Philip Kerr - Pálido Criminal

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En Pálido Criminal Bernie Gunther, pese a su nula simpatía por los nazis, es obligado por el general de las SS Reinhard Heydrich a reincorporarse a la Kripo con la misión de dar caza a un psicópata que ha violado, torturado y asesinado a varias adolescentes arias. Bajo el mando de su amigo el Kriminaldirektor Arthur Nebe y con el grado de Comisario, Gunther regresa a una policía cada vez más cercana a la Gestapo e inicia una investigación contrarreloj para evitar que el asesino siga matando. Pero la investigación se complicará cuando en la misma se vean involucrados varios miembros relevantes de las SS interesados por el ocultismo que tienen un especial odio a los judíos, como Otto Rahn, Karl Maria Wiligut o el mismísimo Heinrich Himmler.

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Solté un gruñido. Había menos probabilidades de que Francia presentara una verdadera oposición a Hitler que de que declarara la ley seca. Litvinoff había escogido sus palabras con cuidado. Nadie quería la guerra. Es decir, nadie excepto Hitler, Hitler el Sifilítico.

Mis pensamientos volvieron a la reunión que había tenido el martes anterior con Frau Kalau vom Hofe en el Instituto Goering.

– Le he traído los libros que me dejó -expliqué-. El del profesor Berg es especialmente interesante.

– Me alegro de que lo piense -dijo-. ¿Qué me dice de Baudelaire?

– También, aunque me pareció mucho más aplicable a la actual Alemania; especialmente los poemas titulados «Spleen».

– Puede que ya esté preparado para Nietzsche -dijo, recostándose en la silla.

Era un despacho luminoso y agradablemente amueblado, con vistas al Zoo, al otro lado de la calle. Se podía oír a los monos gritando a lo lejos.

Siguió sonriendo. Era más atractiva de lo que yo recordaba. Cogí la solitaria fotografía que había en su escritorio y miré atentamente a un hombre apuesto y dos niños.

– ¿Su familia?

– Sí.

– Debe de ser muy feliz. -Volví a dejar la foto en su sitio-. De Nietzsche -dije cambiando de tema- no sé nada. Verá, no es que lea mucho; parece como si fuera incapaz de encontrar el tiempo. Pero sí que leí esas páginas de Mein Kampf , las que hablan de las enfermedades venéreas. Y eso que para hacerlo tuve que utilizar un ladrillo como cuña durante un tiempo para mantener la ventana del baño abierta. -Se echó a reír-. De todos modos, creo que tiene usted razón. -Empezó a hablar, pero la detuve con un ademán-. Lo sé, lo sé, usted no dijo nada. Lo único que me dijo fue lo que estaba escrito en el maravilloso libro del Führer . No me estaba ofreciendo un análisis psicoterapéutico de él a través de sus escritos.

– Exacto.

Me senté y la miré desde el otro lado de la mesa.

– Pero ¿esa clase de cosas es posible?

– Oh, sí, por supuesto.

Le alargué la página de Der Stürmer .

– ¿Incluso con algo como esto?

Me miró, ecuánime, y luego abrió su pitillera. Cogí un cigarrillo y luego encendí el suyo y el mío.

– ¿Me lo pregunta oficialmente? -dijo.

– No, claro que no.

– Entonces le diré que sería posible. Es más, le diría que Der Stürmer es obra no de una, sino de varias personalidades psicóticas. Los llamados editoriales, esas ilustraciones de Fino… solo Dios sabe el efecto que este tipo de basura estará teniendo en la gente.

– ¿Puede hacer alguna conjetura? Del efecto, quiero decir.

Frunció los hermosos labios.

– Es difícil de evaluar -dijo después de un momento-. Sin duda, para las personalidades más débiles, este tipo de cosas, absorbidas con regularidad, pueden corromper.

– ¿Corromper lo suficiente como para convertir a un hombre en asesino?

– No -dijo-, no lo creo. No convertirían a un hombre normal en asesino. Pero con un hombre ya dispuesto a matar… creo que sería muy posible que esta clase de historias y de dibujos tuvieran un profundo efecto en él. Y como usted sabe por haber leído a Berg, el propio Kürten era de la opinión de que con toda seguridad los reportajes de los crímenes más lascivos le habían afectado.

Cruzó las piernas, y el roce sibilante de sus medias atrajó mis pensamientos hasta su parte superior, hasta sus ligas y finalmente hasta el paraíso de encaje que imaginaba que existía allí. Se me encogió el estómago al pensar en deslizar mi mano hacia arriba, al pensar en ella, completamente desnuda, ante mí, pero sin dejar de hablarme de forma inteligente. ¿Dónde empieza exactamente la corrupción?

