– No exactamente, no. Está conectado al ordenador mediante una interfaz de dispositivos periféricos con fecha y número de archivo. Cada disco tiene unos setecientos megabytes. Servirá para registrar todo lo que sucede en las cámaras de seguridad, tanto dentro como fuera del edificio. Nuestras cámaras funcionan por transmisión celular. Y los datos entrarán por la parte trasera de este aparato. -Se encogió de hombros-. O eso creo.
– Eso cree, ¿eh? -sonrió Curtis.
Ella soltó una risita avergonzada.
– No se lo va a creer -le dijo, encogiéndose de hombros-, pero la unidad aún no está instalada. Por lo que yo sé, acaban de entregarla.
– Bueno, parece muy bonito. Bonito de verdad. Lástima que no funcione, porque así sabríamos lo que pasó anoche exactamente.
– Tuvimos un problema con el proveedor.
– ¿Qué clase de problema? -Curtis se sentó al borde del escritorio y cogió otro emparedado-. Están buenos.
– Que se equivocaron de aparato -suspiró Helen-. Nos enviaron uno distinto al que habíamos pedido. Este Yamaha registra a cuatro velocidades. El anterior no. Así que lo devolvimos.
– El suyo debe ser un trabajo duro para una mujer.
Helen puso mala cara.
– ¿Por qué lo dice?
– Los albañiles no tienen exactamente fama de buenos modales ni de hablar bien.
– Tampoco la policía de Los Ángeles.
– Muy aguda. -Curtis miró el emparedado y lo dejó sobre la mesa-. Perdóneme. Tiene razón. Usted conocía a la víctima, probablemente. Y aquí estoy yo, comiéndome su cena. No soy muy delicado, ¿verdad?
Ella volvió a encogerse de hombros, como si la tuviera sin cuidado.
– Sabe usted, hay personas, y policías, que al ver un cadáver sienten náuseas y pierden el apetito. A mí, no sé por qué, me da hambre. Mucha hambre. Quizá sea porque me alegro de estar vivo y quiero celebrarlo comiendo algo.
Helen asintió.
– No tendré que identificarlo, ¿verdad?
– No, señora, no será necesario.
– Gracias, no creo que yo…
Volvió al tema anterior, considerando que debía contarle algo más sobre su trabajo.
– Mis responsabilidades de gestión y planificación no suponen gritar a la gente. Eso lo dejo para los capataces. Mi función consiste en iniciar cada operación concreta, coordinarla con los diferentes proveedores y asegurarme de que suministren los materiales adecuados. Como esos grabadores de CD-ROM. Pero si es necesario puedo hablar peor que un carretero.
– Si usted lo dice, señora… ¿Cómo se llevaba con Sam Gleig?
– Bastante bien. Era una persona muy amable.
– ¿Tuvo que gritarle alguna vez?
– No, nunca. Era honrado y digno de confianza.
Curtis se levantó del escritorio y abrió una taquilla. Dentro había una cazadora de piel y, suponiendo que pertenecía a Sam Gleig, empezó a registrar los bolsillos.
– ¿A qué hora entró anoche de servicio Sam Gleig?
– A las ocho, como siempre. Relevó al otro vigilante, Dukes.
– ¿Me llamaba alguien?
Era el guarda jurado, Dukes.
– Ah, inspector-dijo Helen-. Éste es…
– Ya nos conocemos -la interrumpió Curtis-. De la otra vez, cuando la muerte del señor Yojo.
Miró instintivamente el reloj. Eran las ocho en punto.
Dukes estaba perplejo.
– ¿Qué ocurre?
– Se trata de Sam, Irving -le informó Helen-. Está muerto.
– ¡Santo Dios! Pobre Sam. ¿Cómo ha sucedido?
– Creemos que le aplastaron la cabeza.
– ¿Qué ha sido, un robo o algo así?
Curtis no contestó.
– ¿Le vio alguno de ustedes cuando entró de servicio?
– Muy brevemente -contestó Dukes, encogiéndose de hombros-. Yo tenía prisa. No creo que cruzáramos más que unas palabras. ¡Qué horror, Dios mío!
