Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Una mujer en tu camino: краткое содержание, описание и аннотация

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– No me refiero a los músculos -dijo -, sino a esto de aquí arriba. -Señaló su propia cabeza -. El hombre que va a interrogarte no tiene derecho a pegarte. Y tampoco va a hacerlo, lo conozco. Pero hará todo contra lo que no existe ninguna ley con el fin de presionarte para que confieses. Eso es lo importante para él. La confesión. No si eres culpable o no.

Gøran miró asustado a Friis.

– No tengo nada que temer -dijo, pero la voz se le quebró hacia el final de la frase, y agarró el vaso de Coca-Cola con tanta fuerza que estuvo a punto de romperlo -. Al fin y al cabo, tengo una coartada -añadió -. Y ella es de fiar. Si no se echa atrás, claro. Por eso no entiendo por qué estoy aquí.

– ¿Te refieres a Lillian Sunde? -preguntó Friis con gravedad.

– Sí -contestó Gøran, sorprendido de cuánto sabían todos, y en tan poco tiempo.

– Ella niega que estuvieras en su casa -dijo Friis.

Gøran abrió los ojos de par en par. Se puso pálido. Se levantó de un salto de la silla y golpeó la mesa.

– ¡Me cago en la puta! -gritó -. ¡La muy bruja! ¡Vaya a verla y sabrá lo que realmente está pasando! Conozco a esa tía desde hace un año, y ahora pretende…

Friis se levantó y empujó a Gøran para que volviera a sentarse. Se hizo el silencio.

– Te has olvidado de contar -dijo en voz baja -. Un arrebato como este en el juicio y serás un homicida nato. ¿Entiendes la gravedad del asunto?

Gøran respiró con dificultad. Estaba agarrado al borde de la mesa con ambas manos.

– Estuve en casa de Lillian -susurró -. Si ella dice otra cosa, miente. ¡Debería usted saber lo que yo sé de ella! De lo que le gusta y lo que no. De cómo lo quiere. De cómo son todas las partes de su cuerpo. ¡Yo lo sé!

– Ella tiene mucho que perder -dijo Friis en voz baja -. Su propio honor, por ejemplo.

– Nunca lo ha tenido -contestó Gøran airado, dejando escapar de repente una traicionera lágrima por la mejilla.

– A la gente le resultará difícil entender cómo podías ser el novio de Ulla a la vez que llevabas un año viéndote con Lillian en su casa.

– Eso no es ningún crimen, ¿no? -objetó Gøran.

– En absoluto. Pero la gente necesita entender quién eres, cómo piensas y cómo actúas. Al menos tienes que saber explicarlo si te lo preguntan, lo que seguro que harán. De modo que puedes empezar por explicármelo a mí.

Gøran miró extrañado a Friis. Era algo evidente. Dos mujeres eran mejor que una, y, además, eran distintas. Ulla estaba muy bien físicamente, pero siempre tenía que salirse con la suya, siempre ponía alguna pega. En cambio, Lillian siempre tenía ganas. No hacía falta cogerle la mano ni llevarla a un buen restaurante. A Ulla había que cuidarla y mimarla, exigía atenciones para darle lo que él necesitaba, esa ardiente necesidad que tenían los hombres, y que era la verdadera razón para buscarse una mujer.

– Una novia significará algo más que relaciones sexuales, ¿no?

Gøran lo miró, algo desalentado.

– El enamoramiento pasa pronto -dijo cansado -. Muy deprisa, de hecho.

– ¿Y el amor? -preguntó Friis.

Gøran sonrió, incrédulo.

– Gøran -dijo Friis, muy severo -. En el jurado habrá gente adulta que asumirá que tú y Ulla erais pareja. Con todo lo que eso conlleva. Aunque tú nunca hayas sentido amor, no quiere decir que no exista.

Gøran miró hacia la mesa descorazonado.

– El jurado tiene que oír que amabas a Ulla. Y que Lillian fue una aventura que darías lo que fuera por no haber tenido. Y sin embargo estuviste allí el día veinte. Eso es lo que has dicho a la policía y a eso tienes que atenerte.

– Claro -dijo Gøran -. Es la verdad.

– Ulla rompió contigo al salir del gimnasio. Y tú te fuiste directamente a casa de Lillian. ¿Correcto?

– Sí -contestó Gøran -. La llamé primero.

– ¿Te habías enfadado con Ulla?

– Estaba irritado, más bien. Siempre rompía conmigo. Yo no sabía muy bien qué creer. Joder con las chicas, dicen una cosa y luego…

– Tranquilo, Gøran. ¡Tranquilo!

Gøran se hundió de nuevo.

– No maté a esa mujer de Hvitemoen. Estoy hecho un lío, me pierdo cuando me preguntan por horas y fechas, pero de una cosa estoy seguro: ¡no maté a esa mujer! No vi a nadie.

