– Solo quería escandalizarte para hacerte abandonar por un momento tu espíritu práctico. -Pero ni en su voz ni en su mirada había el menor rastro de humor.
– ¿Y tú lo crees? -preguntó Emily esbozando una sonrisa para restar importancia a la pregunta.
Rose titubeó, sin saber muy bien qué iba a responder. Emily percibió la emoción que palpitaba en su cuerpo: su llamativo vestido color carne y granate, y la tensión de sus manos aferradas al borde de la silla.
– ¿Crees que no la hay? -susurró Emily.
– ¡No, no lo creo! -Su voz sonó firme, con convicción-. ¡Estoy completamente segura de que la hay! -Y de una forma igual de repentina se relajó.
Emily estaba segura de que le había costado un gran esfuerzo responder. Rose la miró y volvió a desviar la vista.
– ¿Has estado alguna vez en una sesión de espiritismo?
– No en una auténtica, solo en plan de broma, en fiestas. -Emily la observaba-. ¿Por qué? ¿Y tú?
Rose no respondió directamente.
– ¿Y qué es auténtico? -dijo con una nota áspera en la voz-. Se suponía que Daniel Dunglas Home era brillante. Nadie le pilló, y eso que muchos lo intentaron. -Se volvió para mirar a Emily a la cara con expresión desafiante, como si pisara terreno más firme y no le esperase una caída dolorosa si tropezaba.
– ¿Le has visto alguna vez? -preguntó Emily evitando tocar el tema directamente, convencida de que no era Dunglas Home, aunque no estaba muy segura de quién se trataba.
– No. Pero dicen que era capaz de levitar varios centímetros por encima del suelo, o alargar el cuerpo, sobre todo las manos. -A pesar de su tono despreocupado, observaba la reacción de Emily.
– Debió de ser extraordinario verle -respondió Emily, no muy segura de por qué iba alguien a querer hacer algo así-. Pero yo creía que el objetivo de una sesión de espiritismo era ponerte en contacto con los espíritus de personas conocidas que han muerto antes que tú.
– ¡Y lo es! Esa solo es una manifestación de sus poderes -explicó Rose.
– O del poder de los espíritus -aclaró Emily-. Aunque dudo que alguno de mis antepasados tuviera trucos como ese debajo de la manga… ¡A menos que quieras remontarte a la caza de brujas de la época puritana!
Rose esbozó una sonrisa que únicamente se manifestó en sus labios. Seguía con el cuerpo tenso, el cuello y los hombros rígidos, y de pronto Emily se convenció de lo mucho que le importaba todo el tema. Con su actitud frívola pretendía proteger su vulnerabilidad, y más que el dolor que le causaría que se rieran de ella, temía algo más profundo, tal vez que le arrebataran y destruyeran su fe en algo.
Emily respondió con una seriedad que no tuvo que fingir.
– La verdad es que no sé cómo los espíritus del pasado podrían ponerse en contacto con nosotros si quisieran decirnos algo importante. No puedo decir que no vinieran acompañados de toda clase de imágenes extrañas, o ruidos, si quieres. Yo juzgaría el fenómeno por el contenido del mensaje y no por cómo se ha transmitido. -De pronto no estaba segura de si debía continuar con lo que se había propuesto decir o si sería una intrusión.
Rose interrumpió aquel momento de vacilación.
– Sin ver los efectos, ¿cómo voy a saber que es auténtico, y no solo el médium que me está diciendo lo que cree que quiero oír? -Descartó aquella idea con un ademán desenfadado-. ¡No es lo que uno entiende por un espectáculo sin todas las imágenes y los gemidos, las apariciones, los golpes, el ectoplasma y todo lo demás! -Se rió con un sonido crispado-. No te pongas tan seria, querida. No es la Iglesia, ¿verdad? Solo son fantasmas haciendo sonar sus cadenas. ¿Qué es la vida si no nos asustamos de vez en cuando… al menos de cosas así, que no tienen ninguna importancia? Te distraen de todo lo que es realmente horrible. -Agitó una mano en el aire y los diamantes brillaron en sus dedos-. ¿Te has enterado de lo que va a hacer Labouchére en Buckingham Palace si algún día se sale con la suya?
