Por fin los coches se pusieron en marcha. A toda prisa giró a la izquierda, bajando el caminito que rodeaba el bloque de apartamentos, cruzó el aparcamiento de enfrente y llegó hasta el lateral del edificio, por la parte de los garajes cerrados de la esquina trasera, casi en una completa oscuridad, salvo por la luz procedente de alguna de las ventanas de los pisos de arriba.
Caminó hasta el garaje situado más a la izquierda, el que le había llamado tanto la atención en su visita de reconocimiento del domingo. Todos los demás tenían una sola cerradura en la manija. Pero este tenía cuatro candados de seguridad, dos en cada lado. Uno no pone tantos candados en un garaje a menos que guarde dentro algo de gran valor.
Claro que podía ser solo un coche de época, pero, aun así, conocía a un traficante que pagaba muy bien las piezas de coches antiguos: volantes, palancas de cambio, insignias de marca y cualquier otra cosa que se le pudiera quitar. Pero con un poco de suerte quizás encontrara objetos de valor de algún tipo. Por sus años de experiencia sabía que muchos ladrones como él usaban garajes como trasteros. Él mismo había usado uno durante muchos años. Eran un buen lugar para guardar objetos de valor fácilmente identificables por sus dueños durante un tiempo, hasta el momento de sacarlos al mercado, quizás un año más tarde.
Se quedó allí de pie, en la oscuridad y levantó la vista hacia el bloque de pisos, comprobando que no hubiera sombras en alguna ventana que indicaran que alguien estaba asomado. Pero no vio a nadie.
Rápidamente, echó mano a su bolsa y se puso a trabajar en el primero de los candados. Cedió al cabo de menos de un minuto. Le siguieron los otros, que se abrieron con la misma facilidad.
Echó un paso atrás entre las sombras y volvió a mirar a su alrededor y hacia arriba. Nadie a la vista.
Tiró de la puerta basculante y se quedó inmóvil, petrificado por un momento, intentando asimilar lo que estaba viendo. Aquello no era en absoluto lo que se esperaba.
Dio un paso hacia el interior, nervioso, bajó la puerta a sus espaldas, sacó la linterna de la bolsa y la encendió.
– Oh, mierda -dijo, cuando se confirmó su primera impresión.
Asustado como un crío, salió de allí, pensando mil cosas a la vez. Con manos temblorosas volvió a cerrar los candados; no quería dejar ninguna pista. Y salió corriendo hasta perderse en la noche.
Sábado, 17 de enero de 2010
Facebook
Jessie Sheldon
Ver mis fotos (128)
Jessie ahora tiene 253 amigos en Facebook
Benedict va a conocer a mis padres esta noche
en un baile de beneficencia. ¡qué nervios!
Primero tengo mi clase de kick-boxing, por la tarde,
así que si pasa algo y empiezan a portarse mal con él,
más vale que se vayan con cuidado.
Y… ¡¡¡llevaré mis nuevos zapatos anya hlndmarch
con tacón de trece centímetros!!!
Leyó la última entrada de Jessie en Facebook con una fina sonrisa.
te portas muy bien conmigo, jessie. Me dejaste
colgado en el estadio wlthdean, pero esta noche
no lo harás, ¿verdad? acabarás tu clase de kick-boxing
a la hora habitual, y luego volverás caminando
casi un kilómetro hasta sudeley place y te pondrás
tu bonito vestido y tus zapatos nuevos: vestida
para matar. luego subirás al coche de benedict,
que te estará esperando en la calle.
ese es tu plan, ¿no?
Siento aguarte la fiesta…
Sábado, 17 de enero de 2010
Con la operación de vigilancia, Grace había tenido que cancelar la reunión de la noche anterior. Ahora, en la de las 8.30 de la mañana del sábado, tenían que ponerse al día tras veinticuatro horas de actividad del equipo.
Mucha actividad, pero pocos progresos.