De repente se mareó. Para él era una sensación rara.

– Konrad Sejer dirigirá los interrogatorios -le informó Friis -. Pronto vendrá a buscarte. Pasarás mucho tiempo con él. Utilizará los primeros días para crear un ambiente de confianza entre vosotros.

– ¿Los primeros días?

– No te olvides de respirar hondo. Ahora no tienes prisa, Gøran, debes jugar tus cartas con dignidad y serenidad. Si pierdes la compostura, él te atacará al momento. Parece un hombre amable y equilibrado, pero está deseando pillarte. Cree que tú mataste a esa mujer. Que le destrozaste la cabeza de rabia porque algo en tu vida, algo de lo que ella no formaba parte, se fue a pique. No te gusta ser rechazado, ¿a que no?

– Seguro que tampoco a ti, joder -dejó escapar Gøran.

Luego cerró los ojos.

– Me he gastado miles de coronas en Ulla. La he llevado a donde ha querido, le he comprado regalos, la he invitado siempre, al cine y en los cafés, aunque ella gana su propio dinero. Y luego no le da la gana seguir conmigo.

– No enviamos facturas a nuestras ex novias, ¿no?

– Si hubiera podido hacerlo, lo habría hecho -contestó Gøran enfadado.

– ¿La querías?

Gøran se acordó de contar hasta tres.

– Uno se acostumbra a las personas después de tanto tiempo.

Friis levantó la cabeza hacia la ventana, como si algo de fuera pudiera ayudarlo.

– Pues sí. Te acostumbras. Tú te habías acostumbrado a que ella estuviera ahí para ti. Cuando ella se fue, te sentiste traicionado, ¿a que sí?

– Tenía a Lillian.

– ¿Tenías ganas de pegar?

– Nunca he pegado a Ulla -gritó -. Nunca. ¿Lo ha dicho ella?

– No. La policía sostendrá que pegaste a otra con el fin de descargar toda tu rabia sobre ella. Que te topaste con Poona y la destrozaste. Era una víctima fácil. Sola en un país desconocido. Menuda y frágil. -Friis sacó papel y lápiz -. Repasemos el día veinte, desde por la mañana cuando te levantaste hasta por la noche cuando te acostaste. Cada hora. Necesito un resumen completo. No omitas nada. Tómate tu tiempo.

– Creía que eso era lo que iba a hacer la policía.

– Ellos también lo harán. Y déjame añadir: es importante que las dos historias sean iguales. ¿Me entiendes?

– Estuve con Lillian -susurró Gøran.

¿Tengo yo la culpa?, se preguntó Linda. No le importaba demasiado. Por ella podían encerrar a Gøran, a Nudel, a Mode o a quien fuera, ella no se metería. Se quedaba en la cama con el pretexto de un terrible dolor de cabeza, y la madre no lograba que fuera al instituto. Permanecía tumbada mirando la araña del techo, y apenas comía. Se sentía maravillosa y débil; en parte, como dentro de un sueño. La madre se metió en el camión y se marchó. No sabía que Linda se levantaba e iba en bicicleta a la tienda de Gunwald a comprar los periódicos. Seguían escribiendo sobre el caso, sobre todo después de la detención de Gøran. Pero si no había sido él. El hombre del cobertizo era mucho más alto. Tampoco la voz se parecía. Por eso tendrían que soltarlo. Quizá él se vengara de ella por decir lo del coche, pero ya no tenía fuerzas ni siquiera para tener miedo. Durante esas largas horas que se pasaba en la cama, soñaba con los ojos abiertos. En su imaginación estaba secuestrada por un delincuente cruel y cínico que la tenía encerrada en una casa siniestra. Entonces Jacob entraba de puntillas por la puerta trasera con un arma cargada y la rescataba, arriesgando su propia vida. Había algunas variantes del sueño. A veces, una bala alcanzaba a Jacob y ella le colocaba la cabeza en su regazo y le limpiaba la sangre de las sienes. Otras, era ella quien recibía la bala. Entonces él gritaba el nombre de Linda una y otra vez. La mecía. Le ponía la mano sobre el corazón e intentaba despertarla llamándola por su nombre. Variaba constantemente la historia y jamás se cansaba. Se preguntaba si Jacob tenía su propia arma o si había que dejarlas siempre en la comisaría y los policías tenían que firmar cada vez que las cogían y las devolvían. También se preguntaba si sería posible conseguir un arma para protegerse a sí misma. Nunca podía saberse. Y cuando Gøran saliera… Linda había cerrado los ojos. Le dolía la nuca. Y también la espalda. Llevaba mucho tiempo tumbada. En cierto modo, le gustaban esos dolores, le gustaba sentir molestias. Estaba tumbada, inmóvil, sufriendo por su gran amor.

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