– Se presentó en la oficina de obras, en la séptima planta -dijo Helen-. Sólo para saludar y ver si se quedaba alguien a trabajar. El ordenador se lo habría dicho mejor que nosotros, pero a él le gustaba hablar con la gente. En cualquier caso, yo ya me iba, así que bajó conmigo en el ascensor.
– Ha dicho «nosotros».
– Sí. Dejé trabajando a Warren, Warren Aikman. Es el maestro de obras. Le llamaron por teléfono, justo cuando me marchaba.
– Maestro de obras. ¿Qué hace, exactamente?
– Es como el jefe de obra, sólo que está empleado por el cliente como una especie de inspector.
– ¿Como un policía, quiere decir?
– Más o menos, sí.
– ¿Habló con Sam antes de marcharse?
Helen se encogió de hombros.
– Tendrá que preguntárselo a él. Pero, francamente, no es probable. No hay ninguna razón para que viniese aquí a informar a Sam de que se marchaba. Como ya he dicho, el ordenador es quien se encarga de saber quién se queda en el edificio. Sam sólo tenía que decirle al ordenador que hiciera una comprobación y lo habría sabido en un momento.
Dukes se sentó al escritorio.
– Se lo mostraré, si quiere.
Guardándose en el bolsillo unas llaves de coche y una cartera, Curtis dejó el chaquetón sobre la mesa y se colocó a espaldas de Dukes, que pulsó un icono con el ratón y empezó a seleccionar opciones del menú.
SISTEMAS DE SEGURIDAD Sí
¿CÁMARAS Y SENSORES? Sí
¿INCLUIR OFICINA DE SEGURIDAD? NO
¿MOSTRAR RESTO OCUPANTES? Sí
Inmediatamente apareció en pantalla una imagen de la escena que se desarrollaba en los ascensores del sótano, con todos los policías y el personal forense arremolinados en torno al cadáver de Sam Gleig.
– ¡Ay, Dios! -exclamó Helen-. ¿Es él?
Dukes volvió a usar el ratón.
IDENTIFICAR A TODOS LOS OCUPANTES SÍ
A La imagen de alta definición se añadió entonces una ventana cuadrada con una serie de nombres.
SÓTANO/ASCENSORES:
SAM GLEIG, GUARDA JURADO, YU CORP
AGENTE COONEY, POL. L.A.
AGENTE HERNANDEZ, POL. L.A.
INSPECTOR DE PRIMERA WALLACE, POL. L.A.
CHARLES SEIDLER, LABORATORIO FORENSE L.A.
PHIL BANHAM, POL. L.A.
DANIEL ROSENCRANTZ, LABORATORIO FORENSE L.A.
ANN MOSLEY, POL. L.A.
AGENTE PETE DUNCAN, POL. L.A.
AGENTE MAGGIE FLYNN, POL. L.A.
SÓTANO/SERVICIO SEÑORAS:
JANINE JACOBSEN, LABORATORIO FORENSE L.A.
SÓTANO/SERVICIO CABALLEROS:
INSPECTOR JOHN GRAHAM, POL. L.A.
INSPECTOR NATHAN COLEMAN, POL. L.A.
– El Gran Hermano -murmuró Curtis.
Lanzó una mirada furtiva a Helen Hussey: primero a su espléndida cabellera pelirroja y luego al escote de su blusa malva. Tenía los pechos grandes, cubiertos de pecas diminutas.
– Impresionante, ¿eh? -comentó ella, sonriendo al notar su mirada: si Curtis hubiese sido algo más joven lo habría encontrado bastante atractivo.
– Mucho -admitió Curtis, volviendo los ojos a la pantalla.
– ¡Eh, el de los servicios es mi compañero! ¿También puede verlo el ordenador ahí dentro?
– No exactamente -le explicó Dukes-. Para comprobar quién está dentro, utiliza sensores térmicos, detectores acústicos, sensores pasivos infrarrojos y micrófonos. Huellas vocales. Como en los ascensores.
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