Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Una mujer en tu camino: краткое содержание, описание и аннотация

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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Linda oyó la noticia en la radio, sentada en bata junto a la mesa de la cocina. Lo que acababa de oír le hizo mover la cabeza en señal de desacuerdo. No podía ser Gøran. ¿O sabían ellos algo que ella ignoraba? Se frotó la nuca. Aún le dolía. Tomaba analgésicos sin parar, aunque de nada servía. Se sentía como envuelta en una extraña niebla a través de la cual nadie podía llegar hasta ella. Dentro de esa niebla solo había lugar para Jacob y sus ojos azules. El mundo se volvía confuso, Jacob seguía transparente como el cristal. Entretanto, Linda mantenía con él largas conversaciones. Su voz le parecía muy clara.

Gunder vio el titular cuando sacaba el periódico del buzón. Por unos instantes se quedó mirándolo embobado. No sintió nada, solo cansancio. Hay mucho revuelo, pensó. Tal vez deberíamos cerrar e irnos todos a descansar de una vez por todas. Se arrastró de nuevo adentro y se sentó a leer.

Mode, de la gasolinera, dedicó mucho tiempo a cada cliente ese día, porque todos opinaban sobre el caso. Pronto el pueblo se dividió en dos bandos: los que opinaban que Gøran era inocente y los que lo condenaban sin piedad. Y luego había un modesto grupo de «no sabe, no contesta» que se encogía de hombros y miraba para otro lado, lo suficientemente listos para callarse, y lo suficientemente previsores, para recordar que un día se pronunciaría la sentencia.

En los juzgados se estaban llevando a cabo los preparativos para el primer interrogatorio. Gøran caminaba con la cabeza alta. Recordaba la cara de su madre en la ventana. El padre, completamente mudo, con sus ojos negros llenos de duda. No había sido nunca un hombre hablador. La madre lloraba como una niña. El inspector jefe iba delante de él, callado y gris como un muro. Cuántas cosas raras hay que vivir, pensó Gøran. Todo era tan irreal… Pero los policías eran amables. Nadie le pegaría, de eso estaba seguro. Una horda de periodistas los seguían por el pasillo. Él no se escondía. Andaba tranquilamente con pasos decididos. «Un abogado viene hacia aquí en un taxi con los documentos del caso -le dijeron -. Él te defenderá. Es importante que confíes en él.»

¿Por qué dijeron eso? Gøran intentó averiguar lo que era conveniente o correcto en esa situación tan irreal. ¿Qué habían encontrado para llevarlo allí? Andaban muy deprisa. Parecían muy atareados. A veces se paraban porque de repente salía alguien de un despacho con más papeles. Entonces él se detenía y esperaba. Y echaba a andar cuando ellos lo hacían. Tenía la boca seca. ¿Hacia qué clase de estancia se estaban dirigiendo? ¿Una estancia desnuda con una luz cegadora? ¿Estaría con una persona nada más, o habría testigos? Había visto muchas películas. Fragmentos de imágenes pasaron por su mente, hombres que gritaban y daban golpes en la mesa, algo agotador, sin comer, sin dormir, las mismas preguntas durante horas y horas. «Una vez más. Empecemos desde el principio. ¿Cómo sucedió, Gøran?»

Las piernas empezaban a fallarle. Se volvió y miró hacia atrás. Más policías. Están trabajando, pensó. Sonaban muchos teléfonos. Pronto el país entero sabría lo que estaba pasando. Lo mencionarían en la radio y en las noticias de la televisión. Luego, al acabar la emisión, se podría leer en el teletexto. Gøran no sabía que en ese mismo instante tres agentes estaban en su habitación poniendo patas arriba los cajones y el armario. Cada prenda, cada par de botas y zapatos fueron sacados de su cuarto en bolsas de plástico blanco. Su vida entera desapareció por la puerta del hogar paterno. La madre salió llorando de la casa y se colocó debajo de un roble del jardín, como si estuviera rezando. El padre se apostó en la escalera exterior, como un soldado, mirando de manera hostil a todos los que pasaban. También bajaron al sótano en busca de la cesta de la ropa sucia. Revisaron el correo, que estaba en la cocina, aunque él nunca recibía nada, excepto la nómina el día uno de cada mes. Buscaba con la vista al abogado, pero no sabía qué aspecto tenía. Cuando por fin apareció, Gøran se desanimó mucho. Un hombre flaco con pelo canoso y gafas de montura anticuada. Un triste traje gris. Una gruesa cartera bajo el brazo. Daba la impresión de tener demasiado que hacer. Tal vez por eso comía y dormía poco. Seguro que no tenía tiempo para ir al gimnasio, sus bíceps, al quitarse la americana, eran más delgaduchos que los de Ulla, pensó Gøran. Les proporcionaron un cuarto para que pudieran estar solos. Gøran intentó relajarse.

