Volví a leer en silencio. Por temor a que no me llegue la carta…
– En primer lugar, parece estar poseído por un miedo insólito a no recibir la carta.
– Cierto.
– Y, por añadidura, discurre un elaborado método con el que imagina que podrá evitarlo. ¡Recurriendo, claro está, a este nombre falso, E. S. T. Grey!
– Algunos podrían decir que es nuestro mejor indicio de que Poe, al final, enloqueció y se engañó.
– Entonces, ¿usted no está de acuerdo con eso?
– ¡La afirmación se quedaba corta del todo! Aquello que se escoge, mi buen monsieur Clark, es menos racional y mucho menos predecible de lo que parece, y esto es lo que lo hace tan predecible para el hombre que piensa. Monsieur Poe, deberíamos recordarlo no es un espécimen ordinario; sus decisiones que parecen tan irracionales lo parecen porque, en realidad, son sumamente racionales. Puede sernos de provecho que se nos recuerde adonde se dirige Poe, cuando escribe estas palabras en el otoño de 1849, y dónde recibe SU Suegra sus cartas.
– Eso es bastante fácil. Poe, al escribir, se propone emprender viaje a Filadelfia antes de continuar hacia su casa en Fordham, Nueva York, para recoger a Muddy y llevarla de vuelta a Richmond, donde se casará con Elmira Shelton. Muddy recibe la carta en su casita de campo de Nueva York. Pero, como digo, eso parece bastante fácil.
– Entonces ésa es su respuesta a las insólitas instrucciones de Poe. Usted ha hablado antes de las muchas ciudades donde Poe vivió en su época adulta.
– Después de Baltimore, se mudó con Sissy y Muddy a Richmond, Virginia, donde permaneció varios años. Luego a Filadelfia durante unos seis años. Y, finalmente, en la última etapa de su vida vivía en Nueva York con Muddy.
– ¡Sí! Así pues, como ve, Muddy debía escribir a «E. S. T. Grey».
Miré incrédulo a mi compañero.
– ¡No veo nada en absoluto!
– ¿Por qué, monsieur Clark, rechaza sin más la sencillez del asunto cuando ha quedado descubierto ante nosotros? He tenido la suerte de que en varias ocasiones durante mi estancia usted describió con algunos detalles precisos y exactos los procedimientos de sus oficinas de correos. En el año en cuestión, 1849, si le entendí a usted, en su país las cartas nunca se entregaban en las residencias particulares, sino que quedaban en la oficina de correos de la ciudad, adonde uno podía ir a buscar la correspondencia. Si una carta llega en 1849 a Nueva York para Edgar A. Poe, éste va y la recibe. Si una carta llegaba en 1849 a la oficina de correos de Filadelfia dirigida a «Edgar A. Poe», considere lo que inevitablemente sucedería. El jefe de la oficina, consultando su lista de nombres de los antiguos residentes en la ciudad, y hallando que un nombre figura en esa lista, remitiría la carta a la localidad de residencia actual de esa persona. Lo que es tanto como decir que una carta enviada por Muddy desde Nueva York a Filadelfia dirigida a Edgar A. Poe, al llegar a la oficina de correos de Filadelfia se consideraría una equivocación, y se devolvería instantáneamente a Nueva York.
– ¡Desde luego! -exclamé.
Él prosiguió:
– Dado que Muddy era también una antigua residente en Filadelfia, lo comprendería, y no encontraría extraño en las instrucciones de Poe eso que nos parece tan peculiar a nosotros. El aparentemente estrafalario temor de Poe a no recibir la carta enviada por Muddy a Filadelfia es, en realidad, del todo razonable. Si Edgar Poe se presentaba con su propio nombre en la oficina de correos de Filadelfia, seguro que no habría nada esperándolo, pues esa carta a su nombre ya habría sido devuelta. En cambio, si daba un nombre ficticio, acordado de antemano con su corresponsal, y la carta se remitía a ese nombre, habría de recibirla en su momento.
