Stanford parpadeó y bufó de nuevo.
– No lo suficiente, me parece recordar. Además, por lo que he leído sobre la película, a Welles no le gustaba meterse en aquellas cloacas y la mayoría de escenas las hizo un doble.
Al observar la decepción que empañó la cara de Dave, Stanford añadió:
– Es un negocio muy falso, ése del cine. Nada es nunca lo que parece. Y nadie es nunca quien se supone que es.
Dave desechó sus ilusiones rotas y dijo:
– Entonces, en eso, me parece que el cine es como la vida misma.
Dave se tropezó con Jock, el radiotelegrafista del Duke, y con Niven, el segundo oficial, cuando salían del ala del puente.
– Tenía que haber ido a arreglarle el micro de su radio, ¿no? -reconoció Jock.
– No se preocupe -dijo Dave-. Lo he arreglado yo mismo. Y, ¿qué hay del huracán? ¿Creen que nos alcanzará?
– Ahora íbamos a la sala de radio para ver el último informe meteorológico -dijo Niven-. Puede venir con nosotros, si lo desea, señor.
– Gracias, sí que me gustaría.
Dave siguió a los dos hombres por el corredor hasta la sala de radio.
Mientras Jock esperaba que la máquina de fax imprimiera un mapa meteorológico detallado, Niven dijo:
– Si fuera usted, yo no me preocuparía por la tormenta. Mi trabajo consiste en trazar rumbos y tener en cuenta cualquier imprevisto de la navegación. Eso incluye las tormentas. Si parece que el huracán Louisa se nos acerca demasiado, cambiaremos simplemente de rumbo y procuraremos salirnos de su camino.
El comentario de Niven envió a la cabeza de Dave una pequeña señal de peligro respecto al lugar de la cita.
– ¿En cuánto cree que tendríamos que alterar el rumbo? – preguntó.
– Eso depende, señor -dijo Niven.
– Fuerza de la tormenta, nueve -dijo Jock leyendo el mapa. Lo arrancó de la máquina de fax y se lo pasó a Niven-. Se dirige al noroeste, hacia la Meseta del Atlántico Norte. Viene derecha hacia nosotros.
– Será mejor que vaya a darle esto al capitán -dijo Niven-. Siempre que no cambie de dirección, podremos esquivarla sin muchos problemas -añadió mientras salía de la sala.
Dave asintió, aunque esta última información no lo había tranquilizado demasiado.
– El segundo oficial tiene razón, señor -dijo Jock-. Probablemente nos desplazaremos un poco más hacia el sur, eso es todo. Quizás nos retrase un poco, pero le aseguro que no le gustaría estar en este barco durante una tormenta, señor. Es por la altura, ¿sabe? El Duke es como un aparcamiento flotante de muchos pisos. Y además, no tenemos mucho francobordo.
– ¿Francobordo?
– En la zona de los trópicos siempre se espera un tiempo excelente, así que se embarca más carga, con la consiguiente reducción de francobordo -explicó Jock-. Un mayor francobordo aumenta la seguridad del barco durante el mal tiempo. Y viceversa. Además, estamos trabajando en la línea de carga de verano; y eso también disminuye nuestro francobordo -Jock sonrió y empezó a liar un cigarrillo-. Bah, no se preocupe. Si tenemos algún problema siempre podemos telegrafiar a ese submarino.
– ¿De verdad cree que está ahí?
Jock encendió el cigarrillo, le dio al botón de cambio de canales en la radio y Dave oyó el sonido que había oído antes.
– Ahí está, y transmitiendo ahora mismo -dijo Jock.
Dave recordó a Keach tonteando con la antena de su Tracvision y se preguntó si la señal tendría algo que ver con el Baby Doc.
– Un momento -dijo-. Antes dijo que pensaba que el submarino era sólo una posibilidad. Que el que estuviera transmitiendo podría ser uno de los barcos que llevamos.
– Exacto, señor; ésa era la primera posibilidad. El submarino era la segunda. Y ahora que lo pienso, también hay una tercera.
– ¿Cuál?
– Uno de los barcos que llevamos está transmitiendo al submarino -dijo Jock aspirando de su cigarrillo con lenta precisión y tragándose a medias el humo.
