Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– Por supuesto que pensamos que Gøran es inocente -dijo Frank -, pero si la policía tuviera a otro sospechoso, otras personas estarían sentadas en torno a esta mesa diciendo exactamente lo mismo que nosotros.

Los demás metieron la nariz en la cerveza.

– Otra cosa -dijo Nudel, preocupado -: pensad en todo lo que la poli sabe y no cuenta. Cuando han dado el paso de detenerlo es porque saben muchas cosas.

– ¡Pero joder…! -exclamó Frank sacudiendo la cabeza -. ¿Gøran ha pegado a alguien alguna vez?

– Alguna vez tiene que ser la primera -contestó Mode encendiéndose un cigarrillo.

– Me pregunto si nos dejarán verlo.

Einar carraspeó por lo bajo detrás de la barra.

– Está incomunicado. No os dejarán entrar a ninguno. Puede que a sus padres sí. Seguro que a nadie más.

– Imagínate estar solo en una celda, sin radio, ni tele, ni periódicos. No poder controlar lo que se escribe sobre ti.

– ¿Alguien sabe algo de ese abogado que le han asignado? -preguntó Nudel.

– Es un tío chupado y canoso -contestó Mode -. No parece precisamente un tipo duro.

– Bueno, en estos momentos no creo que lo más importante sea tener músculos -comentó Frank moviendo su enorme cabeza -. Están hablando de descubrimientos técnicos. Me gustaría saber lo que quieren decir con eso.

– Pelos y cosas así -opinó Nudel -. Gøran lo tendrá bastante jodido si ha dejado pelos.

– ¡Estás hablando como si hubiera sido él! -dijo Frank escandalizado.

– ¡Pero joder! -exclamó Nudel -. ¡El tío está en la cárcel! Van a juzgarlo. Algo tienen que tener en su contra.

– No lo entiendo -volvió a decir Frank, como aturdido por la idea de haber podido equivocarse tanto sobre alguien.

– Lo mandarán a un psiquiatra para ver si es responsable de sus actos.

– Nosotros sabemos que lo es.

Frank dio unos cuantos sorbos y eructó.

– El que haya destrozado la cabeza de esa mujer difícilmente puede ser responsable de sus actos -dijo secamente.

– Podría ser responsable de sus actos en todo, excepto en ese preciso momento -opinó Einar.

Se hizo un prolongado silencio. Había que digerir un nuevo comentario. Todos tenían una imagen de Gøran en su interior. Se lo imaginaban sentado junto a una mesa bebiendo en un vaso de plástico. Se imaginaban su rostro desesperado y perdido, con perlas de sudor en la frente. Encorvado sobre la silla, tal vez una silla dura. Llevaba mucho tiempo sentado y había empezado a retorcerse. Le dolía la espalda. Miraba el reloj todo el tiempo. Al otro lado, un enfurruñado jefe de interrogatorio decidía cuánto tiempo tendría que estar allí sentado. La imagen era muy clara, pero no se correspondía con la realidad, porque en ese momento Gøran estaba hincando el diente a una pizza con pimientos recién hecha. El queso formaba finos hilos que él cogía con los dedos.

– Estabas tan habituado a Ulla -dijo Sejer en voz baja – que cuando rompió contigo no te lo tomaste en serio. ¿Es así?

– Así es -contestó Gøran, masticando con avidez. La pizza estaba buena y le habían llevado más especias.

– ¿Y por eso tampoco lo sentiste como una provocación?

Tragó y se enjuagó la boca con Coca-Cola. Luego se pasó una mano por el pelo rebelde.

– Así es -repitió.

– Ulla dice que te enfadaste. Es curioso cómo somos los seres humanos. Lo captamos todo de distinta manera. ¿Acaso estabas más triste que enfadado?

– ¿Triste? -preguntó Gøran sin entender.

– Dime algo que te ponga triste -dijo Sejer.

Gøran tuvo que pensárselo. Dio otro mordisco a la pizza.

– ¿No se te ocurre nada?

– Nunca estoy triste.

– ¿Cómo estás cuando no estás contento? Eres un chico sonriente, pero no estarás siempre contento.

– Claro que no.

– ¿Entonces…?

Gøran se limpió la boca.

– Si no estoy contento estoy enfadado, claro.