– Pero ¿qué hay de sus instrucciones a Muddy de que no firmara la carta?
– Poe estaba ansioso. Muddy era su último vínculo familiar. Contéstame inmediatamente, dice. Recibir esa carta es esencial, y aquí manifiesta algún exceso de celo, una vez más no de falta de lógica, sino de excesiva racionalidad. Sabe que, en el proceso de doblar y sellar una carta, la firma y la dirección pueden confundirse. Si tal confusión se producía, y el jefe de correos de Filadelfia creía, equivocadamente, que la carta iba dirigida a Maria Clemm, en lugar de estar firmada por ella, esa carta tomaría de nuevo el camino directamente a Nueva York. Usted pudo darse cuenta de que monsieur Poe se mostraba por lo general ansioso respecto al correo, en la correspondencia que usted mantuvo ocasionalmente con él, cuando en varios puntos expresa preocupación porque una carta se pierda o vaya a una dirección equivocada. «En una de cada diez ocasiones la carta se ha perdido, por eso soy muy cuidadoso en esos asuntos», escribe una vez (si no recuerdo mal), refiriéndose a alguien que no había respondido a una de sus cartas. También sabemos, por la biografía de Poe, que su primer e infame desengaño amoroso se produjo porque sus cartas de joven, nunca llegaron a su amor, Elmira; y que otro noviazgo primerizo, el que mantuvo con su prima Elizabeth Herring, se rompió cuando Henry Herring leyó las cartas, que contenían poesías suyas. Así pues, la confusión sobre el destino de la carta, la ansiedad de quién la tiene y la asombrosa variedad de vericuetos por los que el destinatario de una carta puede ser confundido, dan tema para uno de los mejores cuentos de monsieur Poe de raciocinación y análisis, con el que me consta que está usted bien familiarizado.
»Queda todavía la cuestión del seudónimo que elige Poe, ese E. S. T. Grey. La verdad es que no importa qué nombre escoge en tanto no es Edgar Poe, ni tampoco el corriente George Smith o Thomas Jones, que podría suponer el riesgo de que coincidiera con el de otra persona en el montón de correspondencia. Así, monsieur Poe desea que Muddy utilice un nombre no con una sino con dos iniciales de apellido para que sea mucho más probable que le llegue a él.
»Supongo que usted desea dar más significado al nombre. Muy bien. En algunos de los últimos números de la fracasada revista The Broadway Journal, de la que Poe era editor, inserta por dos veces un anuncio solicitando capital para asegurar el (sentenciado) futuro de la publicación. En esos avisos indica que la correspondencia con ese fin debe dirigirse a "E. S. T. G.", en la redacción de la revista. Quizá deseaba mostrarse discreto en la recaudación de dinero. En cualquier caso, cuando escribe a Muddy esa carta cuatro años más tarde, está empeñado de nuevo en un esperanzado intento de controlar su propia revista -esta vez The Stylus - y se le ocurre quizá maquinalmente el mismo nom de plume de E. S, T. Grey, por la semejanza de la situación, y por revivir aquellas mismas esperanzas de un éxito siempre postergado. Las letras del nombre -E. S. T. G.- no precisan de más significado, de ningún código más que la relación que tienen para él con dos épocas de su vida. Códigos y simetrías son para quienes piensan demasiado. El misterio de las instrucciones de Poe a su suegra lo hemos desentrañado completamente.
Duponte, con un gesto de satisfacción, devolvió al baúl los periódicos relacionados con el tema.
– Salvo… -empecé a decir.
Al ver un destello en los ojos de Duponte, me detuve.
– ¿Salvo?
– ¿No dijo una vez, monsieur Duponte, que este punto constituiría una segunda prueba, y más segura, de que Poe no llegó a Filadelfia?
– Lo dije. ¿Recordará que una de las necrológicas que usted reunió tras la muerte de Poe procedía del Public Ledger de Filadelfia? Creo que la encontrará también en la selección que he traído de Glen Eliza.
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