– Cree de verdad que está ahí, ¿no? -insistió Dave como un tonto.
– No soy un experto en sónar -dijo Jock-. Pero había algo aquí la última vez que comprobé la sonda acústica. Claro que no es muy preciso. Lo único que hace es dar la profundidad de mar abierto que hay por debajo del casco. Pero cualquiera podía ver que tenía que haber más agua de la que indicaba la sonda. Por supuesto, a lo mejor era un arrecife, o incluso una ballena amistosa.
– Pero en realidad no cree eso, ¿verdad, Jock?
– No señor, creo que es un submarino.
– ¿Y el capitán qué piensa?
– ¿El viejo? -Jock se echó a reír-. Lo único que le importa es su jardín y esa mujer del Jade. Por lo que dicen, cree que tiene posibilidades. No le importa una puta mierda ningún submarino -Jock sacudió la ceniza del cigarrillo por encima de la mesa de la radio-. Es bastante emocionante cuando lo piensas: un espía a bordo del Duke.
– Pero, ¿por qué? -dijo Dave-. ¿Por qué querría nadie espiar un buque como éste.
– Ah, bueno; ésa es la cuestión ¿verdad, señor? ¿Por qué?
Jack Jellicoe estaba tomando el sol en su jardín. Éste estaba formado por varias macetas de terracota llenas de lobelias y geranios de olor, colocadas encima del puente, alrededor de una de las torres de máquinas de proa. Echado en su tumbona, con una nevera portátil llena de ginebras rosa ya mezcladas y una novela de P.D. James, el capitán se sentía en su elemento. Pero en cuanto vio acercarse a su segundo oficial, supo que algo iba mal. Niven era un oficial competente y nunca lo habría molestado a menos que fuera importante.
– ¿Qué pasa? -gritó furioso.
Niven le dio el fax.
– El mapa del tiempo, señor. He pensado que tenía que verlo enseguida.
– Gracias, segundo oficial -Jellicoe estudió el mapa atentamente.
– El huracán Louise, señor -dijo Niven-. Nos está siguiendo. He pensado que quizás sería mejor establecer un nuevo rumbo. Lo he señalado en el fax, señor.
– Ya lo veo -dijo Jellicoe, cortante-. El único problema de este nuevo rumbo es que nos lleva derechos al Trópico de Cáncer.
– Sí, señor. He pensado que lo mejor sería mantenernos al sur, ya que la tormenta seguramente pasará más al norte, en dirección a las Azores.
– ¿Y en qué punto propone que nosotros pongamos rumbo al norte para dirigirnos hacia Gibraltar y el Mediterráneo? Después de todo, ése es nuestro destino final.
– Bien, señor, justo al norte de las Islas Canarias.
– Justo al norte de las Canarias, ¿eh? -Jellicoe sonrió, glacial, y señaló los dos cañones de bronce que apuntaban al mar-. ¿Y qué hacemos con esos?
– ¿Qué quiere decir, señor?
– Por si lo ha olvidado, los robamos de la isla de Lanzarote; que, si la memoria no me engaña, es una de las Islas Canarias. Y al hacerlo, yo y mi barco no quedamos en muy buena posición con los principales gerifaltes del gobierno local. ¿Comprende lo que quiero decir?
– Sí, señor.
Jellicoe echó otra mirada al mapa.
– No podemos en modo alguno acercarnos allí.
– No, señor.
– Esto es lo que vamos a hacer, segundo oficial. Ya he visto este tipo de cosas antes. La tormenta se habrá disipado en gran parte cuando nos alcance, créame. No, vamos a mantener nuestro rumbo original. No obstante y para mayor seguridad, dígale al jefe de máquinas que nos dé la máxima potencia. Procuraremos distanciarnos del Louise. Es probable que tengamos un mar algo agitado, pero nada que no podamos manejar. ¿Sabe, segundo?, al contrario de lo que cree la opinión pública, el mejor sitio para estar durante una tempestad es en el mar. Cuando el huracán Bertha alcanzó la costa de Estados Unidos, los jefes de la armada ordenaron que sus buques salieran a mar abierta, para evitar que se estrellaran contra los muros del muelle. Eso significa algo.
Читать дальше