– Comprendo. Pero no es posible que estuvieras contento cuando Ulla rompió contigo, ¿no?

Una larga pausa.

– Sé adónde me quiere usted llevar.

– Estabas enfadado. ¿Podemos afirmar eso?

– Podemos.

Nueva pausa.

– Luego llamaste a Lillian. ¿Le preguntaste si podías ir a su casa?

– Sí. Dijo que podía ir.

– Ella dice que nunca fuiste a su casa. ¿Ocurrió otra cosa?

– No, estuve en casa de Lillian.

Gøran cogió otra servilleta y volvió a limpiarse la boca.

– ¿Necesitabas consuelo?

Gøran resopló por la nariz.

– Nunca necesito consuelo.

– ¿Qué necesitabas entonces?

– ¡Dios mío! ¿Por qué no usa la imaginación?

– ¿Necesitabas compañía femenina?

Gøran lo miró estupefacto, luego se desplomó sobre la mesa, riéndose con tantas ganas que Sejer frunció el ceño.

– Tienes que explicarme lo que te hace tantísima gracia. Eres demasiado rápido para mí, Gøran.

Gøran se tragó el cumplido e imitó a Sejer:

– «Necesitabas compañía femenina.» Joder. ¿En qué época fue usted joven? ¿En la primera guerra mundial?

Sejer sonrió.

– Soy un hombre anticuado. Ya me has descubierto. ¿Qué era, entonces, lo que necesitabas?

– Desahogarme -contestó Gøran escuetamente. Luego volvió a hincar el diente a la pizza.

– ¿Y lo conseguiste?

– Ya se lo he dicho.

– No. Llamaste a Lillian. Te dijo que podías ir. Vayamos por partes. ¿Qué palabras utilizó ella exactamente?

– ¿Eh? -preguntó Gøran.

– ¿Recuerdas las palabras exactas?

– Dijo que estaba bien.

– ¿Simplemente «está bien»?

– Sí.

– Cuando ibas en el coche ¿viste a una mujer extranjera andando por la carretera?

– No vi a nadie.

– ¿Llevaba ella una maleta?

– No vi ninguna maleta.

– ¿De qué color era la maleta?

– No lo sé. No vi a nadie.

– Solo llevaba un bolso de mano. De tela roja. En forma de fresón -dijo Sejer -. ¿Lo recuerdas?

– No -contestó Gøran extrañado. De repente parecía inseguro.

– ¿Lo has olvidado entre tantos sucesos?

– No hay nada que recordar -contestó Gøran dejando el trozo de pizza en el plato.

– ¿Puede ser que lo hayas suprimido?

– Me acordaría de algo así.

– ¿De algo como qué?

Silencio.

– Tal vez estuvieras muy lejos cuando sucedió. Solo tu cuerpo estaba presente -dijo Sejer.

– Mi cuerpo estaba con Lillian. En plena faena. Recuerdo incluso su ropa de cama. Verde con nenúfares. Voy a decirle una cosa -prosiguió con franqueza -, las mujeres maduras son mucho mejores que las jóvenes. Se abren más, literalmente hablando. Las chicas por lo general se contraen.

Se quitó los zapatos y los alejó de una patada. Sejer calló y estuvo tomando notas durante un buen rato. Gøran no decía nada. El ambiente era tranquilo, casi apacible. La luz de la habitación se suavizó, y se volvió más amarilla conforme iba entrando la noche. Gøran estaba cansado, pero no por todo lo que tuvo que soportar. Tenía la cabeza despejada. Controlaba. Contaba hasta tres. Pero no podía ir al gimnasio. Dentro de él iba creciendo un desasosiego imposible de combatir.

– Kollberg está tumbado en el salón y apenas puede moverse -dijo Sejer con un suspiro, dejando el bolígrafo -. No sé si se recuperará. Si no, tendré que sacrificarlo.

Miró a Gøran por encima de la mesa. El joven se mantenía inmóvil.

– Bueno -dijo Sejer, como si hubiera leído los pensamientos del chico -. Es un comentario. Estoy trabajando, pero, en ocasiones, los pensamientos vuelan. A veces me gustaría estar en otro sitio. Aunque este trabajo me gusta. Estar aquí contigo. ¿Dónde están tus pensamientos?

– Aquí -contestó Gøran mirando fijamente a Sejer. Luego se miró las manos.

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