– Entiendo -dije-. ¿Y cuál sería su opinión profesional del hombre que ha publicado esta historia? Me refiero a Julius Streicher.

– Un odio como ese es casi sin ninguna duda el resultado de una gran inestabilidad mental. -Hizo una corta pausa-. ¿Puedo decirle algo en confianza?

– Por supuesto.

– ¿Sabe que Matthias Goering, el presidente de este Instituto, es primo del primer ministro?

– Sí.

– Streicher ha escrito muchas tonterías ponzoñosas sobre la medicina, y en especial la psicoterapia, como conspiración judía. Durante un tiempo el futuro de la salud mental en este país corrió peligro por su culpa. Por consiguiente, el doctor Goering tiene buenas razones para desear apartar a Streicher de su camino y ya ha preparado una evaluación psicológica de él siguiendo órdenes del primer ministro. Estoy segura de que puedo garantizarle la cooperación de este Instituto en cualquier investigación relativa a Streicher.

Asentí lentamente.

– ¿Está usted investigando a Streicher?

– ¿En confianza?

– Por supuesto.

– Sinceramente, no lo sé. Digamos que, en este mismo momento, siento curiosidad por él.

– ¿Quiere que le pida ayuda al doctor Goering?

Negué con un ademán.

– En esta fase no. Pero gracias por la oferta. Tenga la seguridad de que no la olvidaré. -Me levanté y fui hacia la puerta-. Apuesto a que tiene una magnífica opinión del primer ministro, siendo como es el protector del Instituto. ¿Estoy en lo cierto?

– Nos ha beneficiado mucho, es cierto. Sin su ayuda dudo que existiera el Instituto. Naturalmente, tenemos muy buena opinión de él por ello.

– Por favor, no crea que la culpo; no lo hago. Pero ¿no se le ha ocurrido nunca que su benéfico protector es tan susceptible de ir y cagarse en el jardín de otros como Streicher lo ha hecho en el suyo? ¿Lo ha pensado alguna vez? Se me ocurre que estamos viviendo en un barrio muy sucio y que todos vamos a encontrarnos con los zapatos llenos de mierda hasta que alguien tenga el buen sentido de meter a todos los perros vagabundos en la perrera pública. -Me despedí de ella tocándome el ala del sombrero-. Piense en ello.

Korsch se retorcía el bigote distraídamente mientras continuaba leyendo el periódico. Supongo que se lo había dejado crecer en un esfuerzo por parecerse más a alguien con personalidad, del mismo modo que muchas personas se dejan barba; no porque no les guste afeitarse -una barba exige tantos cuidados como una cara bien rasurada-, sino porque creen que hará que se parezcan a alguien a quien hay que tomar en serio. Pero en el caso de Korsch el bigote, apenas un trazo de lápiz para cejas, solo servía para poner de relieve lo huidizo de su semblante. Hacía que pareciera un chulo, un efecto que, no obstante, se contradecía con su carácter, un carácter que, en el plazo de dos semanas, yo había descubierto voluntarioso y fiable.

Al detectar mi atención, se vio obligado a informarme de que el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Josef Beck, había exigido una solución al problema de la minoría polaca de la región de Olsa, en Checoslovaquia.

– Igual que una banda de gángsters, ¿no es verdad, señor? -dijo-. Todos quieren su parte del pastel.

– Korsch -dije-, te has equivocado de profesión. Tendrías que haber sido locutor de los noticiarios de la radio.

– Lo siento, señor -dijo doblando el periódico-. ¿Ha estado alguna vez en Nuremberg?

– Una vez. Justo después de la guerra, pero no puedo decir que me gusten mucho los bávaros. ¿Y tú?

– Es la primera vez. Pero sé lo que quiere decir sobre los bávaros. Su extraño conservadurismo. Son un montón de tonterías, ¿no? -Miró por la ventana durante un minuto, contemplando el panorama del campo alemán. Volviendo a mirarme, continuó-: ¿Cree de verdad que Streicher podría tener algo que ver con esos asesinatos, señor?

– En este caso no es que nos sobren pistas, ¿verdad? Tampoco parece que el Gauleiter de Franconia sea lo que se dice popular. Arthur Nebe llegó a decirme que Julius Streicher es uno de los mayores delincuentes del Reich y que ya hay varias investigaciones en marcha contra él. Tenía interés en que habláramos personalmente con el comisario jefe de la policía de Nuremberg. Por lo que parece, no existe mucho cariño entre él y Streicher. Pero, al mismo tiempo, tenemos que ser extremadamente cautos. Streicher dirige su distrito como un déspota oriental, por no mencionar el hecho de que se trata de tú con el Führer .

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