Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Miss Silver dijo con firmeza:

– Hay un testigo de que Miss Meriel Ford amenazó a su esposo, y de que él la siguió cuando ella abandonó la casa del guarda. Poco tiempo después de suceder eso, ella fue mortalmente golpeada y su cuerpo quedó abandonado en el estanque.

En la mirada de Edna hubo un destello de animación.

– No puedo imaginar lo que ella estaba haciendo allí. Es tan desalentador… y con relaciones tan desagradables…

– Mrs. Ford, su esposo fue visto siguiéndola. ¿No se da cuenta de que eso puede ser una prueba muy grave contra él? Ella le amenazó. Y él la siguió. Y después, ella fue encontrada muerta.

La mirada de animación se hizo más fuerte.

– Bueno, él tenía que regresar a casa. Supongo que no pensará que se iba a quedar toda la noche en la casa del guarda.

Miss Silver suspiró. Miró hacia donde se encontraba el superintendente, quien volvió a ocupar su sitio ante la mesa escritorio.

– Bien, Mrs. Ford, no forma parte de mi trabajo ponerla a usted ansiosa en relación con su esposo, pero las declaraciones del testigo mencionado por Miss Silver van más allá de la acusación contra él.

– ¿Sabe usted? Yo, en realidad, había venido aquí para ver estas cuentas con Mrs. Lenton.

Espere un momento, por favor. Este testigo afirma que siguió a Miss Meriel y a Mr. Geoffrey Ford hacia la Casa Ford. Dice que Mr. Geoffrey entró en la casa, pero que, tras haber llegado a la esquina más alejada de la casa, se dio cuenta de que alguien le seguía y que finalmente ese alguien siguió a Miss Meriel a través del prado y hacia el jardín donde está el estanque. Afirma que la persona que la siguió era una mujer, y que, al cabo de poco tiempo, esa mujer regresó y se metió en la Casa Ford por la ventana del despacho. Pero Meriel Ford no regresó.

Edna manoseó los libros de cuentas.

– Eso es muy extraño.

– ¿Se da usted cuenta de que ese testigo vio a la asesina?

Ella asintió.

– Entonces, tuvo que haber sido Esmé Trent -argüyó.

– ¿Lo cree usted así?

– ¡Oh, sí! Es una mujer malvada…, siempre lo he dicho.

– Pero no hubiera entrado en la Casa Ford.

– ¡Oh, sí…! Ella siempre iba detrás de Geoffrey -puso una mano en el borde de la mesa y se levantó-. Creo que no debo hacer esperar a Mrs. Lenton.

Y en ese preciso momento, la manija de la puerta se movió, la puerta se abrió y Ellie Page avanzó hacia el interior del despacho.

Llevaba un jersey azul oscuro y una falda y parecía un fantasma. Cuando vio a Edna, exclamó: «¡Oh!», y se quedó dónde estaba.

– Me había olvidado de algo. Pensé que quizá… Debería decir…

Edna empezó a moverse hacia la puerta. Al hacerlo, la hebilla de acero de su zapato izquierdo cayó hacia un lado y casi la hizo tropezar. Ellie se la quedó mirando fijamente. Entonces entró en la habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella.

– Eso era lo que recordaba -dijo ella.

El superintendente se levantó y rodeó la mesa. Vio los ojos de Ellie fijos y quiso saber qué estaban mirando tan fijamente.

Edna Ford se agachó y dio un estirón de la hebilla. Los pocos puntos que aún la sujetaban se rompieron y ella se levantó con la hebilla en la mano.

– ¡Vaya…, casi me hace caer!

Los ojos de Ellie siguieron la hebilla.

– Eso es lo que he recordado -dijo-. Lo vi cuando ella estaba cruzando el prado, después de que encendiera la luz de la linterna, que llevaba en la mano izquierda y que brilló sobre la hebilla. La hebilla se movió porque estaba suelta, y la luz la iluminó. Lo recordé y pensé que sería mejor decírselo -desvió la mirada de la hebilla al rostro de Edna y retrocedió un poco, apretándose contra la puerta-. ¡Oh, usted las mató! ¡Usted las mató a las dos!