– ¿Estás bien, teniendo en cuenta las circunstancias? -preguntó el hombre, abriendo la cartera.

– Sí -contestó Gøran.

– ¿Necesitas algo? ¿Comida? ¿Bebida?

– Una Coca-Cola estaría bien.

El hombre se asomó al pasillo y pidió a gritos una Coca-Cola.

– Que esté fría -añadió.

– Me llamo Robert Friis -dijo -. Llámame Robert. -Su apretón de manos era seco y formal -. Antes de nada, has negado cualquier tipo de culpabilidad en relación con el asesinato de Poona Bai. ¿Es así?

– ¿Eh? -dijo Gøran, que no captó ese nombre tan extraño.

– La mujer del prado de Hvitemoen procedía de la India. Se llamaba Poona Bai.

– Soy inocente -se apresuró a decir Gøran.

– ¿Tienes alguna idea de quién podría haber cometido ese asesinato?

– No.

– ¿Has estado cerca del lugar de los hechos en alguna ocasión, pudiendo haber dejado allí algún objeto personal o alguna otra cosa?

Gøran se tocó la frente.

– No -respondió.

Friis lo miraba constantemente a los ojos.

– En ese caso, es mi tarea procurar que no te condenen -dijo escuetamente -. Por esa razón es muy importante que me cuentes todo y que no ocultes nada que el fiscal pueda luego sacarse de la manga.

Gøran lo miró, confuso.

– No tengo nada que ocultar -dijo con firmeza.

– Bien -dijo Friis -. Pero puede haber cosas de las que no te acuerdes en este momento, y que aparezcan más adelante. Cuéntamelas según vayas recordándolas. Tienes derecho a hablar conmigo en cualquier momento. Aprovéchalo. Es cierto que tengo varios casos a la vez, pero si hace falta hago lo que sea para dejarlos aparte.

– He dicho todo lo que hay -contestó Gøran.

– Bien -dijo Friis.

Llegaron con la Coca-Cola. Estaba fría y le hacía cosquillas en la lengua.

– Además, he de preguntarte si entiendes la gravedad de la situación. Estás acusado de haber cometido un asesinato. Bajo circunstancias sumamente agravantes.

– Sí -contestó Gøran, algo vacilante, ya que era algo que nunca le había sucedido antes y se sentía en terreno bastante desconocido.

– «Circunstancias agravantes» significa un posible aumento de dos años de cárcel, solo por maltrato de la víctima. Esas cosas hacen que la policía se vuelva especialmente agresiva. Solicitarán prisión preventiva y, mientras estés en prisión preventiva, recogerán todo el material que puedan para incriminarte. Y entretanto, tú estarás aquí, incomunicado.

– ¿Tendré que quedarme aquí? -tartamudeó Gøran.

Sabía que querían hablar con él, tal vez durante horas, pero esperaba poder estar fuera antes de que llegara la noche. Habría muchísima gente en el bar de Einar. Tenía que acudir allí y estar con ellos. Escuchar lo que se decía. Fue presa de una especie de pánico. Bebió la Coca-Cola nervioso.

– Intentarán extenuarte -dijo Friis -. Y recuerda esto: nunca contestes a nada antes de haber contado primero hasta tres.

Gøran lo miró sin entender.

– Intentarán que pierdas la compostura. Es importante que no lo hagas, aunque estés agotado, cansado y exhausto. Es muy importante que no lo hagas. ¿Pierdes fácilmente el control?

– Tengo bastante aguante -dijo Gøran, inclinándose sobre la mesa. Sus musculosos brazos aparecieron ante Friis, que reparó en ellos.

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