Philip Kerr - Plan Quinquenal

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Dave Delano conoce la libertad después de cinco años alojado a costa del estado. Un alojamiento que ha merecido por encubrir a un apreciado mafioso de Florida, Tony Nudelli, al cual, desde luego, no le hace ninguna ilusión la liberación de Delano: después de cinco años a la sombra, uno puede volverse un tanto vengativo…
Pero el ex preso viene con las mejores intenciones. De hecho, propone a Nudelli un plan para hacerse en alta mar con un fabuloso envío de dinero -negro, por supuesto- que va a remitirse a Rusia. Una cantidad que arreglaría la vida de los más exigentes. La que también quiere cambiar su vida es Kate Furey, agente del FBI destinada en Miami, que ha detectado un cargamento de cocaína que va a ser enviado a Europa. Interceptarlo significa para Kate no sólo un éxito profesional sino, sobre todo, escapar de la rutina de un trabajo burocrático.

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Dave no vaciló. Se impulsó con fuerza con los pies hacia la ondulante superficie y la escala que había por encima de su cabeza.

Justo cuando alcanzaba y agarraba la escala intuyó que la enorme barracuda iba a por él. La adrenalina se le disparó por el corazón y los músculos de la espalda, haciéndolo subir por la escala con tanta velocidad que casi pensó que había alguien tirando de él desde fuera del agua. Unos centímetros por debajo del final de la escala y del talón del pie descalzo de Dave, la barracuda se arqueó en la aceitosa superficie y luego desapareció en las azules y poco profundas aguas.

Dave se arrancó la boquilla y tragó una bocanada profunda y vacilante del aire de la mañana.

– ¡Leche! ¡Joder!-soltó jadeando-. ¡Por qué poco!

Ahora que el pez se había marchado, también se le había ido la fuerza de los brazos y pasaron un par de minutos antes de que pudiera subirse a la cubierta del Jade. De pie en ella, volvió a respirar profundamente y trató de calmarse. Un instante después oyó un disparo y algo silbó por encima de su cabeza, rebotando en el mamparo delantero del Duke. Se tiró al suelo, sin poder creerse el giro letal de los últimos acontecimientos.

– Coño, ¿y ahora qué pasa?

Tumbado en el suelo, trató de determinar de dónde había venido la bala. ¿Quién habría disparado? ¿Se les habría pasado por alto alguien entre los tripulantes o los supernumos? ¿Alguien con un arma? ¿O Kate habría escapado y se habría hecho con un arma de la que él no sabía nada? Levantó la cabeza unos centímetros intentando ver al pistolero y volvió a bajarla rápidamente cuando otro disparo dio contra el mástil de la radio, por encima de él. ¿Por qué Al no hacía nada? A menos que ésta fuera la traición que se había temido.

Tenía que averiguarlo. Se arrastró hacia la barandilla y gritó:

– Eh, Al, soy yo, Dave. ¿Quién coño está disparando?

Se produjo un breve y, según le pareció a Dave, ominoso silencio. Luego Al preguntó:

– ¿Eres tú, Dave?

– Claro que soy yo, imbécil. ¿Quién joder creías que era?

– ¿Qué coño estás haciendo ahí abajo? Pensaba que era un chismoso que sacaba la nariz en lugar de quedarse donde debía.

Dave se puso de pie. Arrancándose furioso el respirador, y empezó a caminar por el flanco del buque.

– Podías haberme matado, cabrón, hijo de puta.

Dave esperó a estar a bordo del Britannia de nuevo antes de decir nada más. Al había dejado la pistola en la cocina a fin de no irritar más a Dave. Pero, por lo demás, no veía necesidad alguna de disculparse.

– ¿Cómo mierda se supone que iba a saber que eras tú?

– Te dije que no bebieras mientras tomaras ese medicamento, ¿no? Joder, podías haberme matado.

– Te metes en el agua por este lado y sales al otro extremo del jodido barco. ¿Qué crees que soy? ¿Un jodido telépata? ¿Parezco mister Spock? Como es natural, supuse que éste era el barco al que querías volver, ya que era desde donde te habías ido y se supone que es el vehículo donde vamos a huir llevándonos millones de dólares en billetes.

Al señaló las bolsas de deporte, rebosantes de dinero, que ahora llenaban la sala del barco y cubrían la cubierta, como si Dave necesitara que se lo recordaran.

– Lo que yo haya bebido -dijo- no tiene nada que ver con que tu sentido de la dirección esté tan disperso por todas partes ni con que resulte que acabas nadando de un extremo al otro de este coño de puerto deportivo -Al frunció el ceño y señaló la muñeca de Dave-. Eh, tu reloj ha desaparecido. Y tienes sangre en la pierna.

Dave miró la pantorrilla que sangraba. Debía habérsela arañado al saltar por la escala huyendo de los dientes de sable de la barracuda.