– No… -Emily tardó unos momentos en pasar de lo profundamente conmovedor a lo totalmente absurdo.
– ¡Convertirlo en refugio para mujeres perdidas! -exclamó Rose con voz resonante-. ¿No es la mejor broma que has oído en años?
Emily se mostró incrédula.
– ¿Eso ha dicho?
Rose se rió.
– No lo sé… ¡pero si no lo ha hecho, pronto lo hará! ¡Cuando la vieja reina muera estoy segura de que el príncipe de Gales lo hará!
– ¡Por el amor de Dios, Rose! -exhortó Emily, mirando alrededor para ver quién podía haberla escuchado-. ¡Procura contenerte! ¡Algunas personas no reconocerían un sarcasmo aunque se les echara encima y les mordiera!
Rose trató de parecer sorprendida, pero le brillaron los ojos y sintió tantos deseos de reír que no lo consiguió.
– ¿Quién está siendo sarcástica aquí, querida? ¡Hablo en serio! ¡Si las mujeres aún no se han echado a perder, él será el hombre que las ayude!
– Lo sé, pero por el amor de Dios, no lo digas -susurró Emily, pero las dos estallaron en carcajadas mientras se reunían con ellas la señora Lancaster y otras dos mujeres que se morían por saber qué se habían perdido.
* * * * *
El trayecto de regreso en coche desde Park Lañe fue muy diferente. Era más de la una de la madrugada, pero las farolas iluminaban la noche de verano, cálida y sin viento, mostrando el camino.
Emily solo veía el lado del rostro de Jack más próximo a la luz del interior del coche, pero le bastó para percibir una seriedad que había ocultado durante toda la velada.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella en voz baja, mientras salían de Park Lañe y se dirigían al oeste-. ¿Qué ha pasado en el comedor cuando nos hemos marchado?
– Se ha discutido mucho y se han hecho planes -respondió él volviéndose hacia ella, tal vez sin darse cuenta de que su rostro quedaba en sombra-. Ojalá… ojalá Aubrey no hubiera hablado tanto. Me cae muy bien, y creo que es un honrado representante del pueblo y, quizá lo que es más importante, un futuro diputado honrado…
– ¿Pero…? -dijo ella en tono desafiante-. Ganará, ¿no? ¡Ha sido un escaño liberal desde que tengo memoria! -Quería que ganaran el máximo número de liberales para que el partido volviera al poder, pero en ese momento pensaba en Rose y en lo hundida que se quedaría si Aubrey fracasaba. Sería humillante perder un escaño seguro: se atribuiría a un rechazo personal, no a una discrepancia de opiniones.
– Estoy seguro, todo lo seguro que se puede estar de algo -concedió él-. Y formaremos gobierno, aunque la mayoría no sea tan amplia como nos habría gustado.
– ¿Qué ocurre entonces? Y no me digas que no pasa nada -insistió ella.
Jack se mordió el labio inferior.
– Preferiría que se guardara para él algunas de sus opiniones más radicales. Está… está más cerca del socialismo de lo que me pensaba. -Habló despacio, escogiendo las palabras-. ¡Admira a Sydney Webb, por el amor de Dios! ¡No podemos hacer reformas a ese ritmo! ¡La gente no lo permitirá y los tories nos crucificarán! La cuestión no es si debemos tener o no un imperio. Lo tenemos, y no podemos cortar por lo sano como si no existiera, y esperar mantener el comercio, el empleo, nuestro estatus en el mundo, nuestros tratados o cualquiera de las cosas que tenemos sin el propósito que hay detrás de todo ello. Los ideales están muy bien, pero sin una adecuada interpretación de la realidad pueden llevarnos a todos a la ruina. Es como el fuego, que sirve al hombre de un modo estupendo, pero cuando se convierte en su amo, la destrucción es total.
– ¿Se lo has dicho a Aubrey? -preguntó ella.
– No he tenido oportunidad, pero lo haré.
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