Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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– Geoffrey no lo pudo hacer. ¡No haría una cosa así! ¡El no lo hizo! ¿Cree usted que le habría contado todo esto si pensara que fue Geoffrey quien lo hizo?

– No…, no parece que sea así -admitió Miss Silver.

Ellie levantó una mano y se retiró el pelo de la cara.

– Una vez que Meriel se hubo marchado, ellos siguieron hablando. Cada uno de ellos pensó que lo había hecho el otro. Oyeron acercarse a alguien y se separaron, siguiendo caminos diferentes. Esmé preguntó a Geoffrey si él regresó y empujó a Miss Preston y él contestó: «¡Por Dios, no! ¿Lo hiciste tú?» Puede que ella estuviera intentando sonsacarle algo, pero él no; estaba terriblemente conmocionado. Y Esmé dijo que debía ir detrás de Meriel y no permitir que llamara a la policía. Le aseguró que él sería capaz de convencerla… y si todo lo que dijo eran mentiras, esto era cierto. ¡Oh, sí! Eso era cierto… él sabe muy bien cómo convencer.

– ¿Y Geoffrey se marchó?

– ¡Oh, sí!

Los pensamientos de Miss Silver eran muy graves. ¿Es que esta pobre joven no se daba cuenta de lo dañinas que eran sus declaraciones para Geoffrey Ford? Había oído a Meriel acusarle de haber empujado a Mabel Preston al estanque. Había oído decir a Esmé Trent que siguiera a Meriel y que la convenciera. Y ella misma era testigo de que él se había marchado. ¿Acaso podía estar ciega ante lo que aquellas cosas implicaban? No podía haber un caso más extremo de locura, pero no estaba dispuesta a convencerla de lo contrario.

– ¿Y qué hizo usted entonces?

No había color en los labios de Ellie. Se abrieron para decir:

– Yo les seguí.

Miss Silver experimentó aquella clase de satisfacción que se apodera del filósofo, del técnico, del poeta y del artista, cuando la herramienta sigue al pensamiento, cuando el concepto va adquiriendo forma y la palabra correcta aparece en su lugar justo. Al principio, sólo hubo el más débil estremecimiento de un instinto, en el que había aprendido a confiar. No había por entonces prueba alguna, pero la intuición se había ido haciendo cada vez más fuerte, a medida que se desarrollaba la conversación. Puede que ahora, cuando era más necesario, las pruebas siguieran apareciendo. Con voz tranquila, pidió:

– Dígame lo que hizo.

Como si fuera un disco de gramófono, Ellie repitió:

– Yo les seguí. No sé por qué lo hice. Tenía miedo. Desearía no haberlo hecho. Desearía… -y su voz se apagó.

– Por favor, continúe.

– Subieron por el camino. Geoffrey no llegó a alcanzarla. Le habría resultado bastante fácil de haberlo intentado, pero no lo hizo. Cuando llegaron a la casa, él entró por la ventana del despacho… está justo al lado. Pero Meriel siguió.

– ¿El no habló para nada con ella?

– ¡Oh, no! Meriel simplemente rodeó la casa y atravesó el prado.

– ¿Y usted la siguió?

– No sabía adónde iba. No sé por qué quería saberlo, pero la seguí. Ella tenía una linterna. Cuando la encendía, podía ver por dónde iba a través del prado, hacia el jardín, donde están la glorieta y el estanque. Me pregunté por qué iba hacia allí…, quería saberlo. Entonces…, entonces se me ocurrió la idea de que alguien me… estaba siguiendo. Cuando me quedaba quieta, podía escuchar unos pasos detrás de mí. Estaba a punto de dar la vuelta a la esquina de la casa, y Meriel ya estaba cruzando el prado. Me quedé completamente quieta detrás de un arbusto, y alguien pasó a mi lado.

– ¿Alguien?

Ellie se estremeció.

– ¿Fue Geoffrey Ford? -preguntó Miss Silver.

El recelo de Ellie a hablar había desaparecido. Las palabras, que tanto le costara pronunciar al principio, fluían ahora con facilidad. Se agarró ahora al brazo de Miss Silver con las dos manos.