Zoratti y su colega analista aún no habían conseguido resultados en su búsqueda de delitos sexuales a escala nacional que pudieran relacionarse con el Hombre del Zapato, y la Unidad de Delitos Tecnológicos todavía no había encontrado pistas útiles.
Los interrogatorios realizados del Equipo de Investigación a las encargadas y las trabajadoras de treinta y dos de los burdeles conocidos de la ciudad ya habían concluido y no habían dado ningún resultado tangible. Varios de sus clientes habituales eran fetichistas de los pies o de los zapatos, pero como ninguno de los establecimientos registraba los nombres y direcciones de sus clientes, lo único que podían hacer era comprometerse a llamar por teléfono la próxima vez que alguno de ellos pidiera un servicio.
Cada vez daba más la impresión de que, fuera lo que fuera lo que hubiera estado haciendo el Hombre del Zapato durante los últimos doce años, el muy cabrón había hecho un trabajo fantástico para mantenerlo en secreto.
La noche anterior había sido tranquila. Toda la ciudad parecía un cementerio. Después de tantas fiestas de Navidad, parecía como si sus habitantes, al menos esa noche, hubieran decidido recluirse en casita para recuperarse de tanto gasto. Y a pesar de la prolongada vigilancia de su equipo, no se había vuelto a ver al taxista John Kerridge -Yac- desde su breve aparición en la zona a primera hora de la noche.
Un dato positivo era que Grace ahora contaba con los treinta y cinco agentes de vigilancia que necesitaba para cubrir todo el vecindario de Eastern Road. Si el Hombre del Zapato aparecía, su equipo estaría esperándole.
El doctor Proudfoot seguía convencido de que lo haría.
Cuando la reunión estaba a punto de acabar, sonó un teléfono interno. Branson se dirigió hacia la puerta de la atestada sala de reuniones para llamar a Ari, porque no le había podido coger el teléfono durante la reunión. Sabía por qué llamaba, para pedirle que se quedara con los niños y pasara el día con ellos. No había ninguna posibilidad, aunque habría dado cualquier cosa por poder hacerlo.
Pero en el momento en que cruzaba el umbral de la puerta, Foreman le llamó:
– ¡Glenn! ¡Para ti!
Volvió a meterse en la sala, abriéndose paso entre la gente que salía, y cogió el aparato que Foreman había dejado sobre la mesa.
– Branson -respondió.
– Sí. Esto…, hola, agente Branson.
Frunció el ceño al reconocer aquella voz ronca.
– Es sargento Branson -le corrigió.
– Soy Darren Spicer. Nos vimos en el…
– Ya sé quién eres.
– Mire, tengo…, bueno…, lo que podríamos llamar una situación delicada.
– Qué suerte.
Branson estaba impaciente por deshacerse de él y llamar a Ari. Ella detestaba que le cortara las llamadas al móvil. Además, había encontrado otra carta del abogado de ella esperándole en casa de Roy al volver del trabajo por la noche, o más bien de madrugada, y quería hablar con ella del asunto.
Spicer soltó una risita poco convencida.
– Sí, bueno…, tengo un problema. Necesito hacerle una pregunta.
– Bueno. Pregunta.
– Sí, es que… tengo un problema.
– Eso me lo acabas de decir. ¿Cuál es la pregunta?
– Bueno es que…, si le dijera que yo…, bueno…, que he visto algo, ¿sabe? O que alguien que conozco ha visto algo…, al meterse en un sitio en el que no debería de haber estado… ¿Sí? Si él… le diera una información que para usted es muy necesaria… ¿Le detendría igualmente por haber estado donde no tenía que haber estado?
– ¿Estás intentando decirme que te has metido en algún sitio en el que no debías estar y que has visto algo?
– No es que haya violado la condicional, ni nada de eso. No es eso.
– ¿Quieres ir al grano?
Spicer se calló un momento; luego prosiguió:
– Si le dijera algo que podría ayudarles a coger a ese Hombre del Zapato, ¿eso me daría inmunidad? Quiero decir, ¿no me acusarían?
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