Edna Ford mostró una sonrisa muy complaciente. Hizo sonar la hebilla en la palma de la mano y dijo:

– Fue muy inteligente por mi parte, ¿no creen?

41

La forma en que sonrió y el tono de su voz, aquel sonido tontamente inconsecuente, llenaron el despacho. Permanecieron en un silencio que nadie parecía atreverse a romper, los pensamientos de cada uno golpeaban aquel silencio, sin lograr quebrantarlo. Al final, fue la propia Edna Ford quien lo rompió. Tenía los tres libros de cuentas en la mano derecha. Ahora, se los quedó mirando, con aquella sonrisa tonta y dijo:

– Bueno, no debo hacer esperar a Mrs. Lentons.

Ellie abrió la boca, como en busca de aire. El superintendente Martin dijo:

– Mrs. Ford, acaba usted de admitir algo muy grave. ¿Quiere usted hacer una declaración al respecto? He de advertirle que cualquier cosa que diga a partir de ahora puede ser empleada como prueba contra usted.

Edna se volvió, con la hebilla en una mano y los libros de cuentas en la otra.

– Fue muy inteligente por mi parte, ¿no creen? Y si esta hebilla no hubiera estado suelta, nadie se habría enterado. Supongo que no debí haber encendido la linterna hasta que estuviera fuera de la vista de la casa, pero una no espera que haya gente por ahí, mirando por las ventanas, a esas horas de la noche. ¿Y qué estaba haciendo Ellie Page en nuestro jardín a esas horas, en la oscuridad? Me gustaría saber eso. Supongo que corriendo detrás de Geoffrey… como todas las otras estúpidas mujeres. Pero ellas no lo conseguirán, porque yo sé que Adriana me ha dejado el dinero a mí. Así es que no conseguirán apartarle de mí…, ¡ninguna de ellas lo hará!

El superintendente se dirigió a Ellie Page.

– Miss Page, ¿querría ser tan amable de decirle a Watson que venga? El fue quien le tomó declaración y yo le pedí que esperara.

Y por favor, regrese usted también con él…, puede que la necesitemos.

Edna Ford siguió hablando sobre lo atractivo que era Geoffrey, y sobre la idiotez de las mujeres que se imaginaban poder arrebatárselo. No parecía estar dirigiéndose al superintendente Martin ni a nadie en particular. Las palabras surgían como si se tratara de sus pensamientos, y como si al decirlas en voz alta pudiera conseguir que se convirtieran en realidad. Aún estaba hablando cuando Ellie regresó con un hombre moreno que se sentó junto a la mesa y abrió una libreta de notas. Los ojos de Miss Silver miraban a Edna con seriedad y una expresión compasiva.

Cuando Watson estuvo sentado, el superintendente detuvo el fluir de las palabras de Edna.

– Y ahora, Mrs. Ford, si está usted preparada para contestar preguntas y hacer una declaración, el detective Watson tomará taquigráficamente todo lo que usted diga. Cuando haya sido mecanografiado, le será leído por completo y usted podrá firmarlo.

– No sé por qué tiene que tomar nota de todo -dijo ella con un tono de voz quejoso-. Íbamos bastante bien sin necesidad de su presencia.

– Es mucho mejor tenerlo todo registrado. Entonces, se puede leer y usted puede decir si es correcto o no.

Edna hizo un gesto de aprobación ante esta observación.

– Bueno, claro que debe ser así. No quiero que usted añada nada después.

Ellie Page había encontrado una silla junto a Miss Silver. Su rostro estaba oculto en las manos que descansaban sobre el duro respaldo. Martin dijo:

– Y ahora, Mrs. Ford, cuando Miss Page dijo: «¡Usted las mató a ambas!», hizo usted la siguiente observación: «Fue muy inteligente por mi parte, ¿no creen?» ¿Significa eso que admite usted haber empujado a Mabel Preston al estanque, ahogándola allí y que posteriormente golpeó a Meriel Ford con un palo de golf con punta de hierro, echándole después en el mismo estanque?

Edna Ford sacudió la cabeza.

– ¡Oh, no! Yo no empujé a Meriel…, no tuve que hacerlo. Ella cayó en el estanque. Fue muy conveniente.

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