cuál sea su secreto.
– ¿Qué le dirás a Wetron? -preguntó Tellman ceñudo. Estaba confundido, pero las ansias de actuar le consumían. Tenía los ojos brillantes.
– Lo harás tú -le corrigió Cornwallis-. Preséntale un informe como harías normalmente y dile que el círculo está a punto de cerrarse: Voisey da dinero a Maude Lamont, este chantajea a Kingsley y a Cartucho para destruir al rival de Voisey, y volvemos a Voisey. Y asegúrale que estás a punto de encontrar pruebas. Entonces llamaremos a la prensa. Pero tiene que creérselo o ellos no lo publicarán.
Tellman tragó saliva y asintió despacio.
– Aun así, enterrarán a Wray como a un suicida -dijo Pitt, e incluso el hecho de tener que expresarlo con palabras le resultó doloroso-. Me… cuesta creer que lo hiciera… No es posible, después de haber soportado tanto dolor y… -Sin embargo, podía imaginárselo. Por valiente que fuera, ciertas penas se volvían insoportables en los momentos más oscuros de la noche. Tal vez lo había conseguido la mayor parte del tiempo, cuando había tenido a gente alrededor, algo que hacer, incluso la luz del sol, la belleza de las flores, o alguien a quien quería. Pero solo en la oscuridad, demasiado cansado para seguir luchando…
– Era profundamente admirado y querido. -Cornwallis se esforzaba por encontrar una respuesta mejor-. Tal vez tenía amigos en la Iglesia que utilizarán su influencia para impedir que sea considerado un suicida.
– ¡Pero tú no le acosaste! -protestó Tellman-. ¿Por qué iba a rendirse ahora? ¡Iba contra su fe!
– Fue una clase de veneno -dijo Pitt-. ¿Cómo iba a ser un accidente? Y tampoco fue por causas naturales. -Pero otra idea cobraba forma en su mente, una posibilidad disparatada-. Tal vez Voisey se dio cuenta de que no estaba aprovechando la oportunidad tan perfecta que se le brindaba, y asesinó a Wray o al menos hizo que lo asesinaran. Su venganza solo sería completa si Wray moría. Abatido, atormentado por los rumores y el miedo, acosado, yo parezco el malo. Pero si está muerto es mucho mejor. Entonces yo soy redimible. Seguro que no vacilaría en el último momento. No lo hizo en Whitechapel.
– ¿Y su hermana? -dijo Cornwallis con auténtico horror-. ¿La utilizó para envenenar a Wray?
– Puede que ella no tuviera ni idea de lo que hacía -señaló Pitt-. No había prácticamente ninguna posibilidad de que la pillaran. Ella considera que tan solo ha sido una testigo de mi crueldad con un anciano vulnerable.
– ¿Cómo lo demostramos? -dijo Tellman, con los labios apretados-. ¡No basta con que nosotros lo sepamos! ¡Si sabemos lo que pasó en realidad y no podemos hacer nada al respecto, solo lograremos que él saboree más la victoria!
– Una autopsia. -Pitt mencionó lo único que parecía una posible respuesta.
– No la harán. -Cornwallis sacudió la cabeza-. Nadie querrá que se haga. La Iglesia temerá que demuestre que fue un suicidio y hará todo lo posible por evitarla, y a Voisey le preocupará que revele que fue un asesinato, o que como mínimo lo plantee.
Pitt se levantó.
– Hay una manera. Yo me encargaré. Iré a ver a lady Vespasia. Si hay alguna persona capaz de hacer presión para que se haga, ella sabrá quién es y cómo encontrarla. -Miró a Cornwallis y luego a Tellman-. Gracias -dijo con una repentina gratitud que le abrumó-. Gracias por… venir.
Ninguno de los dos respondió, pues ambos estaban demasiado confusos para encontrar las palabras. No buscaban ni querían gratitud; solo pretendían ayudar.
* * * * *
Tellman volvió directamente a Bow Street. Eran las diez y cuarto de la mañana. El sargento de recepción le llamó, pero él apenas le oyó. Subió directamente las escaleras hasta la oficina de Wetron, que había pertenecido a Pitt. Resultaba increíble pensar que hacía solo unos pocos meses de aquello. Ahora era un lugar desconocido, y el hombre que la ocupaba, un enemigo. Habían llegado enseguida a esa conclusión. Se sorprendió al darse cuenta de que para él no había supuesto ningún esfuerzo cobrar conciencia de ello.
Llamó a la puerta y al cabo de unos instantes oyó la voz de Wetron, que le invitaba a pasar.
– Buenos días, señor -dijo cuando se encontró dentro y la puerta estuvo cerrada tras él.
– Buenos días, Tellman. -Wetron levantó la mirada desde su escritorio. A primera vista, parecía un hombre corriente, de mediana estatura y cabello castaño desvaído. Solo cuando uno le miraba a los ojos se daba cuenta de la fuerza que poseía, la voluntad firme de triunfar.
Tellman tragó saliva y empezó a mentir.
– He visto a Pitt esta mañana. Me ha dicho lo que realmente le dijo al señor Wray y por qué el anciano estaba tan agitado.
Wetron le miró con cara inexpresiva.
– Creo, inspector, que cuanto antes se desvinculen usted y la policía del señor Pitt, será mejor para todos. Prepararé una declaración para la prensa, e insistiré en que él no tiene nada que ver con la Policía Metropolitana y que no nos responsabilizamos de sus acciones. Es un problema de la Brigada Especial. Que se encarguen ellos de sacarle de esto, si pueden. Ese hombre es un desastre.
Tellman se quedó rígido, a punto de estallar de la rabia; cada injusticia que había presenciado formaba una neblina roja en su interior.
– No dudo que tenga razón, señor, pero creo que antes de que lo haga debería saber lo que él averiguó. -Hizo caso omiso de la impaciencia de Wetron, reflejada en sus dedos nerviosos y en el ceño fruncido-. Al parecer, el señor Wray sabía quién era la tercera persona que estuvo en casa de Maude Lamont la noche que la asesinaron. -Respiró tembloroso-. Porque era un conocido suyo. Otro sacerdote, creo.
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