Philip Kerr - Plan Quinquenal

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Dave Delano conoce la libertad después de cinco años alojado a costa del estado. Un alojamiento que ha merecido por encubrir a un apreciado mafioso de Florida, Tony Nudelli, al cual, desde luego, no le hace ninguna ilusión la liberación de Delano: después de cinco años a la sombra, uno puede volverse un tanto vengativo…
Pero el ex preso viene con las mejores intenciones. De hecho, propone a Nudelli un plan para hacerse en alta mar con un fabuloso envío de dinero -negro, por supuesto- que va a remitirse a Rusia. Una cantidad que arreglaría la vida de los más exigentes. La que también quiere cambiar su vida es Kate Furey, agente del FBI destinada en Miami, que ha detectado un cargamento de cocaína que va a ser enviado a Europa. Interceptarlo significa para Kate no sólo un éxito profesional sino, sobre todo, escapar de la rutina de un trabajo burocrático.

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El crucero hasta la ciudad de Panamá y la entrada al canal duraba veinticuatro horas y, ansioso por alejarse de la escena del asesinato de Lou Malta, Dave decidió evitar cualquier puerto de escala y navegar toda la noche. Contento de mantenerse lejos de los hábitos asesinos de Al, permaneció en el puente, arañando, de vez en cuando, una o dos horas de sueño en el sofá. Al, por su parte, permaneció en su camarote, bebiendo cerveza, viendo películas en vídeo y consumiendo varias comidas preparadas en el micro-ondas antes de quedarse dormido hacia medianoche y dormir hasta bien pasada la hora del almuerzo al día siguiente, cuando llegaron a la costa de Panamá. El viaje a través del Canal llevó día y medio y Dave decidió que probablemente habían sido las treinta y seis horas más interesantes que había vivido en cinco años. Tres conjuntos de esclusas -Gatún, Pedro Miguel y Miraflores- levantaban los barcos que llegaban desde el Pacífico por una especie de escalinata líquida hasta dejarlos en el Caribe. No había bombas; la gravedad se encargaba de la transferencia del agua necesaria.

Convocado por las llamadas de Dave para que fuera a ver una de las modernas maravillas del mundo, Al salió finalmente de su camarote, apestando a sudor y cerveza y vestido con una camisa de Dolphins y unos tejanos recortados. Cabeceó, asintiendo sin mucho entusiasmo mientras Dave le explicaba la proeza de ingeniería que era el Canal y se mostró muy poco impresionado por la estrecha proximidad de buques de mucho mayor tamaño.

– Bueno, ¿y ellos que ganan? -preguntó Al.

– ¿Quiénes?

– Los jodidos panameños, esos digo.

– El Canal está controlado por una especie de organismo internacional.

– ¿Sí? ¿Y qué les toca a ellos?

– Cargan una cuota por cruzar el canal, claro.

– ¿Quieres decir algo así como la autopista de peaje de Florida?

Dave sonrió lentamente y respondió:

– Algo así, sólo que cuesta un poco más de veinticinco centavos.

– ¿Cuánto?

– La cuota se basa en el tonelaje del barco.

– ¿Cuánto?

– Mira, una vez cargaron a un tipo que trataba de atravesar a nado el Canal treinta y seis centavos. Y eso fue en 1928. Así que calcula cuánto pueden pedir ahora por un barco como éste.

– ¿Qué es esto, Family Challenge o qué? ¿Cómo coño quieres que lo sepa? ¿Cinco, diez dólares? ¿Cuánto?

Dave disfrutaba, pues sabía perfectamente cuál iba a ser la reacción de Al. Finalmente dijo:

– Hemos pagado mil dólares -Sonrió cuando la mandíbula de Al llegó hasta el suelo.

– No me jodas. No hemos pagado eso.

– Lo juro.

– ¿Mil verdes? Te estás quedando conmigo.

Dave le dio el recibo.

– La cuota media para un gran buque de carga es de unos 30.000 dólares.

– No me jodas. ¿Y la pagan?

– No tienen más remedio que pagarla. A menos que quieran dar toda la vuelta por el cabo de Hornos.

– Mierda, tío, eso es lo que yo llamo un timo.

Al miró, incómodo, al petrolero que estaba amarrado a su lado en la Pedro Miguel.

– La alcantarilla más jodidamente cara en la que he estado nunca -dijo, y sin decir ni una palabra más, volvió a su camarote para ver el Canal Ocho de televisión, del Ejército de Estados Unidos.