– ¡No…, no…, no…! Geoffrey se metió en la casa. No volvió a salir. Fue otra persona. No fue Geoffrey. ¡No fue él! Esa es la razón por la que estoy segura, completamente segura de que él no lo hizo… ¡El no le hizo nada a Meriel! ¡No fue Geoffrey! Fue…, ¡fue una mujer!

– ¿Está segura de eso?

La presión de las manos sobre su brazo era dolorosa.

– Sí…, sí…, ¡estoy segura! Ella vino detrás de mí, y después siguió caminando por el prado, detrás de Meriel. Tenía una linterna, pero no la encendió hasta que Meriel no hubo atravesado la puerta que da al jardín. Tenía una antorcha en una mano, y un palo en la otra. Y se metió en el jardín.

– ¿Ha dicho que tenía un palo?

Ellie contuvo Ja respiración.

– Era un palo de golf… de esos que tienen la cabeza de hierro. La luz se reflejó en él cuando la mujer encendió la linterna. Ella se metió en el jardín y yo me quedé escondida tras un arbusto y esperé. Pensé que si las dos volvían juntas. Meriel podría explicar lo que había ido a hacer allí… o sobre lo de ir a hablar con la policía. O si regresaba sola, quizá yo pudiera hablar con ella… podría preguntarle. ¡Oh! Sé que ahora parece tonto y que ella no me hubiera escuchado, pero tuve la sensación…, tuve la sensación de que debía hacer algo… ¡por Geoffrey! Y entonces vi por un momento la luz sobre la puerta del jardín y una de ellas regresó por el prado. No sabía quién de las dos era. Encendió la linterna. Pasó junto a mí en la oscuridad y se metió en la casa por la ventana del estudio.

– ¿Está segura de eso?

.-¡Oh, sí! Estoy segura. Estoy completamente segura de todo. Quisiera no estarlo. Lo he estado pensando una y otra vez. No puedo olvidar ningún detalle de todo lo ocurrido… ni el más pequeño. ¿Por qué sigue preguntándome si estoy segura?

– Porque, querida, es muy importante. Todo lo que usted vio o escuchó aquella noche es muy importante. ¿Quiere continuar, por favor?

Las manos de Ellie soltaron el brazo.

– Esperé…, seguí esperando…

– ¿Por qué hizo eso?

– Tenía la impresión de que no me podía marchar de allí. Pensaba que Meriel regresaría.

– Pero acaba de decir que no sabía cuál de las dos mujeres había regresado del jardín.

– No era Meriel… No era lo bastante alta. Lo supe cuando pasó a mi lado.

– ¿Cuánto tiempo esperó usted?

Ellie volvió el pelo hacia atrás. Tenía una mirada inquietante.

– No lo sé. Fue mucho tiempo. Pero no sé cuánto.

– Pero al final regresó usted a casa.

Ellie repitió las palabras.

– Al final regresé… -se produjo una pausa muy larga antes de que dijera-: a casa.

– ¿Sabía usted que Meriel Ford estaba muerta? -preguntó Miss Silver.

Hubo una mirada de asombrado horror.

– Yo…, yo…

– Creo que lo sabía. ¿Cómo podía saberlo?

Con una voz apenas audible, Ellie siguió diciendo:

– Pasó mucho tiempo. Pensaba que ella vendría, pero no vino. Me sentí mareada, y me senté. No sé si me desmayé…, creo que fue eso lo que me pasó. La luna se había movido mucho… Podía verla por detrás de las nubes. Pensé en ir al estanque y ver por qué Meriel no había regresado. Pensé que la habría oído acercarse si ya hubiera regresado. Atravesé el prado y la puerta que da al estanque, y estaba allí… -un estremecimiento incontrolado le recorrió todo el cuerpo.

– Siga, por favor.

Los ojos de Ellie estaban muy abiertos y miraban fijamente.

– Se había caído… en el estanque. Traté de sacarla. Pero no puede levantarla.

– Tendría usted que haber pedido ayuda.

Hubo un débil movimiento negativo de su cabeza.

– No habría… servido… de nada. Estaba muerta.

– No podía estar completamente segura de eso.

– Estaba muerta. Había pasado mucho tiempo. Estaba metida en el agua. Estaba muerta.

– ¿No se lo dijo a nadie?

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