– ¿Qué coño te ha pasado allá abajo? -preguntó Al.

Dave sacudió la cabeza como si ni él mismo pudiera creer del todo lo que había sucedido. Empezó a soltar las amarras que sujetaban el Britannia al flanco de babor del Duke.

– Una jodida versión de Tiburón; eso es lo que ha pasado. Había una maldita barracuda allá abajo. Por lo menos tenía dos metros o más.

Al se mostró impresionado.

– Tan grande como mi polla, ¿eh? Eso es un pez de la hostia.

– ¿Pez? Era un monstruo prehistórico. Todo dientes y aletas. Estaba más acojonado que la leche. Tengo suerte de estar aquí con los dos brazos y las dos piernas -Tiró los cables y luego se miró la muñeca desnuda-. Se zampó mi reloj. ¿Puedes creértelo?

– En cuestión de gustos…

– Un reloj de cinco mil dólares.

– Puedes comprarte siete como ése cuando vuelvas a casa. Uno para cada día de la semana.

– Sí, eso es verdad, ¿eh? Puedo hacerlo, ¿no? -Dave indicó con un gesto las amarras de popa-. Suéltalo de popa, ¿quieres? Y salgamos de aquí antes de que pase algo más.

– Ya te dije que nadar era peligroso -dijo Al riéndose entre dientes-. La tía aquella de Tiburón, la que se baña en cueros al principio de la película… todo el mundo sabe que su culo va a acabar siendo la cena del tiburón. Tío, en cuanto vi aquella jodida película, supe que no volvería a meter la polla en agua salada por nada. Lo que vimos en Costa Rica, ponlo por triplicado. El mar es un mal vecino. Es como Overtown por la noche y tú eres un turista de mierda, al volante de un enorme coche blanco alquilado, que lleva «capullo» escrito en el parabrisas trasero. Con la radio en marcha, tirando el dinero por ahí, haciendo un montón de ruido, pasándolo bien, sin preocupación alguna. Pero pidiendo a gritos que te raje el culo algún negro con un cuchillo. ¿Tiburones? ¿Barracudas? Es lo mismo.

Kate casi no podía creerlo cuando, gimiendo de dolor y con la muñeca en carne viva, logró sacar una mano de las esposas. Arrancándose el esparadrapo que le tapaba la boca bebió rápidamente un vaso de agua y luego usó el váter. Estaba a punto de salir a cubierta cuando oyó los disparos. El sonido hizo brotar una sonrisita amarga en sus labios pegajosos. Seguían a bordo. Y si seguían a bordo, eso quería decir que había una oportunidad de detenerlos. Detenerlo. No le importaba mucho el otro tipo. Ni las drogas. Iba tras Dave.

Subió con cautela las escaleras y fue arrastrándose hasta la timonera para encontrarse con que la radio había desaparecido. Cogiendo los prismáticos de la consola de control, se arrodilló al lado de la ventana y barrió el barco en busca de alguna señal de Dave o de su socio. Lo encontró enseguida, andando rápidamente a lo largo del lado de babor hacia la popa del buque. Llevaba un traje de neopreno y parecía cabreado, como si algo no hubiera salido según los planes. Luego vio cómo subía a bordo del Britannia y empezaba a discutir con Al.

– Cabrón -murmuró-. ¿Te crees que puedes joderme a mí y a mi operación y salirte con la tuya?

Decidió que ya era bastante malo ser un traficante de drogas, pero robar las drogas de otro era algo totalmente despreciable. Probablemente habían acordado un encuentro en alta mar. Un gran mercante. Bueno, sobre eso sí que podía hacer algo. Si lograba encontrar una sola radio que funcionara en todo el buque, podía establecer contacto con el submarino francés. Además, era probable que el submarino estuviera ya muy cerca del lugar acordado con el Duke y con suerte vería lo que pasaba y se acercaría para interceptar al Britannia.

Lo mínimo que podía hacer era retardar su partida. Pero, ¿cómo iba a hacerlo sin armas? Quizás pudiera embestir el barco de Dave. Hundirlo. Y hundirse ella al mismo tiempo. Hundir a Dave quizás habría sido menos arriesgado si hubiera un barco con algún tipo de arma, como las ametralladoras de 25 milímetros que había a bordo de una de las lanchas patrulleras de los guardacostas que capitaneaba Sam Brockman. No es que ahora Sam le fuera de ninguna utilidad. Ni Kent Bowen. No quedaba tiempo para averiguar el resto de la combinación de la caja fuerte a bordo del Juarista para sacar las llaves de las esposas y soltarlos a los dos. De todos modos, Bowen no sería más que un estorbo. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que era mejor que Bowen no estuviera por medio. Las cosas no podían ponerse peor de lo que estaban para su futuro en el FBI. Encontrar la tripulación y liberarla parecía una apuesta mejor.

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