Dave sospechaba que la reacción de Al se basaba principalmente en el miedo. Estar en el fondo de una esclusa de más de doce metros de alto mientras se iba llenando con millones de litros de agua, era claustrofóbico. Había fijado rumbo nornoroeste hacia Cancún, en la península mexicana de Yucatán, a una distancia de unas 900 millas. Desde allí pensaba navegar en dirección nornoreste por la costa septentrional de Cuba. Era una ruta que esperaba que les mantendría cerca de tierra, por si se tropezaban con algo peor que el mar algo agitado que, según la previsión del tiempo de la radio, les esperaba. El barco estaba equipado con estabilizadores Gyrogale Quadrafin pero, para ir más rápido y también porque quería castigar a Al por lo que le había pasado a Pepe, Dave había decidido no usarlos. Él era un excelente marino. Al, como ya había deducido, no lo era, y para cuando dejaron atrás la costa de Honduras, Al estaba más verde que un billete de dólar mojado.

Observando cómo vomitaba por encima de la borda por tercera vez en dieciocho horas, Dave sonrió, sádico.

– Parece que has devuelto por casi toda la América Central. Eres un turista de puta madre, eso tengo que reconocértelo, Al. Algo así como un tigre, que marca su territorio con orín; sólo que, por lo que parece, tú prefieres usar vómito -Miró hacia atrás, a unas gaviotas que se estaban dando un festín con lo que Al acababa de devolver-. De todos modos, a las gaviotas parece que les gustas. Por lo menos les gusta lo que comiste para desayunar.

– Otra vez ese gracioso pico tuyo -Al se dejó caer en el sofá del puente y cerró los ojos, descompuesto.

– ¿Gracioso? -Dave se relamió con sorna-. ¿Quieres decir porque no está cubierto de restos de vómito? Sí, podríamos decir que, bien mirado, no está mal.

Miró una de las pantallas que tenía frente a él mientras el piloto automático hacía una pequeña corrección en el rumbo y archivaba simultáneamente la información en el diario de navegación a estima del ordenador. Luego, con un profundo y eufórico suspiro, Dave se puso de pie, se estiró y dijo:

– Eh, Al. ¿El aire de mar no te despierta el apetito? Me parece que iré abajo y me prepararé un buen almuerzo. En este momento podría dar cuenta de un enorme plato de ostras.

Al tragó con fuerza y dijo:

– Te voy a matar como no cierres tu jodido pico.

– No tienes hambre, ¿eh?

– ¿Cuánto falta -dijo Al con un gruñido- para llegar a Florida?

Dave comprobó la parte inferior de la pantalla, donde los datos en tiempo real de posición, rumbo, derrota y hora de llegada prevista se actualizaban segundo a segundo.

– Bueno, según nuestro Hal particular, tardaremos otras cuarenta horas en volver a ver la histórica ciudad de Miami. Eso si no tropezamos con un tiempo realmente malo; lo cual podría retrasarnos algo más. Pero, por lo que veo, no creo que vaya a ser muy diferente del que tenemos ahora. Parece que tú y tus asuntos internos tendréis que acostumbraros a esta clase de mar.

– Y tú, hijo de la gran puta, será mejor que te vayas acostumbrando a tenerme cerca. Puede que no te lo haya dicho todavía, pero soy tu carabina para tu próxima aventura atlántica -dijo Al sonriendo torcidamente.

Dave se rió, burlón.

– ¿Tú? He visto camellos envenenados que hubieran sido mejores marineros que tú.

Al sacudió la cabeza como si estuviera demasiado enfermo para pensar en un insulto adecuado para echarle a la morena y saludable cara del hombre más joven. Exasperado dijo:

– Y además, ¿para qué coño quieres todo ese dinero?

– Esa es una pregunta extraña viniendo de ti. Es como si una puta acusara a otra de promiscuidad.

Al se levantó de golpe y con una mano apretada sobre la boca, que se le abría como un globo, salió a cubierta y se dobló por encima de la borda. Durante los minutos que estuvo fuera, David se entregó a algunos pensamientos filosóficos. Pensó en el golpe y pensó en el dinero, pero sobre todo pensó en dónde estaba: en alta mar, sin nada frente a él salvo la proa del barco, un barco que, además, no estaba nada mal. Había valido la pena hacer el viaje hasta Costa Rica para recogerlo y llevarlo a casa. Quizás no valía las vidas de dos personas, pero él no hubiera podido prever nada de lo que había sucedido. Estaba disfrutando del viaje, un disfrute que tenía un sabor mucho más dulce por lo mucho que Al lo estaba odiando.

Al cruzó tambaleante el umbral del puente, secándose la boca con la manga de su camiseta de fútbol. Se sentó ante la mesa de gráficos y bebió un sorbo de whisky para tratar de aquietar su estómago.

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